La actual administración gubernamental de Bahía Blanca tomó la decisión de erradicar los carros tirados por caballos que usaban los cartoneros, buscando medios de transporte alternativos dando por sentado que tal situación de pobreza y marginalidad se quedará para siempre.
Hubo una larga e intensa campaña en contra del uso de carruajes y su medio de arrastre, los caballos. Por la sola razón de que afeaban la ciudad, mostrando la cara real de la pobreza y la marginalidad que se prefiere esconder para evitar el remordimiento de la indignidad que le produce, más a quienes lo observan que a los propios cartoneros.
También se adujeron razones de protección a los animales, tanto por el hecho de ser sometidos a “trabajos forzados”, como a su pésima alimentación. Excusas sin sentido habida cuenta de que para los caballos no significa nada distinto de lo que han hecho siempre: ser utilizados para el transporte, cargar a jinetes, exigírselos en las domas y destrezas, participar en las carreras de los hipódromos, tareas todas ellas que deberían encuadrarse en los mismos esfuerzos desmedidos que se dijo eran sometidos por los cartoneros. En cuanto a la alimentación, fácilmente podría haberse solucionado con el simple recurso de recolectar los miles de kilos de pasto que se cortan en los desmalezamientos de terrenos, bulevares y banquinas.
La solución encontrada fue la provisión de carros con ruedas, tirados en este caso por humanos en lugar de caballos, como si ellos si estuvieran preparados para estos trabajos forzados. Ahora se va mas allá buscándose proyectos de diseños de otro tipo de vehículos como el presentado por Nicolás García Mayor que busca una fuente de ingresos con el recurso más sencillo: que pague el Estado. Con lo cual aquellas razones para sacar a los carros con caballos de las calles, parece una excusa para montar un negocio que deje buenos dineros a algunos oportunistas y quienes recibirán los “retornos”.
¿Es la actividad de la recolección de cartones un emprendimiento rentable o solo un paliativo ante la escasez de trabajo remunerado? Si resultara una actividad rentada, pues entonces lo razonable es que se le busque la manera de ayudarlos a que puedan desarrollarlo, en cuyo caso estos vehículos, que parecen ciertamente ventajosos, serían comprados por esta actividad privada. Se interesaría en ese caso a empresarios que deseen invertir en el negocio del cartoneo.
Si es solo una actividad que le permite algunos magros ingresos, entonces lo lógico resulta dejar que lo hagan como puedan y desde las administraciones gubernamentales abocarse a buscar la manera de que dejen de hacerlo cuanto antes, generando fuentes de trabajo, sin esperarlo desde las políticas nacionales o provinciales, sin declamaciones de que futuros gobernantes, mejores que los actuales, lo harán.
Es posible ya, ahora, hacer que muchos dineros especulativos se vuelquen al pago de jornales, pero para ello hay que tocar intereses mucho más difíciles de enfrentar que los pobres cartoneros. Solo doy un ejemplo: ¿por qué no se cumple a rajatabla la ordenanza de cercos y veredas? ¿Cuántos podrían estar limpiándolos o construyendo veredas a costa de los dueños egoístas que cotizan su terreno en millones de dólares y no son capaces de pagarle 300 pesos a un parquero? Si el privado no lo hace, ya debería hacerlo la municipalidad a costo del propietario. Cuando acumule mucha deuda, lo remata y lo ofrece a interesados, por ejemplo del Plan PROCREAR, que no consiguen terrenos.
Así podría enumerar una larga lista de actividades que los privados están obligados a hacer o que la realidad de la ciudad aconseja se hagan. Pero siempre tengo la sensación de que es tiempo perdido, que todo lo que diga cae en saco roto. Desde la actividad oficial o la privada se prefiere hacer pactos con las dificultades, como en el caso de los cartoneros y se sabe, debieran saberlo, las dificultades te vencen.
Mario R. Martín