“Sacheri: predicar y morir por la Argentina” es el título del libro escrito por el doctor Héctor Hernández, en homenaje a quien en vida fuera el doctor Carlos Alberto Sacheri, injustamente asesinado por la terrible conspiración montonera-militar, en diciembre del año 1974.
Carlos Alberto Sacheri es uno de los mártires de una época donde la subversión, cobijada por quienes planificaban la toma del poder, eliminaba de manera vil y cobarde a quien se le ocurriera con el propósito de crear caos en la sociedad, pero fundamentalmente a quienes como Sacheri, representaban la verdad y el bien.
“Sacheri era un profesor católico de verdad. Unía armónicamente su sabia doctrina y su vida. Por eso su docencia era viva y acogida con agrado y provecho por sus discípulos, que lo veneraban y que hoy lo recuerdan con cariño. Era demasiado grande y demasiado bueno para este mundo. De aquí que los subversivos pusieron los ojos en él para eliminarlo, traidora y vilmente lo asesinaron en su propio auto, cuando viajaba con su esposa y sus hijos después de oír misa y comulgar”, decía Monseñor Octavio Derisi.
Lo significativo de la muerte de Sacheri es la indiferencia de la clase política, medios de difusión y formadores de opinión, en contraposición a otras muertes, igual de injustas, pero cuyas víctimas despiertan simpatías ideológicas.
Sacheri forma parte, en este caso físicamente, de la desaparición de millones de argentinos de la posibilidad de la construcción colectiva de una nación. Porque la discusión sobre si fueron 30.000 o menos, es ociosa e inconducente. La realidad de lo que pasó en la década del 70 es la situación presente de la marginación de millones de argentinos de la vida activa con su secuela de hambre, miseria, desocupación y bajos ingresos.
Ignorar la muerte violenta de Sacheri, recordando la de otros, como Rodolfo Walsh que militaba entre los guerrilleros asesinos y con sus escritos propiciaba la entrega de la riqueza a los imperialismos de moda, constituye una ignominia y toda una definición de la cultura triunfante que permitió finalmente la destrucción de la Argentina como nación pujante y desarrollada.
Sacheri advertía sobre esto con su crítica al comunismo y al liberalismo por igual. Pero era lo que justamente tanto a los militares golpistas como a sus funcionales guerrilleros no les convenía en su afán desmedido de poder y riqueza.
Hoy día, a raíz de lo que va descubriéndose en los saqueos que 12 años de kirchnerismo le han hecho al país, muchos se preguntan ¿Para qué querían tanto dinero? La respuesta se encuentra en esa cultura del relativismo moral que conduce a una desenfrenada búsqueda de valores materiales. Este es el logro de aquellos años de muerte cuyos símbolos son los Walsh, lo extranjerizante y las víctimas los Sacheri, lo nacional.
A continuación reproducimos un par de artículos que permiten el conocimiento más acabado de la personalidad de Carlos Alberto Sacheri.
Semblanza de Sacheri
Por Héctor H. Hernández
Lo esencial es instaurar sin descanso la unión indisoluble de la religión y la vida *.
Carlos Alberto Sacheri nació el 22 de octubre de 1933 en la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, en una casona que hoy no existe, ubicada en Avenida Las Heras, esquina Scalabrini Ortiz. El alias que siempre tuvo en todas partes fue “Buby”.
Fue el cuarto hijo del abogado y general de la Nación Oscar Antonio Sacheri, de origen familiar piamontés, argentino nacido en Buenos Aires pero crecido en Corrientes, que supo tener campos y actividades industriales allí; y de María Elena Kussrow, argentina, de Buenos Aires, de familia por una parte oriunda de Alemania, Hannover, y por otra de vieja ascendencia argentina santafesina. El matrimonio se instaló inicialmente en Corrientes y alcanzó a tener 7 hijos: Oscar Antonio y Ricardo Federico, nacidos en aquella ciudad; después que se trasladaron a Buenos Aires nacieron Magdalena, nuestro Carlos, Jorge Alfredo, María Teresa y Raúl.
