¿Es Unasur una amenaza para la libertad?
Los líderes sudamericanos se reunieron en Ecuador para «relanzar» la Unasur, generando ilusión y desconfianza en torno a la integración regional
Como ocurre todos los años, y en reiteradas oportunidades, los mandatarios de América de Sur se dan cita en las numerosas cumbres para —en teoría— discutir asuntos regionales y avanzar en los objetivos de cada organismo. Sin embargo, la realidad ofrece un panorama diferente. Onerosos viajes, fastuosos banquetes, y discursos con pompa y circunstancia son parte del ritual que acompaña a cada uno de estos encuentros.
La reunión del pasado viernes 5 de diciembre en Ecuador no fue la excepción. Los mandatarios de la mayoría de los 12 países miembros se encontraron en la Cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), celebrada en Quito, para inaugurar un nuevo edificio sede, replantear los procedimientos internos del organismo e impulsar la creación de una ciudadanía sudamericana.
Reconociendo el letargo del organismo, anunciaron el “relanzamiento” de la Unasur. Incluso el presidente ecuatoriano Rafael Correa admitió la ineficiencia e inutilidad al advertir sobre el cansancio de la gente cuando de estas cumbres “no vea hechos concretos”. Pero, ¿puede ser la inauguración de un nuevo edificio suficiente para relanzar a un organismo superficial y burocrático?

El último circo
La última reunión de la Unasur, además de estrenar un nuevo edificio valuado en US$43 millones —financiado en gran parte por el Gobierno de Ecuador—, introdujo la idea de crear una “ciudadanía suramericana”. Ernesto Samper, expresidente de Colombia y actual secretario general del cuerpo, anunció la creación de un “concepto de ciudadanía sudamericana” que le permitirá a los casi 400 millones de sudamericanos “circular, estudiar y trabajar en la región, además de homologar títulos profesionales”.
Como era de prever, el plazo aún no está definido y serán necesarias más cumbres, con más banquetes y vuelos de avión, y más discursos soporíferos, para alcanzar un acuerdo sobre cómo empezar a implementarla.
La ciudadanía sudamericana pudo haber sido una gran idea; pero entre tanto nacionalismo en América del Sur, cualquier rasgo de cosmopolitismo en una medida de este estilo queda descartado.

La región ya tiene un experimento fallido. Cada integrante del Mercosur creó en sus respectivos países el Documento Nacional de Identidad (DNI) del Mercosur, lo que permitiría el libre tránsito de personas entre los miembros del bloque. Pero esto no se alcanzó. Hoy, los controles fronterizos y las aduanas siguen vigentes, y en vez de mostrar el pasaporte, solo es necesario mostrar el DNI homologado por el Mercosur. Un avance ínfimo.
La “ciudadanía sudamericana [es la] confirmación de nuestra unidad”, afirmó Correa. La ciudadanía sudamericana pudo haber sido una gran idea; pero entre tanto nacionalismo, cualquier rasgo de cosmopolitismo queda descartado. La ciudadanía sudamericana parte del nacionalismo regional, también conocido como la Patria Grande, un concepto recurrente en los discursos de los líderes de la órbita bolivariana.
De esta manera, recurren a la homogeneidad, y no a la diversidad, como justificación para la ciudadanía sudamericana; detrás de la idea de Patria Grande y unión continental se esconden los mismos prejuicios y nociones nacionalistas que predominaron en los Gobiernos latinoamericanos, tanto de izquierda como de derecha.
¿Borrar las fronteras?

