Sin el reconocimiento, será imposible la reconciliación entre turcos y armenios, y el asunto del genocidio seguirá enturbiando las relaciones de Turquía con el resto del mundo.
Por Ricardo Benjumea, de paginasdigital.es
Foto de portada: Charles Aznavour en homenaje al genocidio armenio.
El 24 de abril de 1915, el Imperio Otomano inició la deportación en masa de la población armenia de Anatolia. Murieron entre un millón y un millón y medio de personas. Estos brutales hechos llevaron a acuñar los términos genocidio (palabra aun legalmente proscrita en Turquía) y crímenes contra la humanidad.
Ni siquiera los turcos niegan que se produjera una gran matanza de armenios, aunque algunos puedan cuestionar las cifras. ¿Qué grado de planificación hubo tras esas matanzas? Esta es la gran pregunta
Tras el estallido de la Gran Guerra, el gobierno de los Jóvenes Turcos temía que la comunidad armenia, muy próxima a la archienemiga Rusia, se convirtiera en una quinta columna, e inició su deportación a los desiertos de Siria.
Hablamos de una población de en torno a los dos millones de personas, aunque sobre estos números también hay discrepancias. Además, el término armenio solía aplicarse entonces indistintamente a todos los cristianos.
Pero volvamos a los hechos: miles –cientos de miles quizá– de armenios fueron brutalmente asesinados por los turcos a partir del 24 de abril de 1915. Otros murieron por la dureza del trayecto, o cayeron en manos de los kurdos (hoy defensores de los cristianos iraquíes perseguidos por el Daesh). Algunos armenios se levantaron en armas. Pero de ahí a plantear una lucha en un plano de igualdad, como han hecho con frecuencia los historiadores turcos, media un abismo.
Extraños en su propia tierra
Hablar de genocidio en Turquía sigue siendo un delito. Fuera del país, algunos historiadores de esta nacionalidad sí han empleado este término. Taner Akman acusa abiertamente de genocidio a los Jóvenes Turcos. La gran motivación se sitúa –a juicio de este historiador (como de otros muchos)– en la construcción del nuevo Estado-nación turco que debía emerger tras el colapso del Imperio Otomano.
Ya en 1914, existían fuertes presiones occidentales para que los otomanos reconocieran el derecho de autodeterminación de las poblaciones no turcas en Anatolia. Tras consultar archivos otomanos de la época, Akman afirma que la deportación obedeció a un plan de limpieza étnica para reducir la población armenia a unas 200.000 personas.
La alusión a la construcción de la nueva República fundada por Atatürk en 1923 es clave. Reemplazar el viejo Imperio por un moderno Estado-nación va a desencadenar una persecución contra los armenios y otras minorías. Análogos problemas se plantearán en los nuevos países sin tradición histórica que surgen en la región fruto del reparto entre Francia y Gran Bretaña. Comienza un calvario para las comunidades cristianas, enraizadas en esta tierra desde tiempo inmemorial. Cada cierto número de años, se vienen produciendo en Oriente Próximo desde entonces matanzas de cristianos, percibidos como elementos extraños en sus propios países. De ahí que el Papa haya trazado un hilo de continuidad entre el genocidio armenio y las actuales matanzas perpetradas por el Daesh.
¿Persecución religiosa?
Pero el Papa aludía el domingo también a motivos étnicos. Esta es otra palabra clave. ¿Puede calificarse el genocidio armenio como persecución religiosa? No, aunque los que murieran fuesen cristianos, y musulmanes sus verdugos.
Lo que motivó la matanza fue básicamente el nacionalismo, no la religión. La construcción de la nueva Turquía fue acompañada de un proceso de intensa secularización, pero se dio la circunstancia de que buena parte de la población étnicamente no turca era de confesión cristiana.
El nacionalismo turco convirtió la palabra genocidio en tabú. Justamente, con la llegada al poder del islamista Erdogan, se inició un acercamiento a la comunidad armenia, con un tímido reconocimiento del dolor causado por los turcos. Parecía que, por fin, había llegado el momento de afrontar la verdad histórica y abordar la reconciliación entre turcos y armenios. Esta era la esperanza expresada el pasado mes de noviembre por el Papa en el avión de regreso de Turquía.
