Una reflexión de Alberto José Báez (*)
“De la Creación a la Redención en Suor Angélica”
Reflexión Filosófico-Teológica
Con una paleta cromática y dentro de distintas gamas, Puccini nos pinta en Suor Angelica, con pocos trazos, una acuarela con las transparencias de la vida, de las historias mínimas, y de los temas que más preocupan al hombre: su humanidad y la trascendencia.
Es así que esta ópera, con génesis en 1918, que junto con Il Tabarro y Gianni Schichi, conforman la trilogía conocida como Il Trittico, narra la vida de una religiosa que, entre momentos felices y angustiosos, pasa su vida al servicio de Dios.
La historia se sitúa a fines del siglo XVII, y este es sintéticamente su argumento: Después de rezar las Vísperas las monjas se reúnen en el patio del convento para el recreo y, una a un,a hablan de pequeñeces que las preocupan.
Suor Angélica confiesa no tener ningún deseo. Una de las hermanas anuncia una visita en el locutorio y dice que ha visto cerca de la puerta una elegante carroza. Suor Angélica deja el cuidado de las flores y se acerca apresuradamente. Suena la campanilla del locutorio. La Abadesallama a Suor Angélica. Su corazón siente ahora la esperanza que nunca intentó albergar.
Luego de siete largos años, ha venido a verla su anciana tía, austera y rígida. Trae un pergamino que Suor Angélica debe firmar. La anciana princesa tiene para la sobrina, a quien ella misma ha enclaustrado para castigarla por un amor desgraciado, palabras sin misericordia. Pero ésta todo lo soporta, porque sólo desea saber una cosa, dónde está su hijo, el hijo que vio una sola vez y que le fue arrancado de los brazos. La anciana se niega a decirlo, pero Suor Angelica, fuerte en su derecho, la obliga.
Al fin sabe la verdad terrible: el niño ha muerto hace dos años. La religiosa cae al suelo sollozando. Luego firma el pergamino sin leerlo, y permanece sola en las sombras del atardecer, evocando tiernamente a su hijito en una desolada plegaria. El drama humano ha terminado; pero a este drama intenso e irreparable se agrega ahora un último episodio: el milagro.
En un momento de exaltación, Suor Angélica bebe el jugo de una planta venenosa, pero al darse cuenta que ha cometido suicidio y que por ser un pecado mortal no podrá ver a su hijo en el más allá, presa de arrepentimiento, pide clemencia a la Virgen. Todo cuanto rodea a la moribunda se transforma, ahora, en una visión mística y reconfortante, coronada por la presencia de la Virgen María junto a su niño.
¿Qué me propongo en esta ponencia?
Hacer patente que para Puccini Dios se manifiesta mostrando su eterna misericordia ante la fragilidad humana. Un Dios Bueno, un Dios que es Amor. Un Dios personal, causa ejemplar que proporciona al hombre la ayuda necesaria para recuperar la perfección perdida. Como diría Benedicto XVI, Deus caritas est. Un Dios que se abaja, que se hace hombre fundamentalmente para redimirlo.
La obra transcurre, como ya anticipé, en una comunidad religiosa, y el sonar de las campanas, como eco de la voz de Dios y de los sonidos de la naturaleza, abre el telón de la escena, reflejando la aparentemente calma que, tras esos muros, se respira en la cotidianeidad de los quehaceres domésticos.
Sin embargo el drama humano está presente y cobra forma a medida que la obra transcurre. De allí que la misma tiene, en cierto sentido, un camino neoplatónico no explícito: de Dios a la creación, de la creación al hombre y del hombre a Dios.
¿Cuáles son los temas que aparecen? La naturaleza creada y sus sonidos, la diversidad humana, el ámbito de la elección, el deseo entendido sólo bajo el sesgo del desorden. El tema del dolor acompañado del arrepentimiento que conlleva la esperanza en la misericordia infinita de Dios, contrapuesta a la dureza del juicio humano. No en vano , en su totalidad , esta ópera tiene vinculación directa con la Divina Comedia del Dante y este segmento significaría el Canto del Purgatorio.
Puccini analiza el tema minuciosamente, y como le es habitual, no deja que se le escapen detalles, que encarnados en música totalmente compuesta para la acción, expresan hondamente el sentido de su visión frente al dolor humano y en la búsqueda inmediata de una humanización que lo vuelve tierno y comprensivo frente a la miseria humana.
Los trazos musicales, en su mayoría de música no religiosa, sostienen el drama con expresividad y tensión desde el principio hasta el final. Si bien Puccini tuvo una iniciación en la música religiosa, heredada de una familia de «maestros de capilla» de su pueblo natal De Luca (Italia), su género consiste en componer esencialmente música para teatro.