A comienzos del siglo XX, el pasaporte era una rareza y el libre movimiento de las personas era la norma. El diplomático español Salvador de Madariaga escribió en De la angustia a la libertad que los liberales deben “condenar sin reserva el sistema de pasaportes hoy en vigor. No se trata sólo del visado; sino del pasaporte mismo. El país que acepta el sistema del pasaporte queda reducido a una cárcel, cuya llave guarda el Gobierno y nadie puede entrar ni salir sin permiso de la policía”.
De Madariaga fue tajante. Su descripción desnuda la naturaleza de los puestos de control en las fronteras y el lugar que ocupa el individuo en la sociedad dominada por el Leviatán. Por otra parte, los beneficios de la libre movilidad son incontables, como explica el columnista del PanAm Post Nick Zaiac:
Hay un puñado de insumos que intervienen en la economía, principalmente la tierra, el trabajo y el capital. Para que una economía crezca, uno tiene que aumentar o hacer un uso más eficiente de esos factores. De los tres, la tierra es finita y raramente es transferida entre naciones. Aunque podemos utilizar la tierra de manera más eficiente, es probable que ya hayamos agotado la posibilidad de un mayor crecimiento territorial.
En el otro extremo del espectro se ubica el capital: en forma de dinero, circula constantemente alrededor del mundo. Aunque existen algunas barreras, el capital se mueve entre países mucho más fácilmente que la tierra o el trabajo.

También Paul D’Amato, un escritor y colaborador con la revista Trabajador Socialista, deja ver el razonamiento contradictorio que plantea apoyar el libre movimiento de capitales y oponerse al de personas: “El capital se mueve relativamente libre en el mundo, buscando las oportunidades de inversión más rentables. Pero al mismo tiempo, el trabajo no tiene la misma libertad como el capital de moverse a través de las fronteras”. Si ambos se comportan de la misma manera, ¿por qué no aprovechar al máximo su potencial? Incluso un marxista lo puede ver.
¿O dejar las fronteras?
Es verdad, ni Maduro, ni los Kirchner, ni Correa, ni Chávez buscan impulsar la Unasur porque desarman fronteras y permiten una mayor cooperación social a través del mercado. De los déspotas del siglo XXI que nunca aceptaron y comprendieron los intercambios libres no habría por qué esperar la libre movilidad de las personas.
Sin embargo, las fronteras son un obstáculo para los intervencionistas. Las fronteras funcionan como el límite de contención al poder. “Hasta aquí llegó”, le dicen las fronteras a los gobernantes. Pasando esa línea arbitraria y antojadiza comienza el dominio de otro Estado. La fronteras contienen los impulsos de los Gobiernos de mandar más allá de su territorio delimitado. A su vez, dentro de cada Estado existen fronteras que delimitan aún más el poder, facilitan su fiscalización y permiten la rendición de cuentas. Por lo menos en teoría.

¿Y qué sucedería si no existiesen las fronteras? En primer lugar, sería necesario decretar una autoridad centralizada que administre ese nuevo territorio. Además, esa autoridad estaría sujeta a un escrutinio más difuso: la lejanía entre el Gobierno y el gobernado, los oscuros y cerrados procedimientos de control, y la falta de contrapesos amenazarían con aniquilar los derechos individuales. La idea de un Gobierno suramericano no es tan distinta a la de un Gobierno mundial, una entidad tan extensa cuyos límites son difíciles de delinear, y sus acciones difíciles de contener y castigar.
Correa ya adelantó que pretende “la creación de un centro de arbitraje sudamericano como alternativa a los actuales tribunales cooptados totalmente por el capital internacional”, y así evadir la responsabilidad internacional en arbitrajes con empresas extranjeras. El presidente venezolano Maduro, por su parte, hizo hincapié en la activación inmediata del Banco del Sur y del banco de proyectos —en otras palabras, más intervención y corporativismo mediante subsidios estatales.
Ojalá algún día las barreras al libre tránsito de bienes y personas desaparezcan de América Latina. Mientras tanto, es importante mantenerse alerta, porque detrás de las bonitas palabras de unión puede estar una trampa oculta, que, en al momento de querer salirse, terminará siendo demasiado tarde.
Editado por Daniel Duarte
Fuente: PanAm Post – es.panampost.com