La tremenda devastación provocada por la pandemia ha revelado la “fragilidad estructural de la razón”.
Fernando de Haro destaca el nuevo libro de Julián Carrón (*) donde desnuda la realidad…«La situación que estamos viviendo nos ha hecho conscientes de que en estos años hemos vivido en cierto sentido como en una burbuja que nos hacía percibirnos protegidos de los golpes de la vida. De este modo hemos vivido distraídos, fingiendo que todo estaba bajo control. Pero las circunstancias han desbaratado nuestros planes y nos han llamado bruscamente a responder…”
El engaño del que nos habíamos convencido de que “no existen hechos, solo interpretaciones, una sentencia que ha resistido durante muchos años como una verdad indiscutible, muestra en situaciones como esta su punto débil. La realidad, que parecía algo superado, es testaruda y sale una y otra vez a escena, vuelve de forma potente al primer plano. Ante nuestros ojos hay algo más que interpretaciones: hay unos hechos obstinados que piden ser considerados y también interpretados de forma adecuada. El nihilismo está contra las cuerdas, por lo menos en este sentido”.
Ocasión para la razón
Por Fernando de Haro, de ww.w.pginasdigital.es
Desconocimiento. No conocimiento. La razón científica no ha tenido tiempo para comprender bien cómo se extiende el virus, cómo afecta a los seres humanos. Las polémicas sobre la utilidad de la cloroquina para atender a los pacientes que sufren una reacción excesiva del sistema inmunológico se suceden mientras se sigue utilizando el fármaco. La medicina a tientas. “Estábamos haciendo medicina del siglo XXI y ahora hacemos medicina de guerra”, dicen los mejores doctores del mundo. No conocimiento. Es la expresión que utilizaba Habermas hace unos días cuando le hacían una entrevista en Le Monde: “Debemos actuar en el conocimiento explícito de nuestro no conocimiento”. Los políticos toman decisiones después de asesorarse con virólogos que no tienen certezas. También “la acción política se lleva a cabo sumergida en la incertidumbre”.

¿Está también la razón que se ocupa de las cuestiones del sentido, condenada a sucumbir en el naufragio del coronavirus? Esta es una de las preguntas que viene a responder el nuevo volumen de Julián Carrón, ‘El despertar de lo humano.’
El autor del libro ya se había ocupado del “estado de incertidumbre” provocado por la crisis del mundo ilustrado tanto en ‘La Belleza Desarmada’ (Ediciones Encuentro, 2015) como en ‘¿Dónde está Dios?’ (Ediciones Encuentro, 2017).
La raíz de la crisis, que ahora se ha puesto de manifiesto de forma exponencial con el coronavirus, está en el mismo “hombre, en su razón, en su libertad, incluida la libertad de tener una razón crítica”, señalaba en su libro de hace cinco años. Ya entonces era necesario “preguntarse si la razón sobre la que pivota la filosofía ilustrada puede considerar legítimamente que ha alcanzado una conciencia completa de sí misma y puede decir la última palabra sobre la razón humana”. Carrón, como tantos otros, señalaba entonces que la razón ilustrada no ha resistido las pruebas de la historia. Con otras palabras, “la cultura dominante ha puesto en crisis las afirmaciones antropológicas de alcance universal” (Javier Prades) propiciadas por la Ilustración. En ‘¿Dónde está Dios?’, el propio Carrón, citando a De Lubac, señalaba que todos los intentos de matriz ilustrada “frecuentemente conservan muchos valores de origen cristiano, pero dado que se separan de su fuente, son impotentes para mantener su vigor”.
La tremenda devastación provocada por la pandemia y por el confinamiento ha pinchado la “burbuja que nos hacía percibirnos con suficiencia al resguardo de la vida”. Se ha revelado la “fragilidad estructural de la razón, acompañada de la sensación de vulnerabilidad y esta puede ser, para el autor de ‘El despertar de lo humano’, la ocasión de un ensanchamiento de la razón, que “recupere el nexo con la realidad”.
