Es muy sano para una buena convivencia (incluso en las redes sociales) que cada quien se haga cargo de sus propias interpretaciones sobre dichos y hechos, siendo conscientes de que el silencio también es una toma de postura, y que la tan pretendida «neutralidad» sólo existe en el mundo de las ideas y, cuando no, es la mejor trinchera de posiciones ultraconservadoras (respetables, por cirerto).
Comencemos por el principio, ¿qué dijo Francisco que desató semejante polémica? (Difícil, por lo menos para mí, dar con la frase exacta, ya que no se trató de una declaración directa).
Acá va: «Las personas homosexuales tienen derecho a estar en una familia. Son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. Nadie debería ser expulsado o sentirse miserable por ello».
Bien, no voy a hablar sobre el contenido de esta afirmación, casi «intrascendente» por su tremenda obviedad, desde mi forma de ver las cosas, sino de su explosiva repercusión.
Muchas veces hablé sobre la lógica de la noticia (de lo que se considera merecedor de estar bajo titular «último momento»), atada a las reglas del consumo voraz y frenético. Conocemos el mecanismo: nos venden lo que más consumimos, y terminamos consumiendo aquello que más nos venden (y conviene a ciertos intereses de poder, por supuesto). «Nada nuevo bajo el sol»!
Esta pretendida «noticia», como verán, muy a mi pesar, la voy a llamar «noticia agridulce». «Dulce», porque tiene gustito a apertura, aceptación, a no-estigmatización; es decir, sabor a Evangelio (por el que consagré mi vida).
Vale decir que, para algunos paladares disgustados desde el día uno con la elección de Francisco como Sumo Pontífice, esta misma «dulce apertura» la perciben como insoportablemente amarga. «Ya vamos a tener un Papa en serio en la Iglesia», dicen en la oscuridad. Jamás reconocerán lo que en verdad desean: «Uno que piense como nosotros».
Volvamos al punto: la repercusión de los dichos papales. Algo que surge preguntar, sin demasiado esfuerzo, es ¿por qué tanto «ruido» a partir de una declaración tan básica?
No se me ocurre otra cosa que reconocer que estamos habitados por cierto «morbito» en temas de sexualidad y elecciones afectivas.
Nos resistimos a hacernos cargo de lo que sentimos y darle un pacífico encauce vital; claro, no sin luchar y frustrar tantísimas proyecciones y mandatos familiares y sociales.
Preferimos no decepcionar y evitar la aventura de no ser aceptados, haciendo enfermantes esfuerzos por «que no se note». Este es, justamente, el caldo de cultivo en el que se gesta y crece nuestro cobarde «morbito».
Demasiado no-dicho, negligentes supuestos, que dejan un lugar que, no seamos ingenuos, jamás queda vacío: ahí yace el Leviatán de la opresión y sufrimiento de quienes sí se animan a buscar y a luchar por su identidad. No sólo en la Iglesia (que amo y me siento parte) y sus micro-vínculos, sino también en la familia, en ámbitos educativos oficiales, etc, etc… Nada más lejos de una existencia auténtica! Y cuál es el punto de partida para cualquier proceso genuino más querido por el Dios que se hizo humano, en Quien decimos creer, sino el de la existencia auténtica?
Esto es, desde otra perspectiva, tan claro que, cuando el mismo Papa Francisco habla directa y abiertamente de temas que sí son a mi entender mucho más que noticia, que son verdaderas denuncias proféticas a sistemas y modos de gestión deshumanizantes, se los desprecia con un silencio de cementerio, propio de la muerte.
Sólo por citar un ejemplo a mano, pensemos en la catequesis pública del 30 de septiembre pasado, en la que Francisco prácticamente ridiculizó la teoría económica del derrame, aquella que sostiene que los sectores más postergados de la sociedad en algún momento (que, oh casualidad, todavía nunca sucedió), se van a ver beneficiados por el exceso de producción.
Y he aquí «lo agrio» de lo agridulce: que sea considerada como «noticia», como «novedad», la afirmación de que una persona es hija de Dios y tenga derecho a vivir en familia. Denota lo des-ubicados que estamos respecto al tiempo en que vivimos.
Eso también queda evidenciado en expresiones que ultilizamos al referirnos a alguna situación. A veces pienso, no sin cierto dolor, confieso, que menos mal (no hablo irónicamente) que muchas declaraciones hechas en nombre de Iglesia son una voz poco escuchada, perdida entre otras, o manifiestamente despreciada.
Menos mal que hoy no detentamos esa autoridad y fuerza de influencia en la sociedad que teníamos en otro tiempo. Muchos juzgan esto como pérdida que se debería «restaurar», yo lo veo como ganancia. «Menos mal» literal, hacemos menos mal.
Pensemos, Familia, pensemos y sintamos mucho, profundo, que ahí vamos a encontrar la verdadera «noticia». Vos y yo, podemos decidir qué es para nosotros «noticia».
«Vuele bajo, porque abajo está la verdad», cantaba el gran Facundo Cabral. Aprovecho este espacio y oportunidad para agradecer.
Sí, porque mis palabras son deudoras. Le debo esta manera de ver los vínculos a tantas personas que son amigos y amigas, y que han confiado sus procesos más íntimos a mi pobre y limitada escucha.
¡Cómo me hicieron crecer! Qué vendas han sacado de mis ojos! Ahora sí, termino con un párrafo verdaderamente revolucionario del último texto oficial del Papa Francisco:
«Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser» (Encíclica «Fratelli Tutti», nro. 88).
P. Javier Di Benedetto