Lic. Daniel Fernández
Psicólogo y autor del libro “Los laberintos de la mente” (Editorial Vergara).
Introducción al tema
La vida no es una plácida pradera sobre la cual deambular. Las encrucijadas nos aguardan y nos ponen a prueba. Por el solo hecho de vivir, el conflicto habrá de estar presente. Pero vivir no es existir, ni caminar es avanzar. Una existencia auténtica implica que nos interroguemos ante cada obstáculo, que resolvamos los acertijos de nuestro laberinto. Y solo habrá de ser posible resolverlos a partir de nuestra capacidad consciente de detectar los interrogantes y de hacernos cargo. Carl G. Jung afirmaba que cuando una persona no tomaba conciencia de sus contradicciones interiores, la realidad forzosamente representaría el conflicto.
Son muchas las maravillosas funciones de tu conciencia, pero no siempre son en verdad funcionales. ¿Acaso crees que siempre percibes la realidad tal cual es? ¿No has tenido dudas? ¿Nunca se te dificultó tomar una decisión? ¿No has pensado y pensado en ocasiones sin lograr vislumbrar un atisbo de claridad? Son múltiples las situaciones que pueden enturbiar tu capacidad de percepción, de análisis, de acción. Sí, muchas y diferentes ataduras pueden sujetar tu conciencia a la confusión, privándote de la paz y de la libertad para actuar de un modo saludable. Algunas de esas ataduras serán prejuicios, mandatos familiares y sociales, creencias equivocadas, inhibiciones, angustia, miedos diversos, vivencias pasadas traumáticas e irresueltas, culpa, rencor, determinaciones inconscientes, etc. La lista es variada y son fuente inagotable de conflictos.

Un problema de percepción de la realidad
Siempre, en cada uno de nosotros, existe una pérdida de realidad. ¿A qué se debe esto? A que algunos sucesos que nos toca vivir pueden ser intolerables para nuestra conciencia. Puede que se trate de situaciones pasadas traumáticas, graves, dolorosas, no admisibles por nuestra escala de valores, no compatibles con un rígido y severo “deber ser” que nos condiciona, angustiantes por demás para nuestro sistema de percepción consciente. He ahí que un mecanismo de nuestro aparato psíquico denominado “represión” actuará de censura, haciendo que dichas vivencias sean olvidadas por nosotros de manera total o parcialmente. ¿Qué ocurre con el registro de dichas vivencias? Será alojado en el inconsciente, a donde no tenemos acceso por medio de la voluntad. Pero lo que yace en el inconsciente no desaparece aunque conscientemente no sepamos nada de ello. De hecho, sigue pulsando por asomar a la conciencia, lográndolo muchas veces en actos fallidos, chistes o de manera deformada en algún sueño.
Cuestión de identidad
De alguna manera, la sensación de estar atrapado no es más que el resultado de tu confusión, de un problema de identidad. Necesitas ver claro y, para conseguirlo, sería oportuno que te detuvieras en tu transitar y te hicieras una pregunta fundamental: ¿Quién eres?
Seguramente la pregunta recién enunciada te resulte sencilla, pero verás que al intentar responderla lo harás pensando en la visión que los otros tienen sobre ti. Incluso es probable que pretendas contestarla a partir de explicar qué haces o a qué te dedicas, es decir a partir de acciones. Sin embargo el cuestionamiento acerca de quién eres es en verdad profundo y personal, y una respuesta al mismo no puede ni debe limitarse a lo que los otros crean ni a lo que tú hagas. Hazte un favor, vuelve a tomarte un momento y pregúntate de nuevo quién eres.
Es obvia la importancia de saber quién eres, lo relevante de reconocer tus deseos y aquello que te define y te da identidad. También es evidente cómo influyen en ti los otros, sus expectativas sobre ti y sus demandas, los mandatos que inconscientemente te rigen. En ese interjuego de fuerzas, entre quien eres y quien los demás esperan que seas, tu verdadera esencia no es más que una insignificante pelota de ping-pong que va y que viene ensayando identidades.
La esfinge personal
En la mitología griega, la figura de la Esfinge cobra particular relevancia debido a su alto valor simbólico. Se trataba de un demonio de destrucción que castigaba a la ciudad de Tebas. Con cuerpo de león y enormes alas, se interponía ante el caminante con un acertijo que debía ser descifrado. Y todo aquel que, víctima de la ignorancia, no lograba resolverlo, perecía sin remedio al ser devorado por la horrenda criatura.