Carlos pertenecía a la parroquia del Pilar, donde fue Presidente de los Jóvenes de Acción Católica, tarea en que lo sucedió su hermano Jorge. Allí regresó, ya doctorado, y dedicó gran parte de su tiempo a charlas y conferencias para jóvenes y adultos, que pronunciaba aunque hubiese muy pocos oyentes.
Cursó estudios jurídicos sin completarlos, pues aunque la doctrina del derecho en general le interesaba (a lo que se unía la indisimulable insinuación paterna), le atraía más la filosofía. Tampoco obtuvo título de grado en esta disciplina, siendo sus estudios más formales en la materia los que practicó desde los 15 años con el Padre Julio Meinvielle, principalmente siguiendo los cursos sobre la Suma Teológica de Santo Tomás en la Casa de Ejercicios de la Calle Independencia, que abarcaron desde el principio de la Suma (clases a las que concurría muchísima gente) hasta el final (donde sólo quedaron Sacheri y unos pocos más). La condición de discípulo, sea respecto de aquel sacerdote, sea de Santo Tomás, se dio en él de un modo fuerte y paradigmático.
Se vinculó al grupo universitario del entonces jesuita Juan Rodríguez Leonardi, y llegó por esa vía al profesor Emilio Komar, por lo que sus primeras clases universitarias las dio en los cursos de éste, en la Universidad del Salvador, a mérito de lo cual (“profesor en una universidad católica”, la primera de Argentina) sería luego admitido a la Licenciatura en Canadá sin tener estudios de grado. Aprendió de Komar el seguimiento de la senda intelectual que en la Argentina trazaron los Cursos de Cultura Católica, dirigidos por Tomás D. Casares –abogado y filósofo que alcanzó la presidencia de la Corte Suprema de Justicia de la República Argentina–, y el estilo de “seminario europeo” al que se ceñía el profesor esloveno, esto es, el de un verdadero diálogo universitario.
En 1956, a los 23 años, inició su único noviazgo. Se casó con María Marta Cigorraga el 19 de diciembre de 1959, en la Iglesia Catedral de San Isidro. Exactamente un año después nació el hijo mayor. Tuvieron ocho: José María, María Marta (nacida en Canadá), Cecilia María, Pablo María, otra niña que murió poco antes de nacer (en Quebec, Canadá, hacia fines de 1966), Inés María, María del Rosario y Clara María Sacheri. Hay 17 nietos de Carlos.
En 1961 ganó la beca del Conseil des Arts du Canada en concurso internacional para estudiar en la Universidad Laval, de Quebec, por el período 1961-1963. Pidió licencia en su puesto de trabajo –era jefe de investigaciones de la Fundación PASS, Programa Argentino de Seguridad social– y el joven matrimonio partió hacia el norte con su hijo José, de un año. Su principal profesor allí fue Charles de Koninck, que quizá haya sido, junto con el P. Meinvielle, uno de los mejores tematizadores del bien común y su primacía sobre la persona humana, contra el personalismo maritaineano. No se quedó corto en maestros nuestro héroe.
Jacques Maritain y el personalismo, con la distinción entre individuo –que sería la parte material del hombre– y persona –que sería lo espiritual–, sostenían que el hombre se subordina al Estado en tanto individuo. Con lo que el Estado, como el maestro Meinvielle lo puntualizó muy bien, se convierte en un Estado materialista, que abarca o subordina a los individuos en su materialidad, en su animalidad. Por donde la lógica es el Estado absolutista en que el hombre carece de derecho alguno… Pero hete aquí que el Estado, por su parte, se subordinaría –siempre según los “personalistas”– a la persona, es decir, a la dimensión espiritual del hombre… Así se llega no ya a un estado de derecho, sino a la anarquía. La distinción entre individuo y persona, así entendida, y las relaciones que Maritain establece, llevan a una verdadera contradicción: o el Estado es absolutista y materialista, o el Estado es liberal en un sentido algo espiritualista pero, de suyo, anárquico.