Agreguemos otro dato: Puccini visitó en reiteradas oportunidades un convento de religiosas en donde se encontraba su hermana monja. Esto le facilitó empaparse del clima propio del lugar para musicalizar este trabajo.
La única ópera de los doce títulos puccinianos que trata un tema netamente religioso es ésta. Sin embargo la misma no ha perdido el efecto teatral que tanto lo caracteriza a este compositor.
Esta ópera lírica es de un carácter arrollador y convincente, en clave casi verista pero con toques musicales del impresionismo francés.
Dios observa continuamente a las religiosas y les indica de cerca de través de la Abadesa o de las mismas hermanas, cuál es su voluntad. Claro que la elección fue previa.
El tiempo demorado, en donde cada religiosa realiza su quehacer, me sugiere los distintos bienes que Dios creó en siete días, tal como aparece en el libro del Génesis. Es un canto de sosiego dando un amén a la creación.
El grupo de religiosas, unidas en el coro, cantan una súplica de asistencia mariana.
Sin embargo Puccini no deja de observar la diversidad en la unidad. Y así se van presentando, por sus diferentes cualidades, las religiosas, tan distintas unas de otras.
Se aprecian ya desde un comienzo las normas de convivencia que instalan de manera fundamental el tema del orden y de la disciplina para la vida de recogimiento. Queda patentizado el tema del deseo, en un ámbito de recreación conventual. Y es Sor Genoveva quien abre este arco impresionista alabando las maravillas del Señor en las pequeñeces que sostienen la vida humana.
Un simple rayo de sol será motivo para insinuar el canto pucciniano a las cosas pequeñas y sencillas de la vida, que encierran la inmensidad y la profundidad de la realidad, como también lo hace en Madma Butterfly, cuando le cuenta de ella a su amado Pinkerton, confiándole además que mira las estrellas que «como ojos la contemplan desde el cielo»; o en Mimi, que sabiéndose morir , es feliz con su «cofietta».
Puccini tuvo la maestría de decir con la música lo que en el texto sólo quedaría opacado o podría ser imperceptible. Y encuentra en su arte hasta una misión pastoral, diciendo las cosas para que el corazón humano las procese antes que el entendimiento.
En toda su obra posee este rasgo: la presencia de un personaje que, pese a experimentar los embates de la vida, valora y se refugia en las pequeñas cosas. Ahí encuentra el sentido de lo que es. Puccini se adelanta a la época planteando el tema del deseo como un componente de la estructura humana no como algo vinculado con el pecado. Y dice Suor Angelica: “Los deseos son las flores de los vivos. No florecen en el reino de los muertos”. Todas las monjitas expresan sus deseos. Así, una de ellas, la que fue pastora antes de ingresar a la comunidad (Suor Genoveva), dice:
“Desde hace cinco años, no veo un corderito. Señor, te disgusto, si digo que deseo, ver uno pequeñito, poder acariciarlo. Tocarle su hocico fresco. Y oirlo balar?
Suor Angelica es indagada por sus pares. Y qué cosa extraña, dice no tener deseos y agrega: “Estoy aquí para servir”. Se aprecia una sensible contradicción entre lo dicho antes y lo expresado ahora. ¿Es que no tiene deseos? Sí. Su verdadero deseo, ver a su hijo, está velado por la cultura de una época y las normas propias de la vida conventual. Pero el deseo interpela. Se escucha la llegada de un carruaje que develará el misterio de Suor Angelica; que resolverá la aparente contradicción de la religiosa.
Llega la Zía Principessa. Se desovilla la esperanza porque trae noticias del relato de su propia historia. En ese tiempo sin tiempo, porque es un anticipo de la eternidad, que tiene el monasterio irrumpe la tía que demora aún más la acción , con unrecitativo fulminante : frases letales aniquilan el corazón de su sobrina: “…la culpa con la que manchaste nuestro blanco emblema”
Cambia el clima de la ópera. La Tía Princesa, caracterizada por Puccini con una musicalidad tratada con reminiscencias gregorianas y con ribetes casi funerarios, reprime y culpabiliza de manera inexorable a la religiosa por su historia.
“Cuando el éxtasis místico termina, para ti tengo reservada, una sola palabra: ¡expiar! ¡Expiar! ¡Ofrécele mi justicia a la Virgen!” Y dice la verdad sin pronunciar palabra. Dice todo con gesto teatral. Da cuenta con silencio de la muerte del niño.
Este es, a mi juicio, la parte nodal de esta ponencia: la impenetrabilidad del corazón humano frente a la falta. Tal vez lo endurezca el prejuicio, el qué quirán. La dura mirada del otro.
