Qué ha tenido de particular el atentado contra la redacción de Charlie Hebdo que ha motivado una repercusión tal en la sociedad y en el ámbito internacional occidental que llevó a movilizar a casi 4 millones de personas tan solo en Francia, transformándose en la mayor manifestación contra el terrorismo desde el 11-S.
Por Alejandro Carey. Abogado, editor, periodista, servicios editoriales, community manager en forma independiente. Palma De Mallorca, Baleares.
La manifestación que sorprendió al mundo
En una histórica marcha en toda Francia, casi cuatro millones de personas se reunieron (se manifestaron) contra el terrorismo (y a favor de la paz) ante los recientes ataques criminales por dos yihadistas contra la redacción del semanario que dirigía Charlie Hebdo y la toma de rehenes de un supermercado Kosher por un cómplice de aquellos. El saldo, 17 personas muertas (más los tres delincuentes). Los principales líderes europeos, Israel y Palestina, encabezaron la marcha en París (donde concentró casi la mitad de los manifestantes), a lo que debe sumarse centenares de cartas protocolares enviadas por distintos países. Quizás la mayor manifestación internacional contra el terrorismo desde lo ocurrido el 11 de septiembre del 2001 en el atentado de las torres gemelas en Nueva York.
Sin intentar profundizar los detalles que esta semana inundaron los medios me gustaría reflexionar sobre algunas reacciones sobresalientes que manifestó la sociedad (no sólo francesa) sino internacional.
Probables razones
La primera reacción de la sociedad fue “solidarizarse” con las víctimas frente a la masacre brutal que hicieron dos personas (que se autodenominaban yihadistas) bajo la consigna “Je suis Charlie Hebdo” en una clara referencia a, “lo que a él le han hecho, me lo han hecho a mí”. La reacción se vio acrecentada cuando se realizaba la persecución casi cineastica de los dos terroristas, y en dónde hubo, en paralelo, una toma de rehenes “inesperada “que produjo cuatro muertes a inocentes; deviniendo en la manifestación que ocurrió el pasado domingo 11 de enero.
Si bien la manifestación tuvo una clara consigna “estamos completamente en desacuerdo con los ataques terroristas” no se vislumbra claramente cuáles serían, ahora, las consecuencias de esa manifestación, si esto va a cambiar el rumbo de las políticas antiterroristas por parte de los Estados, ni tampoco porqué este ataque (y no otros) alcanzaron la repercusión que éste alcanzó.
Se me ocurren algunas hipótesis al respecto. Sin que esta enumeración tenga un orden de importancia, la primera razón que se alza es que el ataque fue perpetrado en París, pleno corazón de Francia, país que se presenta como uno de los mayores abanderados de los derechos humanos y libertades individuales. Pero, hace unos años, Londres sufrió unos de sus mayores atentados terroristas ocurridos en medios de transportes, como así también el ocurrido en la estación Atocha en pleno Madrid (es decir, sin un claro objetivo de personas, sino contra el país en sí) ocasionando un total de víctimas de unas 200 personas en Madrid y 56 en Londres. Sin embargo, no hubo una manifestación de cuatro millones de personas liderado por diversos presidentes y primer ministros de distintas nacionalidades. Quizás la explicación a este no reacción fue que la guerra contra Afganistán y luego contra Irak causada por el 11S estaba todavía a flor de piel, y siendo Gran Bretaña y España seguidores de ese embate estadounidense, la razón de esos atentados terroristas, si bien no estaban justificadas, estaban mayormente comprendidas (si es que un ataque terrorista puede comprenderse por la racionalidad de un occidental).
En Buenos Aires hubo dos ataques contra la Embajada de Israel y contra la AMIA hace 20 años, hechos que aún no se han resuelto y donde todavía no hay culpables. Fallecieron 29 personas en uno y 85 en el otro y aún se recuerda la herida sin cicatrizar. Nuevamente, un atentado contra un país o una comunidad dentro de un país, pero que no causaron (ni causan) tanta «indignación» como el de Charlie Hebdo.
Sin mencionar a los atentados reiterados que se producen en África o Medio Oriente. A mediados de diciembre de 2014 hubo un atentado en Pakistán donde murieron 136 niños. La atrocidad del hecho, sin lugar a dudas, es mayor a la ocurrida en la Capital francesa.
Este atentado en Francia tuvo un claro objetivo, fue algo así: como me molesta lo que dices, te mato. Es decir, ya no mato a quienes pertenecen a cierta nacionalidad “declarada” como enemiga por las entidades terroristas que así lo dispongan, sino que, además, mato a quienes me “ridiculizan”, sin importar si son amigos, neutrales o enemigos.
Otra causa que se me ocurre es que se trató de un ataque terroristas contra los medios de comunicación, es decir, contra los que tienen el poder de transmitir los hechos que suceden. Sin lugar a dudas, el hecho iba ser difundido (en su máxima expresión del término) por atacar a los de su familia (sin que esto tenga nada de malo, es natural y válido defender y exigir justicia por colegas). No es lo mismo que maten a un desconocido, que a un amigo o a un hijo, más si esto se produce en París. Es decir, los medios de comunicación iban a utilizar toda su capacidad para expresar su indignación contra el atentado. Y esta premisa es válida también para los países que se manifestaron. El ataque fue en el corazón de Europa y no ya en “las lejanas” tierras africanas o del medio oriente. Y sin que exista una “guerra” en la que Francia se encuentre involucrada.
