La tarde en que Nelson Mandela salió de la prisión después de su retiro forzado de 27 años los ojos sus hermanos brillaban de la emoción al ver que se liberaban ellos mismos de las cadenas del odio y del revanchismo.
Mandela es el líder mundial cuya influencia moral trascendió fronteras por no hablar en nombre de ninguna religión o ideología sino como un simple integrante más de la raza humana.
Es que el brillo de la mirada de un líder, un padre, un maestro, lo dice todo.
El sentido de la vida se concentra y resume en ese pestañeo que en una milésima de segundo, sin decir nada, lo dice todo.
Es un símbolo y ejemplo de la mirada de quienes nos formaron. Es el recuerdo de garabatear “Mi mamá me ama”, reescrito también ahora como “mi mamá me mira”.
Es el mejor llamado a la conciencia si ésta se perdiera en los laberintos de la tentación. Su poder alertador nos recuerda al instante quién somos en caso de que lleguemos a olvidarnos quién fuimos.
Ante la corruptela en alza y los valores en baja, la justicia intenta imperar con más regulaciones, penalidades y controles externos que actúen como disuasivos. Bienvenida sea.
Pero tal vez haya también espacio para otros recursos emocionales que también colaboren para hacer cumplir lo que la ley manda y la ética exige.
Tal vez esa mirada-símbolo actúe como inhibidor ante la tentación fácil.
“La sonrisa de Mandela” del periodista y biógrafo John Carlin es un compendio de las virtudes del líder de la pacificación sudafricana. Carisma, empatía, perdón, amor en acción, ponerse en lugar del otro. Poderlo mirar en la cara.
Entonces ¿si es conocido el poder curativo de una sonrisa, no podría ser también igualmente efectivo el recuerdo de una mirada proba como método adicional de prevención?
La simple imagen de la mirada fresca, sabia, profunda, incontaminada, de “Madiba” Mandela, el cariñoso apodo equivalente a nuestro “Tata” con que lo llamaba su pueblo tal vez pueda cumplir un efecto de vuelta al redil de la oveja descarriada.
Herramienta blanda que en el platillo de la balanza justiciera acompañe el endurecimiento de penas contra la epidemia de la corrupción, que corroe conciencias como un óxido devastador.
Hoy más que nunca la tentación está al alcance de la mano y del bolsillo. Oídos sordos, ojos ciegos. Hacer y dejar hacer, como consigna. Tal vez sea el momento de intentar reescribir “Cambalache”, pero en sentido positivo.
En ciertas tribus africanas, la mujer cuando está embarazada se le crea una canción para el hijo por nacer, con la ayuda de su familia y comunidad. Esa será la canción que le acompañará de por vida y le será cantada al cumplir años, al casarse, al morir.
Y si se apartara de las normas sociales, no se le castiga. Se conforma un círculo a su alrededor y se le canta “su” canción recordándole quién era. La mirada de quienes lo quieren y conocen, aún desde antes de haber nacido, y simplemente con el poder de la mirada logran que vuelva a su eje, se reencuentre consigo mismo. Es el mismo efecto encausador que tiene el mirarse a sí mismo.
Capaz que la imagen/símbolo de la mirada de Mandela actúe como esa simple gota en el océano de la que hablaba Teresa de Calcuta. Un granito de arena más en la reconstrucción de nuestra propia identidad y sentido de pertenencia a una humanidad a la que nos debemos, tal como reza la milenaria filosofía africana del Ubuntu que Mandela ejercitó ejemplarmente en su vida pública y privada.
Será la mirada simbólica de quienes forjaron nuestros valores, de quienes nos sucederán.
La única riqueza que nos es lícita y permitida tomar del otro, en nuestro propio beneficio.
(*) Rafael Jijena Sánchez, es conferencista motivacional, creativo publicitario, escritor y editor. El autor disertará en la 2da. Asamblea del Distrito 4849 del Rotary Internacional, el 16 de abril, a las 10 hs en el Centro Cultural Gral. San Martín, Las Termas de Río Hondo, sobre el tema “Pensar como Mandela, Soñar como Martin Luther King, Cambiar como Gandhi” de acceso libre y gratuito.