¿Cómo una bofetada tan intensa de la realidad cruda puede ayudarnos a ampliar la razón? Camiones del ejército desfilando con féretros que no se pueden enterrar, abuelos que no se pueden despedir, y “un miedo que pone al desnudo nuestra impotencia esencial, (…) un miedo que nos lleva a veces a desesperar”.
La razón tiene una ocasión de ampliarse porque es difícil no sentir su “vibración inefable” y gritar: ¿por qué? Carrón documenta en muchas citas, no de filósofos o profesionales del pensamiento sino de columnistas de periódicos italianos, españoles y franceses, normalmente ocupados en el análisis de la actualidad, cómo ha emergido esta pregunta. Nunca como en los últimos años está cuestión –¿por qué?– considerada necesariamente privada, desde las antiguas guerras de religión que asolaron a Europa, emerge con tanta fuerza en los diarios, en la cola del supermercado, en los correos electrónicos de los compañeros de trabajo antes obligadamente formales y distantes. Ya no es posible sostener que todo son interpretaciones. La “razón entendida de forma racionalista que había cerrado las puertas a la dimensión de la profundidad y del significado”, que había “eliminado el interrogante sobre el significado (porque solo le interesaba el ‘cómo’ de los fenómenos y el eventual porque era siempre es relativo”, La Belleza desarmada), ahora aparece con su verdadera vocación preguntando sobre el sentido. El no conocimiento en lo humano se hace más acuciante si cabe que el no conocimiento en lo científico y en lo político de los que hablaba Habermas.
¿Qué descubre la razón vinculada de nuevo a la realidad y a la experiencia? Descubrimos nuestra fragilidad e insignificancia (Cuartango), que implican la “infinitud del deseo que nos define como hombres” porque “no nos hacemos a nosotros mismos y (…) en el fondo de nuestra persona domina una dependencia”. En el recorrido la razón que se abre, Carrón vuelve a una de sus insistencias habituales, “el desmoronamiento de las evidencias” no impide que “el corazón del hombre siga latiendo irreductible”. La razón abierta no encuentra respuesta a una deseada e intuida positividad en principios universales abstractos, en un “discurso tranquilizador” o “recetas morales”, sino en el toparse “con personas en las que podamos ver encarnada la experiencia de esta victoria, de un abrazo que permite estar ante la herida del sufrimiento del dolor, en las que se testimonie la existencia de un significado proporcional a los desafíos de la vida”. ¿No es eso lo que hemos hecho de modo instintivo cuando estos días hemos vuelto la mirada a los médicos y a los voluntarios? El no conocimiento científico nos inquieta, el no conocimiento sobre las “entrañas de la realidad” se nos hace intolerable.
Carrón deja claro que esta ampliación de la razón nace en él de la “certeza afectiva”, de la presencia de Cristo “que nos llama de modo misterioso a través de estas circunstancias”. El lector se topa con una experiencia de victoria.

(*) Julián Carrón
Nació en Navaconcejo, Cáceres, España, en1950.
Fue ordenado sacerdote en 1975. Realizó sus estudios teológicos en el Seminario de Madrid, obteniendo la licenciatura en Teología, en la especialidad de Sagrada Escritura, en la Universidad Pontificia de Comillas. Fue alumno titular de L’École Biblique de Jerusalén y en 1984 obtuvo el doctorado en Teología por la Facultad Teológica del Norte de España. Hasta 2005 fue profesor ordinario de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid.
En septiembre de 2004 se traslada a Milán llamado por don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, para compartir con él la responsabilidad en la guía de este movimiento. Tras el fallecimiento de don Giussani, la Diaconía de la Fraternidad de Comunión y Liberación le nombra presidente de la misma el 19 de marzo de 2005, cargo que sigue detentando en la actualidad. Desde el curso 2004-2005 es, además, profesor de Teología en la Universidad Católica del Sacro Cuore de Milán.