Gino Bartali fue una de las grandes figuras del deporte del Siglo XX. De aquellas que trascienden el ámbito deportivo para brillar aún más en la faceta humana. Considerado uno de los mejores ciclistas de todos los tiempos, fue su ayuda en secreto a los judíos que vivían en su Florencia natal durante la Segunda Guerra Mundial, jugándose la vida para salvar la de los demás, lo que le elevó a la categoría de leyenda. En todos los sentidos.
Nunca tuvo un camino fácil
Nacido en 1914 en un pequeño pueblecito toscano perteneciente al Quartiere 3 de Florencia, llamado Ponte a Ema, Gino Bartali tuvo claro desde pequeño que su vida era la bicicleta. Sólo la necesidad de la familia de que trabajara con ellos en el campo para poder comer le impidió iniciarse antes en el ámbito profesional. Bartali comenzó a correr gracias a que su padre le encontró trabajo en un taller de reparación de bicicletas. Su dueño, contento por el trabajo de Gino, le regaló una y le animó a que se entrenase. A partir de ahí las escarpadas carreteras de la región fueron su espacio natural. Pero en cuanto comenzó a ganar carreras amateurs consiguió convencer a los suyos de que su futuro estaba en el ciclismo, y que ésa era la manera en la que debía ayudar en casa.
Y no fue fácil. En la primera carrera profesional que disputó terminó inconsciente después de chocar con un espectador, lo que provocó las reticencias de su familia. Aun así, siguió corriendo, y en la primera Milan-San Remo que disputó se llevó el primer trago agridulce de su carrera: cuando iba escapado en solitario, fue interceptado por un periodista que tenía la misión de evitar que un desconocido ganara tan prestigiosa prueba. Aun así, nada más terminar la carrera, en la que se impuso Giuseppe Olmo, recibió una visita que le iba a cambiar la vida. Eberardo Pavesi le iba a ofrecer liderar un equipo, Legnano, creado para ganar el Giro de Italia.
En 1936, en su segunda participación en la grande corsa italiana, Bartali sorprendía a todos adjudicándose la victoria final, después de conseguir también tres victorias de etapa. Había nacido «el ciclista alado», «la bala humana». Los calificativos de la prensa se agotaban ante la irrupción de su nuevo ídolo. Ni siquiera importó que, en la celebración del Giro, le pidieran que dedicara el triunfo al Duce Mussolini, y él se negara a hacerlo, agradeciéndoselo todo a su familia y a «quien vela por la seguridad de todos nosotros, la Virgen María». Una muestra evidente de sus fuertes convicciones católicas. «Tus ideas no gustan, pero no podemos renunciar a tus piernas», le anunciaron.
Su carrera, sin embargo, estuvo a punto de truncarse sólo una semana después. Su hermano Giulio Bartali, dos años menor que él y con quien le unía sobre todo su inmensa afición por la bicicleta, fallecía durante la disputa de una carrera amateur en la Toscana. Todos sus sueños y promesas de triunfar juntos se rompían. Gino se sentía incapaz de volver a tocar una bicicleta, y decidió retirarse durante un tiempo.
No obstante, y ante la petición de todos aquellos que lo rodeaban, deseosos de que no se apagara de esa manera una estrella tan brillante, decidió regresar a la competición. Y lo hizo a lo grande: proclamándose de nuevo campeón del Giro de Italia.
La Guerra frena su éxito, pero surge la leyenda
Al año siguiente es seleccionado como capitán del equipo italiano que disputará el Tour de Francia, con el único objetivo de conseguir el triunfo. Y sólo una caída cuando era líder se lo impidió. Al año siguiente regresó con el mismo objetivo, y se convirtió en el segundo italiano en toda la historia que conquistaba el Tour. Gino Bartali ya se había convertido en todo un héroe en Italia.
Pero semanas después comenzó la Guerra y, como sucedió en casi todos los ámbitos, la carrera de Bartali se detuvo. Justo cuando estaba en su plenitud física, después de conquistar dos Giros y un Tour en tres años, cuando apuntaba a ganar de manera perpetua las grandes vueltas, tocaba detenerse por algo que no tenía nada que ver con el ciclismo. Estaría cinco años, los años de su madurez deportiva, sin poder correr.
La ayuda secreta
Fue entonces cuando la leyenda de Bartali trascendió al deporte. Durante el tiempo en que duró la Guerra, sobre todo entre 1943 y 44, Gino comenzó sus viajes más importantes en bicicleta. Fuera de la competición. Normalmente, de Florencia a Asís. 200 kilómetros en los que transportaba cartas y documentos falsificados escondidos en los tubos del cuadro de su bicicleta para ayudar a escapar a cientos de judíos, la mayoría de ellos niños, que iban a ser traslados a campos de concentración alemanes.
En los conventos y monasterios la red organizada por Giorgio Nissim -con el apoyo de varios arzobispos- se dedicaban a elaborar los pasaportes destinados a salvar la vida de cientos de judíos y que Bartali transportaba jugándose la vida en aquellos viajes por las carreteras que conocía como nadie. Durante 1943 y 1944 el corredor toscano, el beato Bartali, se dedicó a esa misión sin que nadie le delatase.
Armado de valor y coraje, Bartali se hacía valer de su figura como ciclista para que nadie sospechara, pues, afirmaba, estaba entrenando para cuando todo terminara volver a ser campeón. Ayudaba de ese modo a una red interreligiosa clandestina en la Toscana (perfectamente explicada en su Fundación) que se dedicaba a «salvar a los judíos de ser exterminados». Se afirma que Bartali pudo ayudar a salvar la vida a más de ochocientos judíos gracias a esos documentos falsos.