Una batalla política perdida para Erdogan
La reciente polémica demuestra que, para Erdogan, la cuestión armenia sigue siendo políticamente muy delicada. De ningún modo podría el presidente permitir que, desde el exterior, le marcaran la agenda en este terreno. Tal cosa tendría para él un efecto devastador. El problema es que, con su sobreactuación contra las palabras del Papa, ha sentenciado su suerte en el ámbito internacional, además de frustrar toda esperanza –si es que quedaba alguna– de dejar pasar el 24 de abril sin demasiado ruido.
El Parlamento Europeo aprobaba el 15 de abril una resolución en la que se reconoce el genocidio armenio, y alentaba a Turquía a reconocerlo. Barack Obama seguramente no tendrá ya más remedio que emplear este término el 6 de mayo en su programada visita a una iglesia de Washington para conmemorar el genocidio armenio. Hasta ahora, el mandatario se las había ingeniado para aludir a la matanza sin emplear la palabra maldita, que tantos problemas podría crearle con su aliado turco. El presidente Obama se comprometió expresamente en su campaña electoral a hablar expresamente de genocidio, pero hasta ahora se las ha ingeniado para utilizar en su lugar la expresión Meds Yeghern o Gran Catástrofe. El equilibrio se ha puesto ahora mucho más difícil.
Aquella promesa pende ahora sobre su cabeza. La comunidad armenia en EE.UU. es de alrededor de 1,8 millones de personas, la más numerosa después de Rusia (2,5 millones) o de la propia Armenia (algo más de tres millones de habitantes). Hay importantes comunidades armenias también en Francia (algo menos de un millón), Irán, Argentina (el entonces cardenal Bergoglio tuvo estrecha relación con los armenios como arzobispo de Buenos Aires), Líbano…
En total, se estima que los armenios en la diáspora son unos ocho millones. Este factor tiene dos importantes consecuencias:
Primera, que el genocidio sigue siendo una herida abierta y sangrante, puesto que todas estas personas son o se consideran descendientes de los deportados por los turcos.
Segunda, que a diferencia de lo que ocurrió con la población caldea o asiria masacrada por los Jóvenes Turcos (los cristianos del actual Iraq), los armenios cuentan con importantes comunidades, políticamente muy influyentes, con la capacidad de situar el asunto en la agenda internacional.
Protocrimen contra la humanidad
El Gobierno turco puede llegar a admitir que un importante número de armenios murió durante el desmembramiento del Imperio Otomano, pero hasta ahora se ha negado visceralmente a reconocer que estos hechos sean equiparables a los genocidios perpetrados por los nazis, la Unión Soviética o la Camboya de Pol Pot.
El problema para Turquía es que el propio término genocidio fue acuñado para describir la matanza de armenios en 1915. Su autor, Raphael Lemkin, un judío polaco superviviente del Holocausto, mantenía que Hitler reprodujo esos mismos métodos contra los hebreos. En 1945, Lemkin logró que las Naciones Unidas adoptaran el término.
Los armenios tienen también el triste honor de ser el primer pueblo víctima de una matanza calificada de crimen contra la humanidad. El término fue utilizado por primera vez por el entonces embajador norteamericano en Turquía, Henry Morgenthau (posteriormente, destacado miembro de la Administración Roosvelt), en el año 1915 para describir la que calificaba como sistemática deportación, persecución y matanza de armenios.
Genocidio y crimen contra la humanidad son, por tanto, términos creados a medida de las víctimas de 1915. Pero han pasado ya 100 años de aquellos hechos. Apenas ningún grupo armenio esgrime ya reivindicaciones territoriales o económicas frente a Turquía. Lo que sí le exigen los armenios a Ankara es que se reconozca la verdad histórica. Sin ese reconocimiento, será imposible la reconciliación entre turcos y armenios, y el asunto del genocidio seguirá enturbiando las relaciones de Turquía con el resto del mundo.