Estas cosas fueron criticadas con toda lucidez por De Koninck y Meinvielle. ¿Qué sostienen estos dos contra aquella doctrina? Pues que no se puede hacer esa distinción entre individuo y persona. La subordinación al bien común hay que entenderla no como la subordinación del bien particular al bien común, que en realidad es algo tan obvio como la que hay de la parte al todo, y la persona es parte, sino la de la persona al bien común. Todos nos debemos subordinar al bien común. Que no es el bien de un conjunto de plantas, ni del Führer, ni del jefe, ni del partido, ni de los otros. Es un bien que no es ajeno. Es propio y personal, pero no individual mío. Es de nosotros. Es de la persona pero, en rigor, de las personas, en comunidad. Es el mejor bien de las personas. Es la felicidad de las personas.
Sacheri se licenció en filosofía con mención “magna cum laude” (título otorgado el 1º de junio de 1963). Además de realizar sus estudios de licenciatura, dio en Canadá clases, destacándose por su solvencia y por su claridad expositiva. Llamó la atención de sus alumnos, y los cautivó, al suprimir los manuales y ponerlos en contacto directo con los maestros.
Tras una estadía argentina, que fue desde el invierno de 1963 a 1965, emprendió un nuevo viaje al Canadá para hacer el doctorado, ya no como becario sino como profesor contratado. Se doctoró, nuevamente “summa cum laude” (título expedido el 8 de junio de 1968), con la tesis aún inédita, escrita en francés, Existence et nature de la délibération.
Al retornar a la Argentina fue contratado para seguir dando clases en Canadá, adonde volvía durante los veranos para aliviar el magro presupuesto familiar. Es en Canadá donde conoció a Jean Ousset y al movimiento “La Ciudad Católica”. Se diría que allí, donde le ofrecieron quedarse, estaba en su ambiente de filósofo: daba clases y conferencias, dialogaba, enseñaba, estudiaba y aprendía, viajaba en representación de la Universidad Laval, era conocido y empezaba a ser admirado por todas partes. En ello coinciden todos los testimonios recogidos. Sin embargo, le faltaba algo. Le faltaba la Patria.
Él quería enseñar en la Argentina, y volvió para hacerlo. Se instaló en la casa de San Isidro, que se pobló con más hijos. Padre y esposo ejemplar, compañero, severo cuando había que serlo, catequista, buscaba darse tiempo para “estar” en la casa, o para llevarlo a José, aun desde muy chiquito, a escuchar sus conferencias.
Retomó su vinculación con la Acción Católica del Pilar; se unió a la Agrupación “Misión” y al Colegio San Pablo; participó de “La Ciudad Católica” y colaboró en la revista Verbo, convirtiéndose en el principal referente de todos esos emprendimientos.
Fundó el IPSA (Instituto de Promoción Social Argentina) y organizó cuatro de sus congresos anuales (1969, 1970, 1971 y 1972). Estos congresos, generalmente eran de tres días, y aprovechaban las fiestas de la Asunción y de San Martín, cuyos simbolismos religiosos y patrióticos se utilizaban didáctica y apostólicamente. Quizá en el plano de la organización social fueron la obra máxima de Carlos, los que imprimieron su marca, y el indicador del estilo que, quizás, hubiera tenido cualquier obra suya futura en el orden político. Se caracterizaban tanto por la ortodoxia como por la excelencia y el diálogo amistoso, la exclusión de todo sectarismo o acepción de personas y la exquisita mezcla de ejercicio religioso, actividad académica, encuentro de planificación política y reunión de amigos. Continuaron realizándose después de su muerte y llegaron a totalizar alrededor de 20 de alcance nacional, además de los regionales.
Dictó cursos de filosofía en el Instituto Terán y, asimismo, dio clases en el Centro de Estudios Superiores “San Alberto Magno”, dirigido por Gerónimo Garrido y con Fray Alberto García Vieyra como Asesor. Pronunció, simultáneamente, cada vez más conferencias en Buenos Aires y en todo el país, principalmente en Corrientes, y ante los más variados auditorios, militares, civiles, académicos, sindicales, religiosos… iba a todas partes. En todas partes se sabía hacer entender.
Ingresó como profesor en la Universidad Católica Argentina, donde lo llenaron de clases y cursos en distintas facultades. Habiendo sido designado para dar filosofía del derecho en la Universidad Católica de Mar del Plata, no pudo hacerse cargo en virtud de su segundo viaje a Canadá.
