En la hora histórica que nos toca vivir asistimos a una etapa de cambios vertiginosos, de nuevos paradigmas que para algunos representan la vanguardia del progreso y para muchos tan solo decadencia, la curva descendente de una era.
Se habla con frecuencia de “batalla cultural “para describir la situación, dada la confrontación implacable de visiones antagónicas. Si nos aventurarnos en el viaje que nos conduce hasta el hondón mismo de esta oposición encontramos que se trata, en su esencia más íntima, de una auténtica batalla espiritual.
Su campo de lucha no es otro que el alma misma y la razón de la contienda es determinar su destino, como si de un territorio en disputa se tratara. En esta pugna existe hoy una ideología cultural dominante que se alza como una fortaleza, como un baluarte inexpugnable. En ella no existen los valores permanentes, sus ideólogos profesan un nihilismo militante y rinden culto al supremo dogma del relativismo. Bombardean implacablemente a través de la propaganda y del adoctrinamiento a una sociedad sobre la que buscan provocar sentimientos de culpa por los valores que en ella se forjaron durante generaciones.
La ingeniería social desplegada ha sido tan efectiva como para convencer a muchos de estar participando de revoluciones culturales, cuando la evidencia nos muestra que las usinas en las que éstas se gestan no son otras que las frías oficinas del establishment global. Y curiosamente comprobamos también cómo dos ideologías de raíz materialista supuestamente antagónicas muestran en la promoción y difusión de esta agenda un maridaje inconfesable. Una la financia y otra la milita, así de cerca están en esta causa común.
Pero aunque parezca granítico y blindado el entramado que sostiene este sistema cultural, son tan evidentes sus deficiencias y debilidades, tan cenagoso el terreno sobre el que se planta, tan pobres de contenidos los eslóganes que repite, que ofrecerle noble combate es casi una invitación para aquel que puede llevar como estandarte la convicción de que existe un sentido superior en esta vida a la mudable ideología de los hombres y las efímeras tendencias de la época.
Tomar por asalto ése bastión tan preciado del corazón humano para liberarlo del yugo de este statu quo asfixiante requiere por parte de todo actor cultural un enorme valor, inteligencia y audacia. Hombres y mujeres convencidos de que no vale lo mismo el vicio que la virtud. Emprender esta noble empresa no es tarea para débiles de espíritu y requiere en la hora presente de una épica inusitada. Aquellos que resistan convencidos los embates del pensamiento único guardarán su premio en la conciencia. Y aunque les desafíen con el rancio y tedioso mantra de haberse quedado en la Edad Media por resistirse a la inversión de los valores, llevarán dentro suyo la serena convicción de que estos atrasan mucho más. Si Sodoma con sus costumbres tan de avanzada realmente existió ¿no fue acaso mucho antes del medioevo?
Ante este singular panorama de nuestra cultura, la situación del arte nos ofrece un terreno de reflexión y acción de primera importancia, Y es que éste nos lleva a recorrer una amplia gama de posibilidades, desde el espectáculo de masas hasta las obras de Arte más profundas, aquellas que necesitan de una educación interior para intentar abrazarlas con el alma en toda su dimensión.
Hoy el espectáculo de masas ha dejado de ser mayoritariamente una genuina cultura popular para convertirse en una fría herramienta de colonización global. Que los pueblos del mundo desconozcan por ejemplo la riqueza de sus propias músicas abandonándolas por los ídolos globales del pop nos muestra hasta qué punto es utilizada la industria musical para sustituir la riquísima identidad cultural de los pueblos. Preparan un indigesto cóctel de ritmos urbanos, con frecuencia de origen marginal, al que se valida como expresión cultural con un artificioso barniz sociológico, y se le embotella sin más como producto de consumo. Sus contenidos ensalzan los vicios con una uniformidad tan monocorde que no cabe otra opción que afirmar que su objetivo no es otro que el de la más brutal bestialización de la sociedad.
Otro tanto es aplicable a Hollywood, que supo ser una fábrica de sueños para terminar tantas veces manufacturando pesadillas, convirtiéndose en una gris sucursal del derrotado partido demócrata estadounidense. Pero una vez más el corazón de los pueblos genera sus propios revulsivos, y de su interior profundo siguen naciendo voces que cantan, inspiran y movilizan lo mejor y más puro del corazón humano. Son también aguerridos combatientes del espíritu que sueñan con la hazaña en esta fiera batalla, que no por desigual es menos apasionante.
Pero es en el terreno de las expresiones artísticas que espejan los anhelos más elevados del alma humana donde se dirime la contienda decisiva. Su grado de influencia puede moldear el ser más profundo de una persona en un sentido o en otro, ya sea en una apertura espiritual a la certeza de lo invisible o en un encierro en las celdas racionalistas que reducen sin más al arte a una herramienta ideológico-discursiva.
Espiritualidad o materialismo, ser o no ser. Vemos hoy con frecuencia el énfasis del establishment cultural en la promoción de un arte fundado en el más vacío esteticismo, así como del que se hace vocero de las causas políticamente correctas que marcan tendencia en los medios de comunicación. Se abre entonces un interrogante poderoso:¿sirven estas manifestaciones artísticas para saciar esa sed de infinito que habita en lo más íntimo del corazón humano?
Hay en cambio un Arte que será siempre amigo y confidente de almas sedientas de libertad, cuyo anhelo metafísico las lleva fuera de ellas mismas para entregarse a aquello que las trasciende, que las imanta a insospechadas cumbres. Un Arte que sacraliza el instante y eterniza lo efímero, que invita al alma humana a conocerse a sí misma y atisbar, aunque sólo sea por un instante, su trascendente destino. Proteger su puro manantial de toda contaminación es afán profundo de todo genuino artista. Y es que sólo la fuente de la que su torrente abreva puede saciar la sed de absoluto del herido caminante de este mundo alienado.
“El Arte será espiritual o no será “le escuché decir una vez en una entrevista a mi padre, el artista plástico Juan Campodónico. Luchar por ésa santa consigna para ofrecer una lumbre en medio de este oscurantismo posmoderno es motivo de sobra para librar el buen combate. En la batalla cultural son ya muchos los pueblos del mundo que han perdido el miedo y han levantado su voz frente a la dictadura del pensamiento único y la corrección política.
Es hora también de que en el mundo del Arte ocurra otro tanto para asumir la épica de hacer grande a nuestra cultura nuevamente. La contienda se libra en dos frentes: en la expresión cultural de los pueblos y en el más íntimo escenario del alma humana, aquel donde se libra la solitaria batalla espiritual. Quienes oigan en su alma ése llamado y sientan arder ése fuego sagrado en el corazón que no lo duden ni un instante, que levanten su mirada y luchen con pasión.
La hora de los tiempos lo amerita y nuestra cultura y el Arte lo necesitan como nunca. Para quienes asuman este desafío bajo el amparo de un bien superior no habrá fortalezas ni baluartes que se resistan, ni empresa noble que no merezca la aventura, ni hazaña imposible…
Ramiro Campodónico es compositor y pianista.