La historia fue conocida poco después de su muerte. Gino nunca contó nada, ni a su familia ni a nadie. Pero una vez destapada su historia secreta de solidaridad y caridad, no dejó de recibir reconocimientos póstumos. Se le entregó la medalla de oro al Valor Civil de la República Italiana; y fue declarado Justo entre las naciones por el Yad Vashem, el memorial oficial israelí de las víctimas del holocausto fundado en 1953 en reconocimiento a los no hebreos que han arriesgado su vida por salvar la vida de judíos durante la persecución nazi.
Un duelo épico
Terminada la Guerra, y recuperada con ello la actividad deportiva, Bartali regresó al ciclismo. Tenía ya 31 años, considerado entonces mayor para la competición. Y además se encontraba con otro enorme ciclista que había comenzado a brillar en la preguerra: Fausto Coppi. Pero Bartali volvió a dar muestra de su carácter y capacidad, y se impuso en el Giro de Italia de 1946, precisamente por delante de Coppi. Había nacido el duelo del siglo del ciclismo italiano.
Porque eran dos ciclistas completamente distintos. Mientras uno era todo garra y corazón, un escalador nato que brillaba sobre todo por su potencia, Coppi era de un estilo más elegante y veloz, especialmente contra el crono. Pero sobre todo porque eran dos personas completamente distintas. Bartali era el reflejo de una Italia campesina, pobre, católica, fiel a las tradiciones; Coppi era el símbolo de una Italia cosmopolita, adinerada, proyectada hacia el futuro.
El duelo llegó más allá del ciclismo. En realidad, fue más una rivalidad creada por el pueblo y la prensa que por ellos mismos. El país estaba dividido en los Bartalistas y los Coppistas. Un antagonismo que se terminó durante una etapa en el Tour del 52. Allí, mientras iban los dos escapados en busca de la victoria final, Bartali le dio de beber de su botella de agua a un exhausto Coppi; o Coppi le dio de beber de su botella a un exhausto Bartali. En realidad, nunca se sabrá. Pero esa imagen quedó para la posteridad de la historia del deporte, y terminó de un plumazo con un duelo legendario, en la carretera y fuera de ella.
Evitó una guerra civil con su bicicleta
Tal era la figura de Gino Bartali por aquel entonces, que el país se encomendó a él en uno de los momentos más complicados de su historia reciente. Mientras se encontraba disputando el Tour del 48, Togliatti, líder del Partido Comunista Italiano, era tiroteado por un estudiante. El clima en el país se encendió como una mecha. Tanto, que parecía ya inevitable una guerra civil.
Bartali recibió una llamada. Era el primer ministro, De Gasperi, quien le pedía un favor para ayudar a Italia: que ganara el Tour. Estaba a más de 20 minutos del líder entonces, el francés Bobet. Pero Bartali brindó al día siguiente en los Alpes una de las etapas más épicas de la historia de la ronda gala. Se colocó el maillot amarillo, y se proclamó vencedor del Tour. La prensa italiana abrió todos sus diarios e informativos con la brillante victoria de su ciclista. Había vuelto la ilusión y, con ella, la calma regresó al país. Bartali había evitado una guerra civil.
Una vez más, había logrado una quimera con la única ayuda de su bicicleta. Como cuando devolvió la gloria ciclista a Italia; como cuando dividió al país en dos para luego volver a unirlo con una simple imagen, con una grandiosa imagen; como cuando, a escondidas y jugándose la vida, salvó la de tantos y tantos judíos. «El bien se hace, no se dice. Ciertas medallas se cuelgan en el alma, no en el maillot» afirmaba el enorme ciclista italiano entonces. Es la historia secreta de Gino Bartali. Una leyenda para el ciclismo, un héroe para la humanidad.
Bartali se retiró a su tierra, a Florencia, y durante cincuenta años no dijo nada de su trabajo para ayudar a los judíos que habitaban Italia. Durante décadas quedó sobre él la etiqueta de haber sido el corredor de los fascistas. No le importó. Se murió en el año 2000. El mundo sólo descubrió su magnitud en 2003 cuando los hijos de Giorgio Nissim encontraron un viejo diario de su padre en el que detallaba la forma en que funcionó la red clandestina dedicada a conseguir documentos que salvasen la vida de los judíos.
Allí, en aquellos papelejos, se explicaban minuciosamente los viajes que hacía Bartali, los kilómetros que recorría, los papeles que escondía su bicicleta y, sobre todo, lo abnegado de su dedicación a la causa. Los Nissin contaron lo que su padre escribió y entonces empezó a cobrar sentido tanto entrenamiento en una época en la que costaba ver a un ciclista recorrer una carretera italiana. Italia descubrió a uno de sus grandes héroes. Los Nissin también contaron el dato más importante que escondía el diario de su padre: 800 judíos evitaron el viaje a algún campo de concentración de los alemanes gracias a las piernas de Gino Bartali.
Bartali fue un excepcional escalador, vencedor del gran premio de la montaña del Giro de Italia en siete ocasiones y del Tour de Francia en dos. Fue pionero en utilizar el cambio de marchas Campagnolo. Anteriormente, las bicicletas incorporaban dos piñones y el cambio entre ellos significaba tener que parar y realizar el cambio, quitando la rueda trasera y volviéndola a poner dándole la vuelta, de forma manual. Con este nuevo sistema, el ciclista podía realizar el cambio de piñón sin necesidad de bajarse de la bicicleta. Esta operación se convirtió rápidamente en una señal de que Bartali estaba dispuesto a lanzar un ataque.
Además de sus victorias en Grandes Vueltas, Bartali ganó en cinco ocasiones el campeonato nacional italiano y varias clásicas de un día, como la Milán-San Remo y el Giro de Lombardía.
Fuente: www.libertaddigital.com – Wilkipedia