Rezo, medito y escribo con la temblorosa consciencia de que en cada rincón de nuestro planeta hay muchas personas sufriendo mucho por esta pandemia y sus consecuencias.
Me siento solidario con sus padecimientos. De paso, invito a resistirse para no ser presa fácil (consumidores acríticos) del comercio de la noticia, que seguramente nos llevan al miedo y al encierro.
Escuchar y abrirse a la palabra de los otros, sí. Comprar juicios prefabricados y repetirlos como si fueran propios, no. Creo que eso no nos hace vivir más plenamente. Otra forma de vivir es posible.
Acá les convido algo mío que no es sólo mío. A mis 36 años, voy aprendiendo a llamar las cosas por su nombre. ¡Sí! Creo que como hacíamos en nuestro primer tiempo de vida, podemos re-aprender y preguntar: ‘¿Eto qué é?’. Así es que, a lo que en su momento me enseñaron a identificar como “problema”, hoy lo llamo “oportunidad”.
1. Oportunidad para “ver” lo que solemos ocultar.
Esta pandemia que estamos viviendo y lo que se genera en la subjetividad individual y colectiva, a través de los medios de comunicación, redes sociales y conversaciones informales, en principio podríamos decir que “no agrega ni quita nada”.
Me dirán: ‘¿Cómo podés afirmar semejante cosa, si están muriendo personas en todo el mundo?’. Vamos de a poco.
Digo que a partir de algunas interpretaciones de este acontecimiento de dimensiones globales, pareciera que de un instante a otro cambiaron todas las coordenadas de la existencia.
Por mi parte, no sé si compartirán, noto que los procesos de cambio que involucran nuestra voluntad son relativamente lentos: modificaciones en nuestra cultura alimentaria, hábitos de consumo, etc.; no los cambiamos de un día para el otro. Son justamente eso: procesos.
Las situaciones que nos ponen de frente al límite, ante la angustiante caducidad de “todo esto”, suelen traer entre manos un regalo que nos sorprende: la verdad. No creo que sea este el momento ni el lugar para responder a la pregunta de quién dice el Evangelio que “se lavó las manos”. Solamente describo.
Durante estos días pude escuchar a personas con miedo, mucho miedo. Percibí, como parte de esos miedos, expresiones cargadas de un alto grado de xenofobia (miedo al extranjero).
También noté anhelos de unidad, de sincera preocupación y cuidado del otro, deseos que apuntan al bien común. Acá quiero dejar hablar a alguien que pudo reflexionar hondamente a partir de otra experiencia límite en una de las más atroces páginas del siglo pasado.
Justamente mostrando lo que hay oculto en el corazón humano, es como Viktor Frankl culmina su obra “El hombre en busca de sentido”: «Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios».
No nos engañemos. Desde los actos más valientes y altruistas, hasta los más mezquinos y egoístas, ¡todo esto estaba en cada corazón antes del “brote de Wuhan”! Sólo lo pudimos ver con más claridad.
2. Oportunidad para reconocer nuestras necesidades más profundas.
«¡Paren el mundo que me quiero bajar!», solía gritar Mafalda. La genialidad es profética. ¿Cuántas veces escuché y hasta yo mismo pedí eso? Pero no paramos, seguimos y seguimos.
Nos aterra la pausa, le escapamos al silencio. Herederos de don René, hoy nos ilustra de pies a cabeza “consumo, luego existo” (me consumo, entonces ya no-soy más).
La pandemia de COVID-19 paró el mundo, ¡lo paralizó! Intentamos seguir viviendo, continuar con nuestras rutinas lo mejor posible. Y creo que eso no está mal. Tuvimos que parar, sí, pero “bajarse o no bajarse” sigue siendo la cuestión.
Una elección, no para todos. La libertad, nuestra libertad, tu libertad y mi libertad. Tal vez, “aprovechando que paró”, podamos decidir por un momento “bajarnos” y dejar aflorar aquéllas preguntas tan hirientes de sentido para nuestra consciencia anestesiada.
No hay que adquirirlas, están ahí. Porque son más nuestras de lo que a veces nos gustaría. Hemos sofisticado tanto los medios para acallarlas…
En este punto me gustaría hacerme eco de la voz de otro gran profeta del siglo XX que partió el año pasado luego de una larga vida: «La necesidad de comunión se vuelve imperiosa en una situación de debilidad, cuando ya no podemos ayudar o colaborar con los demás.
Cuando tenemos éxito buscamos sobre todo admiración. Cuando nos sentimos débiles buscamos la comunión. Y cuando nos sentimos débiles, no tenemos ninguna necesidad de grandes discursos o acciones, sino de la presencia de alguien que venga hasta nosotros para tendernos una mano, y decirnos: ‘Me siento feliz de estar acá con vos’.
Así sabemos que somos amados no por lo que somos capaces de hacer, sino por lo que somos» (Jean Vanier, en “Cada persona es una historia sagrada”).
Qué bella oportunidad para mirar al otro no como un potencial enemigo que amenaza con trasmitirme una enfermedad mortal. Qué bueno poder mirarlo con la nueva consciencia de que: ‘Con esta pandemia estamos en la misma. No somos tan distintos como creíamos. Nos encontramos solidarizados en nuestra vulnerabilidad. Acá estás, acá estoy. Te necesito’
¿Qué otras oportunidades podés descubrir?