Por Adrián A. Echeverría
Un silencio eterno. Ni la luna rodando por Callao.
Ni el eco de la nada me responde.
Sólo tristeza, COVID y quietud.
Frente al mar, frente a Dios, rogando que este mal se disipe,
porque tarde o temprano, el sol renacerá.
El gris lo cubre todo, ya la tinta roja no se distingue en el paredón.
Ni el café de la esquina, la del herrero, barro y casi pampa, con sus persianas gastadas por la herrumbe del tiempo, alberga la charla sabatina.
Sólo silencio, llovizna, frío y hastío.
Veredas que no pisé. Empedrado bañado por el rocío de la garúa, que deja reflejar en la penumbra de la noche, la triste luz del candil.
Ya no me verás como me vieras, recostado en la vidriera y esperándote.
Siglo veinte, cambalache y el veintiuno, también …
La soledad invade el cuartito azul y tus pasos ya no regresan.
Malena espera bajo la madreselva que el viejo “fueye” cante su cantar
como lo hizo con Pichuco y tantos más.
Tarde o temprano, sé que las cosas cambiarán y los versos de Discépolo
sonarán en alguna partitura, en alguno de los cien barrios porteños,
Puente Alsina, Barracas, La Boca o San Telmo.
Así, el son de esos acordes, repicarán en la furia de la ciudad.
Siglo XXI, cambalache …