La crisis del Coronavirus, como todas las crisis sanitarias o de otras índoles, desnuda la estupidez de los hombres, sobre todo de los que gobiernan. Así ha sido, así sigue siendo. En los países poderosos y en los débiles, en los países ricos y ni hablar en los pobres, donde son pobres por ser sus gobernantes, más estúpidos.
En la Argentina, la clara demostración de tal grado de estupidez es la ociosa discusión sobre que cuidar prioritariamente, si la salud o la economía. Como si fueran comparables, como si fuera una alternativa. La salud corresponde al cuerpo, la mente y el alma del hombre. La economía es un abstracto, corresponde al pensamiento, una ciencia. La economía estudia los recursos, la creación de riqueza y la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, para satisfacer las necesidades humanas.
De esas necesidades, las básicas son alimentación, vestimenta, vivienda y salud. Superada la etapa primitiva donde cada uno se proveía como podía de ellas, se pasó a otra donde se intercambiaban los bienes que cada uno conseguía, primero en truque luego dándole valor en alguna moneda. Ese simple ejercicio de saber cuántos bienes se tenían o dinero para poder intercambiarlos es la economía. Hoy en día, claro, mucho más complicado por la intervención de mercados, bolsas, acciones, etc., pero en esencia lo mismo.
La salud, un bien que no se puede comprar, se protegía ahorrando bienes o dineros para pagar a los médicos y subsistir si la enfermedad le impedía trabajar (véase una muy interesante nota al respecto: “La importancia del ahorro para las naciones”).
Queda claro entonces que si cada uno ha cuidado su economía puede soportar las dificultades en momentos de enfermedad. Individualmente o en sociedad donde para ello hay algo que se llama Estado, administrado por un gobierno, que se supone en sus planes económicos contempla el acceso a los bienes de cada uno.
En la Argentina, donde desde hace casi 100 años se carece de planes económicos civiles y solo son políticos, agravados por la nefasta intervención comunista de los últimos gobernantes, desde 1976 a la fecha, las consecuencias del deterioro son fácilmente deducibles.
En un País donde apenas el 3% de la población produce bienes esenciales es imposible que lleguen a 45 millones. De allí la pobreza, la desocupación, la marginalidad, la falta de vivienda, servicios esenciales y por ende, la inflación.
Que el gobierno se ocupe ahora de la salud, la sociedad que no la tuvo en cuenta se las arregle, como pueda. La economía, tal como como está, no se puede ocupar de ella y ahora, para cuando cuando pase la pandemia, se pongan a pensar en la economía de modo de diseñar el único plan (lo hemos dicho hasta el cansancio) que minimice las graves consecuencias que traerá aparejado.