Por Elena Fabrizi, escrito para la revista Huellas, edición argentina (huellas.arg@cl.org.ar). Enero de 2015.
«Je ne sui pas Charlie Hebdo. Yo no soy Charlie, yo soy yo mismo. De hecho, diría que el problema de la libertad radica justamente en esto». Así responde Stefano Alberto, profesor de Introducción a la Teología en la Universidad Católica de Milán, a una de las cuatro preguntas sobre las que versó el encuentro del Centro Cultural de Milán el pasado viernes, titulado ”La elección entre sentido religioso e ideología. París y un mundo en guerra”. Un momento de trabajo en público para intentar juzgar, «para no esconder la cabeza bajo tierra», como sugirió el periodista de Avvenire Giorgio Paolucci, moderador de la velada.
La primera pregunta llegó in medias res: muchos han identificado la religión como causa de toda esta violencia, por pretender ser poseedora de la verdad. ¿Cómo es posible que la religiosidad se corrompa hasta llevar al mal?
Stefano Alberto respondió citando el discurso de Ratisbona de Benedicto XVI: «La característica de la cultura moderna es considerar las religiones como una suerte de sub-cultura, por la que como mucho se pueden tolerar, pero no considerar que forman parte de una verdadera cultura». Occidente está inmerso en «este trasfondo cultural que genera frutos de violencia», añadió: «Porque se engaña pensando que el espacio común, laico, debe estar vacío, vacío de símbolos religiosos, por ejemplo». Una mentalidad que a la larga «no genera tolerancia, sino violencia».
¿Cómo vencer esta contradicción? «Partiendo de la propia experiencia. Del impacto de la realidad surgen las preguntas definitivas. Preguntas que implican un nivel en el cual ningún hombre vive ni siquiera cinco minutos sin afirmar algo definitivo por lo que vale la pena vivir». Un quid, algo último a lo que entregar la propia vida. «Si este quid se convierte en algo que yo elijo y mido, claramente la religiosidad se convierte en ideología».
Frenar esta extendida «cultura del rechazo», de la que está empapado el terrorismo, implica educar el sentido religioso y abrazar al otro. Y en esto, las religiones, como ha dicho el cardenal Jean-Louis Tauran, citado durante el encuentro, «no son el problema, sino que representan la solución».
El otro interlocutor del encuentro partió de su experiencia: el padre Samir Khalil Samir, jesuita e islamólogo, profesor de cultura árabe en la Universidad Saint Joseph de Beirut. Mostró su sorpresa por el hecho de que algunos afirmen que la religión es la causa de la violencia en Occidente después de un siglo como el XX: «A uno le tienen que haber “rediseñado el cerebro” para decir algo así. La violencia está en la naturaleza animal de la persona, la religión es lo que trata de espiritualizar al hombre para hacerlo menos animal. Que alguien pueda usar la religión como medio de violencia es verdad. Pero afirman que las religiones son la causa es una contra-verdad». Prosiguió explicando con claridad los orígenes del islam y decidió partir de una cuestión un tanto espinosa: «La violencia forma parte del islam, ¿sí o no? Yo diría que sí y que no».
El padre Samir contó cómo nació el islam, con las dos fases de la revelación de Mahoma: la primera, pacífica, ligada a La Meca; la segunda violenta, cuando tras el fracaso del comienzo, puesto que la gente no reconocía a Mahoma como profeta, se optó por convertir a la gente por la fuerza. El terrorismo «tiene que ver con el islam porque toma como modelo una de las actitudes de Mahoma. Pero decir que el islam es “por naturaleza” violento es falso», afirmó el padre Samir: «La violencia puede verse suscitada por cualquier deseo». Después de todo, el mundo musulmán está afrontando una profunda crisis cuyas razones tienen que ver con esta búsqueda de una solución en el pasado. ¿Qué nos dice esto a los cristianos? «Nuestra tarea es ayudar al islam a encontrar el camino que le permita abrirse al mundo. Como dice san Pablo, examinándolo todo y eligiendo lo mejor», responde el padre Samir.
Otro gran tema de este encuentro fue la libertad. Don Alberto habló de Mina, un alumno suyo, egipcio y cristiano copto. Durante la comida de Navidad, el mismo 7 de enero, la televisión «empezó a emitir imágenes del horror. Mina sintió dos presiones muy fuertes, ambas como un ataque a su libertad. La primera fue el miedo», señaló el sacerdote. La segunda, la sensación de sentirse obligado a ponerse de un lado u otro: ¿con el islam o con la libertad en Occidente? El chico dijo no a ambas. Por un lado la crueldad, por otro salir a la calle pero en el fondo, ¿para qué? Mina forma parte del grupo Swap (Share with all people), formado por jóvenes universitarios de diversos ámbitos culturales, cristianos y musulmanes, movidos por el deseo de volver a descubrir su propio origen.
Don Stefano resumió el camino que Mina hizo con una serie de preguntas: ¿pero yo qué experiencia vivo?, ¿de dónde vengo?, ¿dónde estoy?, ¿a quién pertenezco? «Este es el camino de la libertad, en el que cualquier asesinato es un horror. Pedro no podemos contentarnos con superar el miedo creando nuevos eslóganes en los que seguimos, como decía don Giussani, usando la libertad como alienados».
Un encuentro, en resumen, rico y denso. También se habló de las palabras del Papa a su vuelta de Manila sobre la libertad de expresión, «que debe tener en cuenta la realidad humana, y por tanto debe ser prudente». El padre Samir insistió sobre los puntos neurálgicos del mundo musulmán en relación con Europa y sobre el valor de la convivencia, «distinta del diálogo y más importante». Llegando a ejemplos concretos a los que mirar, como la experiencia de Portofranco, un lugar de apoyo escolar en Milán.
Vivir en una sociedad multiétnica implica convivir. Para muchos eso ya es un dato de hecho, «y también un gran recurso», concluyó Stefano Alberto: «Y se puede comprobar precisamente partiendo de la experiencia de cada uno, ahí se ve en qué consiste el yo, qué hace que el yo de cada uno de nosotros sea verdaderamente él mismo».