“Argentina y sus candidatos debería estar de duelo, sin embargo bailan…bailan” Ha definido con la claridad de su pluma y verbo Santiago Kovadloff, refiriéndose al presente de nuestro País y lo que se avizora en el futuro inmediato de cara a la próximas elecciones.
Tomándome de esas palabras, dejo de lado la payasesca presentación de los presidenciables en televisión, me centro en el duelo en que deberíamos recogernos para intentar de una vez por todas sacar a la Argentina de sus ruinas.
Siempre me pareció patético que los candidatos tras ofrecerse como alternativa de cambio para las situaciones de pobreza, inseguridad, marginación, injusticia, en que se vive, festejen alegremente su triunfo electoral. ¿De qué se alegran? Tengo la sensación de que se alegran por el cambio que sufrirá su patrimonio económico. De lo contrario deberían llorar por la ardua tarea que les espera. O al menos solo agradecer la confianza que se les ha depositado y convocar a un duelo, para a partir de allí, tratar de recomponer la sociedad en todos sus aspectos.
¿Cuándo fue que la Argentina comenzó a destruirse como conjunto y en sus obras? ¿Es que alguna vez lo fue? ¿Alguna vez construyó? Basta rememorar el exilio del General San Martín, incapaz de soportar las luchas fratricidas y mucho menos tomar partido por alguna de las partes, para advertir que viene de muy larga data.
De modo que la larga noche de la postración tiene fecha incierta, con algunas luces que se encendieron y parecían alumbrar una realidad distinta. Solo fueron efímeras e insuficientes para construir bases sólidas. Cada conquista fue más producto de la propia evolución humana que de aciertos en las conducciones. Así mientras otros países pasando por situaciones similares o peores que las nuestras lograron un desarrollo que superó por mucho a la de la Argentina.
Es inútil detenerse en la generación del 80, el populismo de Irigoyen, el totalitarismo de Perón, los patéticos gobiernos de Frondizi o Illia, la guerrilla, la incapacidad de Isabel, el nefasto Proceso y sus sucesores con la falsa promesa de las bondades de la democracia de Alfonsín, la ola privatizadora de Menem o la corrupta gestión de los Kirchner.
Más nos vale mirarnos a nosotros mismos como cómplices de ellos y aceptar nuestras falencias para corregirlas y emprender definitivamente el camino de la construcción de un País libre, justo, respetuoso de las leyes que deberemos redefinir, sin pobreza, sin marginados, con límites a los violentos, los ladrones, los corruptos.
Es una hora de grandes decisiones. De tirar a la basura todo el pasado, tomando este presente como parte de él. Eso significa empezar de cero como si nunca se hubiera hecho nada o retrotraernos a lo que parece lo más fundacional que es la Constitución de 1853.
No es momento de bailar sino de hacer duelo por los millones de argentinos y extranjeros de buena voluntad que vinieron a esta tierra de esperanza, desaparecidos a manos de quienes se arrogaron el derecho de decidir sobre la vida, las obras, los proyectos y los sueños.
No es este relato del actual gobierno, ni los anteriores relatos que nos hicieron otros que gobernaron, sino nuestro propio relato que nos hemos inventado, coincidente circunstancialmente con el poder de turno. “El granero del mundo”, “No se come como en la Argentina”, “Dios es argentino”, “Roban pero hacen”, son frases auto inventadas para mirar hacia otro lado mientras caen los escombros.
Convenzámonos de que no es un personaje quien nos llevará a la unión, al progreso y desarrollo, sino una idea de lo que queremos ser como personas, como coterráneos, como sociedad, como Nación, como República. Dejemos de escuchar a quienes solo buscan saciar sus ansias de poder o de dinero y prestemos atención a las voces que hablan de valores supremos.
Mario R. Martín