Nuestro seleccionado se alzó con la medalla de plata, en un torneo mundial altamente competitivo. Llegó hasta la instancia final con una evolución favorable en su nivel de juego, demostrando que cuenta con todas las capacidades necesarias para pelear una posición entre los mejores.
Lamentablemente se encontró con España, un rival muy experimentado, con una visión clara de juego y una táctica impecable que supo neutralizar, casi completamente, los puntos fuertes de nuestro seleccionado. Superiores en rebotes, forzando pérdidas e incomodando los tiros argentinos… no los dejaron jugar.
España dominó el encuentro desde el inicio, logrando una diferencia en el tanteador que pareció imposible de remontar teniendo en cuenta la baja efectividad que mostraron nuestros jugadores. La máxima de 22 puntos se puso en jaque en el último cuarto cuando un tiro de 3 puntos de Scola la hubiese reducido a 9… pero no fue. Y allí la ilusión del triunfo se esfumó. El resultado final fue 95-75.
De todas formas sería injusto quedarnos con eso. La idea de un período de transición en este deporte quedó borrada con lo logrado. Y no sólo hablamos del juego y de lo específicamente táctico. Este equipo se caracterizó por el esfuerzo, el espíritu de grupo, la tenacidad, el reconocer las falencias y lograr disimularlas, la alegría y la unión, todos los aspectos necesarios para lograr el éxito.
Muy lejos de centrarnos en esta derrota debemos poner el foco en el trabajo realizado por jugadores y cuerpo técnico durante todo el campeonato y el período de preparación. Una sola derrota, la final, pero luego de superar categóricamente a dos de los candidatos al título y de alcanzar los objetivos propuestos. Nada que reprochar, todo para valorar.
La selección de básquet ilusiona, entusiasma, contagia y por sobre todas las cosas promete. Estos jóvenes juegan muy bien y lejos de sentirlo como un fracaso, el torneo sirvió como una experiencia para lo que viene.
Fotos: FIBA