Ahora haz de cuenta que la Esfinge no es más que el problema que te toca atravesar. Claro que no me refiero a cualquier problema sino a ese que suele aparecer en tu transitar, a veces con un nombre, a veces con otro. Pero ya empiezas a advertir que, más allá del disfraz ocasional que tenga, siempre se trata de lo mismo. Es ese obstáculo externo que ha vuelto a aparecer. ¿Otra vez el mismo inconveniente en una nueva relación de pareja? ¿De nuevo alguien que creías un amigo te decepciona de igual forma que amigos anteriores? ¿Te ha tocado un docente que te desagrada a punto tal de plantearte abandonar tus estudios, como ya lo has hecho con estudios previos cuando padeciste a un docente similar? Deja ya de pensar que es mala suerte. Se trata simplemente de tu Esfinge. Sí, de un obstáculo anterior que se repite y te interroga. Y la pregunta es: “¿Qué tienes que ver tú con ese obstáculo externo?” Para que entiendas con mayor claridad de qué te estoy hablando, a continuación verás algunos ejemplos muy sencillos.
Recuerdo el caso de un paciente que me hablaba de su amargura cuando se aproximaban las fiestas de fin de año. Veía estas fechas como un grave inconveniente que le costaba atravesar. ¿Crees que ese es acaso un problema que tiene todo el mundo? Por supuesto que no. Esto no es un obstáculo para todos, pero sí para él. Por lo tanto ese obstáculo externo (fiestas de fin de año) era un problema por la existencia de un obstáculo interno, que solamente residía en él y que tenía que ver con su historia. El obstáculo en lo exterior (Esfinge), con su aparición, le daba a Luis la oportunidad de resolver un enigma: ¿Qué problema tenía él como para que aquello de afuera le resultara problemático?
También recuerdo a otro paciente, que estudiaba en la universidad y veía como un obstáculo infranqueable tener que dar examen oral o exponer algún tema frente al resto de la clase. Sin importar cuánto hubiese estudiado, la exposición ante los otros le resultaba insoportable. Para ello, solo cursaba las materias en las que los exámenes eran escritos y en donde nunca tuviera que exponer una monografía frente a sus compañeros. Pero, a menos que alguna vez cursara también las otras materias, se vería imposibilitado de recibirse. ¿Es este el ejemplo de un obstáculo externo común al resto de los personas? No lo es. De hecho hay estudiantes que prefieren los exámenes orales a los escritos y también están aquellos a los que les gusta exponer frente a sus compañeros. Incluso existirán otros a quienes estas cuestiones les resultan indiferentes. Por esto es que, para dicho paciente, el obstáculo (externo) era tener que exponer y él se limitaba a tratar de evitarlo, pero el verdadero obstáculo (el interior) era por qué a él le aterraba hacer tal cosa.
Otro ejemplo es el de una paciente que se lamentaba de que todas sus exparejas fueran hombres abusivos. Incluso había sufrido violencia de género de sus dos últimas parejas. Y en la oficina en la cual trabaja, su jefe era particularmente maltratador con ella. ¿Acaso se lo merecía? Nadie merece ser maltratado. Pero sucede que a quienes son abusivos esto no les importa y encuentran blanco fácil en personas frágiles, confiadas, vulnerables. Ella podía correrse de una relación cuando esta ya se tornaba demasiado violenta, pero recién después de haber soportado un largo infierno. También podía en un futuro abandonar su empleo, cuando ya no lo pudiera resistir un minuto más. Siempre se trataba de la Esfinge. ¿El obstáculo externo? La existencia de esos malos hombres. ¿El obstáculo interno? Por qué ella inconscientemente se vinculaba con ellos y los soportaba tanto tiempo.
Así como en los ejemplos mencionados, también tú eres el artífice de tu propio laberinto. No puedes seguir culpando a tus cimientos durante el resto de la vida. Ya sea que los ladrillos que hayas ido colocando entorno tuyo fueran producto de tu compulsión a la repetición, o que procuraran taponar antiguas necesidades insatisfechas, o que fueran un cúmulo de miedos diversos, o que hayan tenido por fin tapar vacíos existenciales, lo cierto es que los has ido colocando tú y te representan. Y si no adviertes que las paredes de tu laberinto son de espejo, que solamente reflejan algo tuyo que es interno y que debes resolver, seguirás extraviado para siempre.
Puede que ya estés harto de los conflictos de tu laberinto, pero intenta asumirlos como desafíos. Cada uno de tus conflictos no solo te sucede a ti sino que también habla de ti. Estar atrapado es la resultante de tu confusa identidad. Definir quién eres es descubrir quién quieres ser, y será así que podrás vislumbrar un destino adecuado hacia el cual guiarte. Recuerda que cada obstáculo que se interpone ante tu paso es un espejo y plantea un enigma a resolver. La salida posible del laberinto dependerá de que puedas descifrarlo, de que logres comprender que la problemática que se manifiesta externamente es solo el reflejo de conflictos interiores y menos visibles. Es allí, en tu interior, donde reside la verdadera raíz de tus conflictos.
Sitio web del autor: www.espaciodereflexion.com.ar
Ver también
https://www.sextaseccion.com/libros/el-origen-de-tu-angustia/