Ganó por concurso el cargo de profesor de Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas en el ingreso a la Facultad de Derecho de la UBA, donde fue, además, designado director del Instituto de Filosofía del Derecho. Son unánimes los testimonios en el sentido de que cautivaba al alumnado. (Un testimonio que no se ha podido confirmar asegura que el viernes 20 de diciembre de 1974 había sido designado director de todo el curso de ingreso de la UBA, lo que auguraba una acción político-cultural y apostólica mediante la cual se hubiera ocasionado un grandísimo bien a la Patria.)
Ingresó al CONICET, donde llegó a ser secretario académico. A pesar de que el Premio Nóbel Houssay se oponía a su designación, discriminándolo por su catolicismo, éste reconoció su valía y cultivaron una estrecha relación. Se preocupó por esa altísima expresión cultural argentina, sobre todo por su buena orientación y por la necesidad de que, en la Argentina, los investigadores pudieran vivir de su tarea. Fomentó la creación de distintas asociaciones civiles en contratación con el Estado para promover aquellos fines. De allí surgieron el Instituto de Filosofía Práctica, FECIC y muchos otros. Poco antes de morir, con el objetivo de volver a la investigación, renunció a ese cargo para incorporarse a la carrera de Investigador Científico.
Sacheri ejercitó y desarrolló un “patriotismo esencial”, y se incorporó al MUNA (Movimiento Unificado Nacionalista Argentino), formando parte de su Mesa ejecutiva en representación del Movimiento de la Nueva República, del que fue cofundador. El 14 de diciembre de 1974 asistió a la última reunión de aquella Mesa.
Fue el promotor decisivo de la vuelta a la actividad de la Sociedad Tomista Argentina, en 1974. Hacía años que dicha sociedad estaba inactiva, afectada por la conmoción que invadía al ambiente católico del postconcilio. Fue su secretario durante tres meses y hasta su muerte. Gracias a este empuje suyo se realizó la Cuarta Semana Tomista. Después del “envión sacheriano”, la Sociedad Tomista continuó su actividad prestigiosa sin interrupciones.
En todas las instituciones en las que participó, dejó la fama de hombre bueno, culto, caritativo, cordial, inteligente, alegre, completo… santo. Predicaba sin descanso. Fue a hablar adónde le pidieran: “Aunque sean tres, yo hablo”. Predicó en aulas universitarias y dio conferencias, intervino en paneles, organizó cursos y jornadas, viajó a Lausana, a Suiza, a Venezuela, a Canadá, a Estados Unidos, a Chile y (mucho) a Uruguay (sus últimos siete años seguidos). Y escribió. Mucho.
Las primeras etapas de su labor de escritor registran, entre otras, el aliento científico de sus recensiones en Sapientia, desde 1958 al 1960. Desde 1964 empezó a escribir en Verbo, con firma, con seudónimo o en forma anónima.
Su prédica sobre la situación de la Iglesia y, en especial, su denuncia de la acción de infiltración del ateísmo marxista, promotor de la lucha de clases a través del neomodernismo o progresismo, lo exhiben como el hombre adecuado en el lugar adecuado para hacer la denuncia teológica y puntual y esclarecer lo que todos estaban esperando. Esa prédica se transformó en los artículos que, luego, conformaron La Iglesia clandestina, único libro que publicó en vida. “La Iglesia Clandestina” es, aparte la denuncia teológica y personal de la subversión en la Iglesia, un llamado a los laicos a construir la Cristiandad. Esto es la política del Padrenuestro: “sea santificado tu nombre”, en los individuos y en los grupos; “hágase tu voluntad”, en el cielo, en la tierra, en la política. En todas partes. Cristo es Rey.
Además de todo esto –¿cómo hacía?… sólo una capacidad intelectual excepcional, una salud de hierro y un corazón caritativo pueden explicarlo–, se enfrascó en la preocupación por la política nacional. Fue el principal referente y fundador de la revista Premisa, a partir del 11 de enero de 1974, fuertemente opositora del gobierno de Isabel Perón, cuyo protagonista principal era el poderoso López Rega.