Suor Angelica es dolor. Es llanto. Es desesperación. “Sin madre, niño, has muerto!…¡y has muerto sin saber cuánto te amaba tu madre! Ahora que eres un ángel del cielo, ahora puedes ver a tu madre”-
¿Cuántas veces con nuestra acción modificamos al otro?.. ¿Cuántas veces, sin darnos cuenta, cortamos la posibilidad de humanizarnos frente al otro? Y lo grave que inducimos, como lo ópera lo expresa, a aniquilarlo.
Suor Angelica usa las hierbas con que tanto sirvió para proporcionarse su muerte. Así dice Puccini: “Amigas flores, que en el pequeño seno esconden las notas de veneno. Ah, cuántos cuidados le prodigué. Ahora me compensan. ¡Por vosotras, mis flores, moriré”.
¿Cuántas veces somos este personaje inquisidor, induciendo al suicidio del próximo? ¿Cuántas veces creemos ser justos y hablar en nombre de Dios? De un Dios justiciero y no amoroso. Pareciera que la justicia de los hombres fuera más perfecta que la Divina.
Suor Angelica se suicida. La nada o la Redención. Este es su interrogante: “¡Ah, estoy condenada! ¡Me he dado muerte. Me he dado muerte! ¡Muero, muero en Pecado mortal!”
El abajamiento de Dios Padre en la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, inicia una nueva manifestación del lenguaje divino, en la cual el Dios personal presenta un camino más análogo desde lo humano, para la encarnación del Mensaje Divino, y en una nueva dimensión: la dimensión del Amor y del Perdón.
Se nos hizo así más comprensible y más cercano, en la doctrina de los cuatro Evangelios, narrada por los discípulos de Jesucristo, su figura humana, en actos concretos que llaman a la conversión desde el cambio de la vida misma.
La virtud, como camino sanador del orden perdido, sumado a la gracia que otorgan los sacramentos y sus distintos significados, fortalecen el encuentro con Dios, desde una concepción más cercana y , diríamos, humana desde el Modelo de Jesucristo, que completa el lenguaje del Antiguo Testamento.
En esta obra, Puccini abre también la puerta a una interpretación más caritativa y expone, en el pedido de un signo: “¡Dame una señal. De gracia, Dame una señal de Gracia Señora! ¡Señora! ¡Sálvame! ¡Sálvame!” Que Suor Angelica hace a la Madre del Cielo, un sentido de esperanza y sanación, a través de la gracia.
Con el arrepentimiento de por medio, indica el camino nuevo: el delº amor y de la misericordia de Dios, más justa y más humana que el juicio temerario de la razón humana, que en el desorden que provoca el pecado de soberbia, pretende estar por encima de la Inteligencia Divina.
Jesucristo, el Mesías, es el portador ejemplar del nuevo lenguaje, vigente desde el nacimiento de la Cristiandad hasta el fin de los tiempos. Su palabra, con innumerables enseñanzas, no cesan de indicar el lenguaje que no perece, el lenguaje que se nos presenta como asequible a la inteligencia y al corazón humano, y predispone el espíritu para alcanzar el estado de perfección que nuestra naturaleza necesita.
“Convertiré los pecados rojos como la escarlata en blancos como la nieve”. “No juzgueís, si no querés ser juzgado”, “Permaneced en el amor, porque quien en él lo hace, permanece también en Mí” “Os doy un mandamiento nuevo: qué os améis los unos a otros” “Qué arroje la primera piedra quien esté libre de pecado”.
Detrás de este lenguaje, Jesucristo presenta más que un Dios de premio y castigos, un Dios de amor, donde la conversión del corazón es posible, y la rectificación espiritual permite, con los sacramentos y la gracia de estado que nos proporcionan, un camino nuevo en el que la Redención se nos presenta accesible.
El mensaje no focaliza tanto los aspectos negativos del hombre como tampoco hace énfasis en un Dios del temor. Al contrario, expresa desde toda tu sencillez y profundidad el concepto de un Dios que nos permite llamarlo Abba: Padre.
Presencia y distancia que el lenguaje divino encarna en la segunda Persona de la Divinidad, misterio de naturaleza Divina y Humana a la vez. Dios se conmisera de nosotros enviándonos a Cristo, que padece y sufre, sin recurrencia a su doble naturaleza, el dolor y la carencia que sentimos en cuestiones concretas de nuestra vida. Ejemplo cierto y esclarecedor fueron sus lágrimas ante la muerte de Lázaro.
Suor Angelica entendió el mensaje: se humaniza con el ejemplo de su maestro, y ejerce una acción de reparación poniéndose por encima de todo en una actitud de amor a Dios y a sus hermanas, a través de la donación. La entrega le posibilita completar esa naturaleza caída y habitar en la morada celestial ya desde este momento.
