He compartido en estos días muchos debates acerca de las posiciones entorno a la despenalización del aborto. Lo más enriquecedor es la argumentación necesaria para poner en palabras aquello que «creemos». De hecho, cada vez más entiendo que se trata de «creer». ¿Qué comprobación estrictamente científica (según la ciencia empírica) existe de que un ser recién concebido por dos seres humanos no es persona? Aparentemente ninguna.
Sin embargo, muchas posiciones a favor de la despenalización así lo «creen». Creen que no existe la persona hasta pasadas algunas semanas o meses desde la concepción. Se trata, por lo tanto, de un mito, ya que no está eso comprobado (y parece que nunca lo estará) científicamente. Quienes buscan la despenalización, «creen» que no hay persona humana.
También hay quienes «creen» en la vida desde la concepción, y por lo tanto, esperan que la sociedad así lo reconozca con el peso de la Ley.
Si el criterio que usamos es el de la evidencia científica ¿quién estará más aproximado a la posición más justa? ¿Cuál de los dos «mitos» es más verificable? ¿Se trata de vida humana desde la concepción o se trata de otro tipo de vida? ¿Quién establece cuando empieza la vida humana? Minutos antes o minutos después de los tres meses de gestación, ¿qué es lo que cambia radicalmente la concepción de persona? ¿Es acaso la evidencia científica en el asunto? Al parecer, no.
Debemos notar que estamos a punto de decidir sobre lo que puede llamarse sin dudas un mito: aquel que «cree» en la no existencia de la persona humana desde el momento de la concepción.
El problema, por tanto, es más que nunca un problema moral, no científico. Lo científico está ya descontado, está dado por resuelto a favor de la vida humana desde la concepción. Como se trata, en cambio, de un problema de decisión moral, debemos votar. Porque los seres humanos no vivimos en base a lo que verificamos «científicamente». Nuestras decisiones más importantes las tomamos en base a nuestra moralidad. Eso sí: el resultado de la votación y la consecuente aplicación de la Ley, no va a modificar, por sí mismo, la moralidad de las personas. Va a modificar e influir, sobre las conductas.
En todo debate al respecto queda claro, finalmente, cuán necesario y cuan «real» es el mito en la vida de las personas. Si hemos vivido mucho tiempo bajo el influjo del «mito» religioso, hoy, muchos, se dejan guiar por el «mito» ateo-humanista que intenta aplicar un nuevo concepto de persona que prescinde de lo que dictan y evidencian la inteligencia y la razón.
Mientras tanto, otros, alejados ya de los argumentos racionales sobre el concepto de persona, defienden, en torno al tema, el concepto de libertad. Pero alejados de la discusión sobre el concepto de persona ¿qué argumentos pueden presentar ante lo evidente que resulta que una mamá no puede disponer a su antojo sobre el bienestar de su hijo ya nacido? Si debe cuidarlo y protegerlo cuando nace, ¿por qué no debe protegerlo antes de nacer?
Queda claro así que no podemos escapar, en el debate, del concepto de persona. Todo será definido, entonces, por aquello que «creemos».
Mario A. Martín
Colaborador de la redacción de Sexta Sección
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