Fueron años de plomo, literalmente. La guerrilla argentina estaba en su esplendor: constituía un verdadero ejército, ya sea inspirado de modo textual, original y coherente en las ideas del ateísmo marxista (ERP) o recalando sustancialmente en ellas (Montoneros), sin descontar otras organizaciones menores. Se proponían tomar el poder en la Argentina por la violencia, que incluía secuestros, asesinatos, colocación de bombas de mortalidad indiscriminada, tomas de cuarteles, de sedes policiales, empresas, aviones e incluso de territorio y población, con miras a la “independencia” y el “reconocimiento internacional”, cosa inaudita en el siglo pasado salvo, quizá, Colombia. Contaban, como regla de acción, con el maquiavelismo propio de la “moral” marxista. La guerrilla argentina desplegó un poder que ninguna guerrilla de la época pudo igualar.
Pero a partir de 1973 se inició, por iniciativa del propio Juan Domingo Perón, que antes la había alentado, todo un vasto movimiento contra ella, altamente mayoritario y popular en el país, del que el jefe justicialista se convirtió en eje, pero que incluyó –sea en vida suya o, ciertamente, y sin ninguna duda, después– una sigla que respondía no a una organización propiamente dicha, sino a grupos enquistados en el poder comandados por José López Rega: la llamada “Triple A”. Que se guiaba por una “moral” parecida al terrorismo guerrillero. Durante el período “democrático” el terrorismo fue más importante y causó más muertes que durante el anterior gobierno militar, que terminó en 1973.
Sacheri denunció la herejía progresista; la doctrina y la guerrilla marxista; atacó siempre al liberalismo que originó la reacción comunista; no incurrió en doctrina ni en sesgos fascistas; se insertó en las fuerzas políticas nacionales y católicas, y fue fiero opositor del gobierno de turno encabezado por aquel personaje tenebroso al que apodaron “el Brujo”, sobre todo mediante su intervención en el periódico Premisa. De ahí la duda sobre quién lo mató: ¿fue la guerrilla marxista o el terrorismo de las AAA? – Lo cierto es que, fuere lo que fuere, en el comunicado firmado por el “Ejército de Liberación 22 de agosto”, las alusiones burlescas y sacrílegas a la religión y a Cristo Rey son lo más importante, que denota una pluma clerical y la revancha por La Iglesia Clandestina. Monseñor Tortolo, Arzobispo de Paraná y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, su obispo Monseñor Aguirre, Monseñor Bolatti, Arzobispo de Rosario, y Monseñor Derisi, fundador y Rector de la UCA, públicamente lo consideraron mártir, juicio que repiten innúmeros testimonios (alrededor de 160), escritos y orales, recogidos en mi libro “Sacheri, predicar y morir por la Argentina”.
Pensaba arquitectónicamente: todo el país, toda su realidad, todas sus facetas. Esto se ve hasta en los artículos más concretos y circunstanciales. Pero –universitario ante todo– destacó principalmente la cultura y la educación.
Fue en la Argentina del mes de diciembre de 1974, la Patria a la que había decidido volver en 1967 para predicar en ella las verdades del orden natural cristiano y la doctrina social de la Iglesia, que entendió, cultivó, construyó y aplicó como nadie en estas tierras. Estaba amenazado. Después de la muerte de Genta se le oyó decir “el próximo soy yo”. En una de sus últimas conferencias lo consideró a aquél un mártir de Cristo Rey. Siguió predicando … Fue asesinado cuando venía de Misa, enfrente de su casa, mientras iba en su auto con su mujer, sus siete hijos y tres amigos de ellos, alrededor de las diez y media de la mañana del 22 de diciembre de 1974. Todos quedaron cubiertos, literalmente, con su sangre.
Fue una catástrofe para la Argentina doliente, que nos sigue interpelando por la sangre del hermano muerto. Era el mejor de nosotros. No hemos estado a su altura. Su sangre mártir es la prenda de un renacer de la Argentina cristiana.
Héctor H. Hernández
* Sacheri, Carlos A., “Naturaleza humana y relativismo cultural”, en “Universitas”, nro. 17, Pontificia Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1970, p. 63.