Jóvenes deseosos de participar y ser protagonistas. Como todos los jóvenes. Pero ellos lo han encontrado en actividades que le dan trascendencia a sus vidas, encuentran alegría, placer, en algo más grande que los placeres que la cultura del “todo da lo mismo” son propagados por los medios de comunicación dominantes.
Estudian, trabajan, con el deseo de proclamar la felicidad de encontrar valores que le dan sentido a sus vidas y proclamarlo a otros.
La página web Iglesia Millenial dedica una nota a los jóvenes de Comunión y Liberación y reproducimos para los lectores de Sexta Sección.
Vivir una fe que lo alcanza todo
De www.iglesiamillenial.com
Son jóvenes que pueden ponerse a rezar y cantar en medio de las cataratas del Iguazú́ o en plena avenida Corrientes de la ciudad de Buenos Aires sin ningún tipo de pudor; que caminan por la vida anunciando a Cristo sin siquiera nombrarlo, sino simplemente viviendo, estando ahí́, donde Cristo se hizo carne, y entendiendo que el Verbo habita hoy en nosotros. Eso define a la juventud de Comunión y Liberación, un movimiento católico que nos desafía con una propuesta concreta: la fe tiene que ver con nuestra vida y la atraviesa por completo.
“Cristo no es sólo Alguien que sólo ves los domingos en misa, sino que es ese Alguien que está presente en todo“.
Iglesia Millennial tuvo la oportunidad de entrevistar a tres jóvenes de este movimiento que busca encontrar a Cristo en el colegio, en la facultad, en el trabajo y en las obligaciones diarias. “Esta propuesta me ayudó a entender que Cristo no es solo Alguien que solo ves los domingos en misa, sino que es ese Alguien que está presente en todo. Logré comprender que siempre es Otro que está sucediendo”, cuenta Pilar, quien nació́ en la comunidad porque sus padres se conocieron ahí́, y actualmente forma parte del CLU, los universitarios del movimiento.
Comunión y Liberación comenzó́ en Italia, Milán, en 1954, por inspiración de un sacerdote educador, Luigi Giussani, quien daba clases en el seminario. Fue luego de escuchar una charla casual de unos jóvenes en el tren que el desafío brotó de su corazón. Aquellos chicos pertenecían a la Iglesia por tradición, pero comentaban que no tenía nada que ver con su realidad cotidiana. A partir de la inquietud que le surgió́ en ese momento, pidió́ permiso para dar clases de religión en un secundario y de esa forma ir al encuentro de la juventud. Comenzó́ a provocar a los estudiantes con una pregunta: ¿Tiene pertinencia la fe en su vida concreta?
El movimiento tiene distintos grupos. No se dividen según la edad, sino por la rutina de vida que están haciendo. Existen comunidades de secundarios, universitarios, jóvenes trabajadores, y familias. “Nosotros nos juntamos como universitarios porque es una realidad que todos estamos viviendo. Escuchar como el otro vive la experiencia de estudiante a uno puede incentivarlo a buscar vivir de esa manera”, explica Pilar.
“Escuchar cómo el otro vive la experiencia de estudiante a uno puede incentivarlo a buscar vivir de esa manera”
Se reúnen en un aula de la Facultad de Medicina de la UBA porque le dan mucha importancia a la presencia en el ambiente, donde se desarrolla su rutina diaria. “No es para decir acá́ estamos sino porque estar en el ambiente te despierta y te hace dar cuenta que El está presente acá́, en el lugar que frecuentamos todos los días”, recalca Pilar. Camila, otra participante del CLU, también advierte que estar en un espacio público hace la diferencia porque “la realidad siempre te sorprende”.
A los encuentros los llaman “escuela de comunidad” porque es “literalmente ir aprender”, nos explica Camila. “Aprendemos a entrenar la mirada, a estar atentos a lo que acontece, a tomarnos en serio las preguntas que tenemos”, reitera Cami. En las escuelas suelen leer y meditar los textos de Giussani, compartir sus experiencias de la semana y, sobre todo, como y donde encontraron a Cristo de forma concreta. Quizás sea en el rostro de un amigo, en el gesto de un familiar, o en un evento cultural.
El movimiento se puede resumir en tres palabras: cultura, caridad y misión. El más llamativo de estos tres conceptos es la cultura. Tienen propuestas culturales que les permiten estar abiertos a quienes no frecuentan la Iglesia, pero que pueden apreciar el interés por la vida de un filósofo, o la belleza de una obra de arte. “Ir a una charla o exposición con esta mirada es encontrar qué tiene que ver eso conmigo, e ir hasta el fondo”, comenta Cami.
“Aprendemos a entrenar la mirada, a estar atentos a lo que acontece, a tomarnos en serio las preguntas que tenemos”.
En el cancionero del movimiento no tienen solo música religiosa, también incorporan canciones populares en distintos idiomas como el italiano, el portugués o el inglés. Este también es un signo de su apertura cultural. “Sumar una canción no católica al cancionero es una forma de redescubrir al artista”, explica Camila. “Por ejemplo, el verano pasado cantamos ‘Somewhere only we know’ de Keane, cuando estábamos frente a las cataratas. Era una canción conocidísima, pero en ese contexto volvimos a encontrar su belleza porque representaba un montón de cosas que estábamos viviendo”, relata la joven.
Cada año, los chicos se van de vacaciones juntos porque “compartimos lo más valioso que tenemos, nuestro tiempo libre”, explica Pili. Esta propuesta es para todos los grupos del movimiento en cada país en los que se encuentra, lo que demuestra que la Iglesia y la vida secular son una sola cosa. En los viajes nunca faltan los momentos de oración, reflexión, pero tampoco los juegos, las excursiones, el contacto con la naturaleza y las diversiones típicas de unas vacaciones.
Lo primero que noté del movimiento es gente que vive contenta. Al principio no me fijé en ellos porque fueran cristianos, sino porque noté personas distintas”, confiesa Gastón, un estudiante de arquitectura que ingresó al movimiento cuando estaba en la secundaria a partir de la invitación de una profesora que “le caía muy bien”. Con un signo vivo de personas concretas, este joven fue, en sus propias palabras, “alcanzado por Cristo”.
Cuando cada uno de los chicos fue haciendo suya la propuesta, entendieron que todos los hombres tenemos un mismo deseo que mueve nuestro corazón. “Al pararme frente a otro ser humano, me doy cuenta que fuimos creados con la misma necesidad y eso para mí́ ya es un signo de Dios. Al comprender eso, la preocupación por el otro distinto desaparece”, explica el futuro arquitecto. Ciertamente, la forma en la que nos paramos ante aquel que es o piensa diferente es una manera de vivir y encarnar el mensaje de Cristo. “Esto claramente fue una educación”, concluye Gastón.