Desde 1983, la Argentina está intervenida por la socialdemocracia global
Por Iris Speroni, de www.laprensa.com.ar
La Argentina está intervenida ininterrumpidamente por la socialdemocracia, en particular, la socialdemocracia europea, desde el año 1983. Tal vez sea el correlato de perder la Guerra del Atlántico Sur (Malvinas).
La Constitución de 1853 establece que la Argentina es una Nación soberana libre de relacionarse con otras. En las últimas décadas se consolidó en Occidente otra forma de interacción, distinta, que busca suprimir a las naciones y reemplazarlas por organismos supranacionales. Se consolidó como el orden dominante a partir del presente siglo.
Está dirigido por una alianza integrada por las empresas multinacionales, los grandes bancos, las burocracias tanto de cada país como de los organismos supranacionales, la totalidad de la prensa, los artistas y las jerarquías universitarias (la Academia). Lo que Nigel Farage denomina el establishment.
Todos ellos han montado un andamiaje cultural que denigra a las personas que aman su bandera, su himno, sus costumbres. La élite los trata de ignorantes y brutos. Dominan Occidente.
En nuestro país – al igual que en otros – hay consecuencias claras: a) la Argentina no es libre de firmar un tratado de libre comercio sin contar con el consentimiento del Mercosur, esto es, de Brasil; b) la Argentina ha delegado en el CIADI, un tribunal que depende del Banco Mundial, la mediación de algunos conflictos entre el Estado y empresas privadas.
El Mercosur
El Mercosur se comenzó a gestar durante el gobierno de Alfonsín. La propaganda, en su momento, era que nos abriría mercados con su consecuente prosperidad. Lejos estuvimos de tan nobles objetivos.
Se construyó una gran muralla arancelaria que hace imposible, para los ciudadanos de los países integrantes, importar nada del mundo exterior.
Esta barrera fue lo que necesitaban las grandes empresas multinacionales para abandonar la Argentina y mudarse a Brasil sin perder el mercado argentino. Este último punto es extremadamente importante.
La Argentina se quedó sin industrias, porque hubo una masiva mudanza a Brasil. Al quedar sin industrias propias, lo lógico es que pudiéramos importar del mejor postor, y así abaratar nuestros costos, tanto de insumos si queda alguna actividad en pie o de productos de consumo para abaratar nuestro costo de vida. No.
La Argentina, que era un país industrial, ya no lo es, sigue comprando productos de mala calidad -brasileños- y a precios el doble de los internacionales para proteger a las industrias extranjeras que decidieron instalarse en Brasil y a los industriales paulistas.
El Mercosur, claramente, fue la campana de largada para implementar un plan que se dio en simultáneo en varios países de Occidente. Fue premeditado, como supimos al iniciarse las reuniones de Davos.
El objeto era bajar la demanda de trabajo en los países altamente sindicalizados: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Argentina -para quebrarle la moral y el espinazo a los distintos sindicatos- y trasladar esas empresas a otros de baja o nula cultura sindical: Singapur, Bangladesh, Pakistán, India, China, México, Brasil.
Esto implicó cierre de fábricas y pérdida de la moral de personas altamente calificadas y la mejora material de personas que eran extraídas de la pauperización más abyecta.
Fue publicitado como incorporación de personas al círculo virtuoso del capitalismo. Nada se dijo de la destrucción moral y física de poblaciones enteras de países otrora civilizados. Tal vez quien más sufrió este ataque al trabajador sindicalizado fue Estados Unidos -de las localidades de donde luego surgirían los votantes de Trump- pero no fue distinto en otros lugares. Localidad enteras desahuciadas en el noreste de Francia, en el norte de Inglaterra y en el conurbano argentino.
La promoción del gobierno brasileño fue desenfadada: exenciones impositivas, regalo de tierras para radicación, tarifas subsidiadas, créditos blandos. Brasil devaluó en 1999 y le avisó a nuestro ministro de economía un día antes. Así no actúa un socio.
