Comentario de Marcelo Duclos
De es.panampost.com
En la recta final de las elecciones presidenciales hay un denominador común que no falla en Argentina. La implementación del eslogan-promesa que se hará carne en los votantes y que luego, lógicamente, quedará en la nada. Esto ya tiene larga data y se profundizó desde el retorno de la democracia. En 1989 Carlos Saúl Menem pidió que la gente lo siguiera porque él no los iba a defraudar y prometió una «revolución productiva». Nadie sabía de qué se trataba aquella revolución, pero por esos días era lo único de lo que se hablaba.
Esto no es responsabilidad exclusiva de la clase política. El electorado demanda algunas mentiras que lo ilusionen, aunque sea evidente que no se podrá alcanzar el objetivo deseado. Al menos, de la forma en que se propone. El caso paradigmático es el tema Malvinas. Sistemáticamente en los debates aparece el asunto de la soberanía de las islas y todos los candidatos cuentan cómo seguirán con el reclamo hasta el día en que vuelva a flamear la celeste y blanca de una vez por todas en lugar de la británica en el Sur. Nadie votaría al candidato que diga que las islas seguirán bajo control inglés, claro. Aunque es evidente que nada cambiará en el proceso político que se inicia, todos queremos escuchar el mantra sagrado.
En el tramo final de la campaña presidencial de 2015, Mauricio Macri lanzó una promesa que no solo quedó en la nada, sino que se convirtió en un archivo fulminante. Luego de asegurar que se mantendrían (incluso que se incrementarían) los subsidios del kirchnerismo, un Macri candidato con cara de compromiso social afirmó hace cuatro años lo siguiente: «Les propongo pobreza cero en Argentina». El público respondió con una ovación.
Cuando quedó en evidencia que el mandato terminaría con un número de pobres bastante más significativo que 0, el presidente reculó y dijo que en aquella oportunidad hablaba de una tendencia, de un norte, de un objetivo a largo plazo. Allí dijo otra consigna que lo enterró aún más. Pidió que su mandato fuera juzgado por la merma en el índice de pobreza, pero tampoco pudo con eso. Las últimas estadísticas oficiales aseguraron que Argentina tiene un 35 % de pobres. Es decir, seis puntos más que al inicio de su gestión.
Del «Pobreza 0» al «Argentina contra el hambre»
Lamentablemente, de la venta de espejitos de colores no hemos aprendido absolutamente nada. Del fracaso total (y predecible) del plan macrista ahora llega otro eslogan voluntarista de Alberto Fernández: «Argentina contra el hambre». Con la misma cara de congoja y compromiso de Macri hace unos años, aunque con mejores recursos retóricos, Alberto propuso el lunes dar una «batalla épica» contra el hambre. Dijo que no le importa de dónde vengan los soldados para dar esa lucha, sus ideas o qué piensan. Que esto se podrá realizar solamente con la «unión» de los argentinos.
Una vez más, la sociedad y los medios muerden el anzuelo y el plan de la «Argentina contra el hambre» copa la tapa de los diarios, las noticias en la televisión y el debate público. Lo que tendría que debatirse es otra cosa: la imposibilidad de conseguir esos resultados mediante las herramientas que se proponen.
De la misma manera que era evidente que Macri no lograría un país sin pobres con «ingresos universales», es claro que Alberto también fracasará con su batalla épica contra el hambre. ¿Cómo saberlo? Simple. Las propuestas son una serie de medidas paliativas, inútiles y contraproducentes: «leyes de góndolas» con precios regulados, organismos del Estado que acompañen a las personas carenciadas, creación de un «observatorio» gubernamental de seguimiento, etcétera.
Si Alberto Fernández desea dar la «lucha» contra el hambre en Argentina, tiene un país con un potencial descomunal para tener éxito en su objetivo. Pero en lugar de buscar la solución mediante la acción directa del Estado, debería estar preocupado en cómo liberar la capacidad productiva de un país que podría solucionar estos problemas de forma sencilla. Reducción del tamaño del Estado, eliminación de una gran cantidad de impuestos y regulaciones absurdas y apertura al comercio internacional. Ese es el camino para alcanzar los nobles objetivos que se plantean Macri y Fernández. Mientras insistan con las propuestas de siempre, el resultado será el mismo: un país con más pobres para 2023. Esperemos que ante el fracaso de Fernández (en el caso de insistir con estas propuestas absurdas) el país no vuelva a comprar un nuevo eslogan vacío, bienintencionado e infantil.