
Una nota del renombrado arquitecto tucumano Dante Diambra Caporaletti, que nos hace llegar nuestra lectora María Emilia Farros, diciéndonos: “Es un ser humano de indudable ética y moral. Me pareció oportuno este envío, dedicado especialmente, al niño… (Que ha aparecido en los medios de difusión alabando al extinto ex presidente de Argentina./NdR)”. Y a continuación transcribe la nota publicada por el Diario La Gaceta, de Tucumán.

Conmovedor y preocupante
En esta GACETA, en la que aprendí a leer y que seguiré leyendo mientras el pucho de vida que me queda de vida lo permita, pude apreciar composiciones de tapa muy bien logradas, pero no recuerdo ninguna que me haya impactado tanto como la del 28 de octubre.
En ella la sensibilidad del fotógrafo logró la suma y la síntesis de una sociedad en plan crisis moral, a través de la imagen de un pobre ciego cubierto con una precaria sombrilla, sentado en el pavimento ardiente con un jarrito para monedas y una radio para su soledad, bajo el azote del sol implacable, solo e ignorado en medio de la “buena gente”, tan abundante, según la televisión que soportamos.
La patética imagen muestra con claridad cómo nadie se acercó a ayudarlo a levantarse para colocarlo a la sombra o para ofrecerle cualquier tipo de ayuda, siempre necesaria para los que, careciendo de todo, necesitan todo. Felicito al sensible autor de la foto y al diario que la publicó, asumiendo que una imagen vale más que 1.000 palabras, aunque ésta, lamentablemente, nos imponga la necesidad, difícil y penosa, de explicar que, cuando dejamos de ver al otro y sus problemas, llevamos a nuestra comunidad a la decadencia y ruina.
El porqué es muy simple: hemos olvidado la mayor de las virtudes: la compasión, y su resultado es este caos moral, caos que hizo exclamar a un Einstein ya anciano: “Lo que inquieta es no poder decidir si el que está loco soy yo o si se han vuelto locos todos los demás”. Esta frase bien podría usarse para intentar explicar un país con 10 millones de pobres, 2 millones de indigentes y 61 millones de teléfonos portátiles más inteligentes que sus dueños, totalmente incomunicados entre sí, a tal punto que nuestro mendigo ciego y todos los problemas que nos afligen se vuelven totalmente invisibles y sin solución posible si los argentinos no hacemos el esfuerzo de recuperar nuestra dimensión humana.
No abrigo demasiadas esperanzas al respecto, pero escribo estas líneas porque estoy convencido, desde siempre, que la peor cobardía es saber qué es lo justo y no hacerlo, y porque quiero usar el poco tiempo que me queda como herramienta y no como colchón.
Dante Diambra Caporaletti – San Miguel de Tucumán