Decadencia
La Argentina importa hoy productos de sencilla factura, como la pasta dentífrica o el shampoo, que contaba con fabricación nacional desde hace más de un siglo. El país más pulcro de América, que hizo obligatorio la instalación de bidet en las viviendas hace un siglo, le compra sus -carísimos- artículos de tocador a un país que incorporó su uso décadas después. Eso se llama decadencia.
De todos los arreglos el más oprobioso es el del mercado automotor. Las terminales deciden qué modelos y cuántas unidades hacen en cada país. Nos obligan a comprar modelos antiguos de VW al doble del precio de modelos modernos de la misma marca en Alemania.
El déficit con Brasil desde 2003 supera u$s 55.000 millones acumulados, la mayor parte debido a la importación de automóviles. Gran parte de nuestra deuda se justifica únicamente con el desastre del manejo del mercado automotriz.
¿Qué obtuvo la Argentina a cambio? En Europa cada país reservó una actividad para su protección. Por ejemplo, Dinamarca coloca toda su producción láctea y de derivados en la UE a cambio de comprar productos del resto.
Nada de eso ocurrió. La Argentina y Uruguay hubieran podido ser los proveedores de lácteos y convertirse en industrias gigantes de importancia internacional. No. Brasil desarrolló su propia industria. En maquinaria agrícola, Argentina, con una experiencia tan antigua como la norteamericana, que data de fines del siglo XIX, hubiera podido ser la gran proveedora del boom brasileño de producción de alimentos. No. Instalaron sus propias plantas, las más de las veces con ingenieros argentinos.
Nada quedó para la Argentina. Acá se cerró todo. Brasil tuvo y tiene una política monetaria agresiva para hacer competitivas sus exportaciones (lo que yo reclamo para nosotros (1). Por lo tanto no sólo se fueron las empresas multinacionales sino que fueron cerrando, por no poder competir, las propias.
Vampirismo
El Mercosur nos impide comprar insumos baratos, por los altos aranceles, y no nos provee ningún mercado de exportación. Por lo que ni podemos ser competitivos en nuestros costos, ni tenemos mercados para colocarlos. Brasil, cual vampiro, nos succionó la capacidad instalada.
Esta destrucción del aparato productivo sólo fue posible por la activa colaboración de funcionarios argentinos, que acompañaron paso a paso esta degradación. Tampoco los sindicatos protestaron, ¿a cuántos escucharon hablar contra el Mercosur?
La migración de industrias fue masiva en Occidente. El único país que no aceptó ni implementó ese proceso fue Alemania.
Como nota adicional, no seamos ingenuos respecto a la agresión que sufre una de las grandes multinacionales argentinas. No sea que detrás de ello hay un interés en comprarle activos a precio vil o degradar una de las pocas industrias que nos quedan.
Ha llegado el momento de irnos del Mercosur. Pagamos aranceles altísimos no para proteger a la industria argentina, que ya casi no existe, sino para proteger a la brasileña. Nos suben artificialmente los costos y no participamos en ningún beneficio. Para peor el acuerdo, a diferencia del europeo, no nos ha dado a cambio la exclusividad en ningún rubro.
Si Brasil no compra nuestra maquinaria agrícola, nosotros no tenemos por qué comprar sus horribles y caros automóviles.
La reacción
En los últimos años hubo rebeliones de los pueblos perjudicados por este orden socialdemócrata. Brexit en Gran Bretaña (junio 2016), Trump en Estados Unidos (octubre 2016), Liga-5 Estrellas en Italia (junio 2018): los pueblos relegados dijeron No. No sabemos cómo evolucionará el descontento francés.
La Argentina, en agosto de este año, dijo No ante una imposición socialdemócrata: el aborto.
Es hora de decidir sobre nuestros intereses: recuperar los ferrocarriles, la educación, pertrechar a las Fuerzas Armadas, dejar trabajar en paz a las fuerzas de seguridad y echar a todos los jueces abolicionistas.
Decir No al Mercosur y lanzarse a conquistar mercados por el mundo que construyeron nuestra otrora Argentina Próspera.
Iris Speroni
Licenciada de Economía UBA, Master en Finanzas, Ucema. Posgrado Agronegocios, Agronomía UBA.