Sin embargo, la dureza de la realidad, que seguimos en el relato de la ópera, tras tomar conciencia de la enfermedad y muerte de su hijo, le hace perder por un momento el sentido de su finalidad.
Desafía pasionalmente, en un desborde emocional, la bondad de la naturaleza humana, al perder la confianza en la voluntad de Dios, que parece no comprender al hombre.
Sin embargo, reestablecida la calma de la inteligencia y del corazón, y aquietada su sensibilidad, toma conciencia de su mala elección, e intenta la rectificación, mediante algún milagro.
El hombre entiende su propia naturaleza y su sentido cuando piensa en su Creador y a Él se remite. Dios lo redime en el mismo cambio de actitud de su obrar. Dios escucha y quiere que le contestemos a su lenguaje de Redención y perdón. Dios envió a su Hijo para perdonarnos, no para condenarnos.
Pareciera que aún existen formas en el siglo XXI de endiosarnos y creer que tenemos la autoridad suprema de juzgar al hombre, citando el texto de la ópera, de manera inexorable. El lenguaje divino para este siglo continúa siendo el abierto por el Nuevo Testamento, sin necesidad de recurrir a una incorrecta hermeneútica que contradigan el espíritu que es luz objetiva de la voluntad divina.
Es bueno distinguir las tinieblas de la posmodernidad, que enturbió el concepto de verdad objetiva, y recurrir al sentido de las cosas, donde se encuentra marcado el telos de las mismas, y el orden moral necesario al que llamado estamos. La visión evangélica renueva, vivifica y humaniza en la figura de Jesucristo, un espíritu que subraya de Dios la supremacía de su Infinita Misericordia sobre su propia Justicia.
Llamado que Puccini vislumbra, allá por 1918, y como puesto al tanto de una verdad lejana a su tiempo, lo hace poseedor de tener una lectura profunda que el transcurso del tiempo la fue mostrando como una interpretación adecuada e intuitivamente delicada, a través de su continuo interés por descubrir el misterio del hombre: sus pasiones, anhelos, dolores y placeres, sin dejar la muerte como un tema que es la llave al interrogante de la eternidad.
Suor Angelica retrocede ante la toma de conciencia de su no bien obrado e intenta obtener el perdón mediante la fuerza de la oración, que Cristo Nuestro Señor insiste sobremanera en el lenguaje evangélico. El camino de donación abre a la finita y contingente realidad del hombre, a través de una actitud dócil y desinteresada, la clave precisa para comprender lo suficiente del lenguaje de la Fe, para volcarse a él, como único puerto seguro de perfección.
Y el carácter de la desesperación de la muerte sin anhelo de eternidad, planteado por Suor Angelica, en un gesto de intensa insistencia, que le turba el alma, encuentra su apacible consuelo con el misterio del perdón.
La religiosa ya no ve a la muerte como un arrebato que nos enfrenta a la realidad de poseer limitadamente la participación de la existencia, por no ser el participante de la misma. Al contrario, de ella se apodera un clima de plenitud absoluta, que la muerte, en gracia de Dios, le concede por la eternidad.
Y el perdón de Dios es el vehículo que una vez más distinguimos como apropiado para catalizar la palabra de Dios, donde la epifanía del misterio se concretiza en nuestro obrar por amor.
Puccini pudo ver, a principio de siglo XX, en este lírico y a la vez dramático trabajo, el lenguaje amoroso y redentor de Dios. No creo que nos resulte improbable, siguiendo su sencilla y profunda enseñanza, hacer algo por esta intención: que nuestra religión sea un mensaje que apasione al hombre en la búsqueda del Amor divino por la experiencia enriquecedora y redentora del amor humano.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL CONSULTADA
ALIER, R., HEILBRON M., SANS RIVIERE, F; La discoteca ideal de la ópera, Editorial Planeta, Barcelona 1994.
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CARNER, Mosco; Puccini, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1987.
GESCHÉ, Alolphe; El Sentido, Dios para pensar VII, Ediciones Sígueme, Salamanca 2204.
KRAUSE, Ernst; Puccini, La historia de un éxito mundial, Alianza Editorial, Madrid 1991.
MORDDEN, Ethan; El espléndido arte de la ópera, Javier Vergara Editor, Buenos Aires 1985.
CAPDEVILA, Manuel; Gran libro de la ópera, Ediciones Península 2003.
(*) Alberto José Baez Es licenciado en Filosofía egresado de la Universidad Católica Argentina. Es profesor adjunto a cargo de Antropología Filosófica en la Unsta, Carrera: Ciencias de la religión
Se desempeña además en: Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino- Centro de la Orden de los Predicadores, Instituto Superior de Ciencias Sagradas San Miguel Arcángel – Profesorado en Filosofía, Escuela Superior del Círculo de Periodismo Deportivo