Como tercera causa, agregaría las redes sociales en varios sentidos. La primera, harto conocida, hoy el mundo se encuentra mucho más conectado y es mucho más sencillo (y rápido), apoyar (o no) una causa. Por esta misma razón, el apoyo es mucho más liviano y menos “pensado”. Hoy muchos “son” Charlie Hebdo, pero también muchos no saben por qué. Por eso fue que hubo cierta repercusión de no estar tan a favor de la manifestación o de la consigna “Je suis Charlie”. En una editorial del New York Times del pasado 8 de enero titulada, “Yo no soy Charlie Hebdo.
Es un buen momento para adoptar una postura menos hipócrita hacia nuestras propias figuras provocadoras” sugiere una profunda reflexión sobre el deber de responsabilidad que deben tener los medios de comunicación y si realmente el Semanario Charlie Hebdo la asumía (al ridiculizar al estado Islámico) y, sin justificar desde ya el atentado, se la editorial del NYT se solidarizaba con las víctimas pero no al extremo de decir “Je suis Charlie”.
Estoy de acuerdo con la libertad de expresión pero no del modo en que lo hacía Charlie Hebdo. Se podría decir que fue un tibio apoyo. Esta reflexión (entre otras) abrieron un poco de aire al debate que de pronto se abría entre Ser o no ser Charlie Hebdo, otra consecuencia que hoy en día han generado las redes sociales: me gusta o no me gusta (es todo lo que puedo decir). Reflexionar un poco más sobre lo acaecido, con el mejor criterio que se pueda adoptar y sin temor a represalias “incongruentes” por lo dicho (de eso se trata al fin y al cabo la libertad de expresión).
La mutación del terrorismo
Sin embargo, ninguna de las tres razones parecen enteramente convincentes: ¿por qué París sí y Londres no (en el caso de ciudades occidentales importantes)?, ¿por qué Charlie Hebdo sí y no los periodistas degollados en Siria (en ataques terroristas contra medios de comunicación), ¿por qué París sí y Pakistán no (en el caso de la era de las redes sociales)?
Creo que el terrorismo ha llegado a una sinrazón alarmante, (si es, insisto, que alguna vez la tuvo). Su decisión de atacar fue tan antojadiza como imprevisible, (hasta su modus operandi lo fue, no hubo aquí personas que se inmolaban en una autobomba, sino que ingresaron a una oficina, dispararon y huyeron para que no los apresaran). Hasta podría pensarse, ¿se trató, jurídicamente, de un acto terrorista? ¿Basta con presentarse ante un lugar, afirmar que se pertenece a un grupo terrorista, matar porque así le han ordenado, para concluir que se trata de un acto terrorista? ¿El secuestro en el supermercado Kosher, fue un acto “terrorista”?
Si bien ya no tiene mucho sentido el planteo jurídico o legal, lo que asusta es que, si la tipificación penal es dudosa frente a lo que el sentido común vislumbra como terrorista, es porque el terrorismo ha mutado de tal forma que ya que es más difícil de identificar. El pánico que ha generado este ataque es que, ahora, ya no sabremos porqué atacarán. Antes, no se sabía cuándo, ni dónde, ni a quién; pero más o menos se tenía en claro porqué. O, lo que es que es peor, este porqué puede ser cualquier cosa.
Futuro
Meditar sobre un acto terrorista (y tratar de sacar alguna enseñanza si es que esto es posible), no es tarea fácil. Realizar alguna autocrítica (por parte de la víctima) mucho menos. La provocación no es sana si el ofendido es sensible a las ofensas. Desde ya que no justifica una matanza, pero, a veces, las soluciones deberían buscarse por otros caminos que levantar muros bajo el lema de mayor control y seguridad. Autocensurar una publicación que podría ofender a un Estado o Nación (por más detestable que éste sea) no es una limitación a la libertad de expresión si no, quizás, un acto de madurez por parte de quien lo haga.
Parece correcto desde todo punto de vista la defensa de la libertad de expresión a ultranza, pero ¿a qué costo? ¿Cuántas veces no hemos dicho esa frase a un ser querido para no ofenderla, por más razón que nosotros tuviéramos? ¿Fue acaso lo que sentimos, en ese momento, una mengua en nuestra libertad de expresión? ¿Por qué no le dijimos, entonces, lo que le queríamos decir? Si nosotros teníamos razón. Si se merecería escuchar nuestro comentario acertado. ¿O caso vislumbramos que no era el momento, que no sería apropiado por la situación en que la otra persona estaba pasando? Quizás se lo podríamos decir en otro momento, en otras circunstancias. Entonces, ¿una broma, ofensiva, en un mal momento, desubicada quizás (por más apañada por la libertad de expresión que estuviera) no podría silenciarse también, al menos por un tiempo?
Quizás, tener la razón no lo sea todo. Quizás, sea ese el camino que deba empezar a tomar occidente a los fines de tratar de sentarse y encontrar un diálogo con un Estado o Nación o Grupo de personas a los que no entiende, y probablemente no los vaya a entender nunca. Quizás no se llegue a buen puerto, pero al menos lo habremos intentado, y con mucha altura y madurez, dándole, al enemigo, un poco de nuestra libertad de expresión, como si ofreciéramos la otra mejilla. Hay que ver si Occidente está dispuesto a hacerlo.