Extraordinaria interpretación del suceso de la respuesta del Papa Francisco al periodista Alfredo Leuco, quien le había dirigido una misiva, respetuosa, conceptuosa, pero crítica sobre la decisión de recibir en audiencia en el Vaticano a la presidenta de la Argentina, Cristina Fernandez y que había despertado voces de aprobación, de resentimiento o de fuertes denostaciones, según la posición política de quien se expresara.
Demuestra esta reflexión que compartimos a continuación, como es posible mirar los hechos con otros ojos, alejados totalmente de prejuicios o juicios de valor sobre las personas, para concentrarse en el fondo de la cuestión: el análisis objetivo sobre un acontecimiento.
Claro que para analizarlo de esta manera hay que dejar de lado la vanidosa pretensión de sentirse importantes y dejarse guiar por ALGUIEN más grande que el Papa, Leuco y todos nosotros juntos.
«Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios»
Normalmente interpretamos esta magistral respuesta de Cristo como una división de lo espiritual con lo “mundano”.
¡Pero « de Dios » es todo! , es decir, ¡la estatura humana! O dicho de otra manera, ¿hay algo que no sea de Dios?
Al igual que muchos argentinos, hemos recibido con cierta sorpresa y asombro la noticia de la carta que el periodista Alfredo Leuco escribió al Papa Francisco. Más asombrados aún permanecimos luego con la respuesta de Bergoglio, al volver a constatar el tipo de inteligencia a la que el Papa nos invita constantemente.
Su posición refresca las admirables y lucidísimas intervenciones de Jesús. Sin duda es llamativa, y grande a la vez, la postura y el “atrevimiento” del periodista Leuco. Llamativa por el tono de su planteamiento al Santo Padre y grande por la estatura humana que demuestra. Y es precisamente a esa estatura humana a la que Francisco responde con sincero agradecimiento.
No hay análisis político ni argumentación que esté por encima de este amor por el hombre y su destino, por esa dignidad humana tan bien expresada en la confesión de Leuco: «no soy creyente, pero admiro a los creyentes (…) busco la verdad aunque nunca la encuentre del todo» y tan paternalmente acogida por el Papa: «Felices los mansos, porque recibirán la tierra en herencia», agradeciéndole su frontal y pacífica disidencia.
¡El diálogo que hemos presenciado es un acontecimiento que recuerda y revive los de Jesús con sus interlocutores por las calles de Palestina! Hoy, el Papa, signo visible de aquella Presencia excepcional, desafía nuestra mentalidad, abriéndola y llevándola más allá de las reducidas elucubraciones políticas y del poder en la que normalmente – diariamente, diría – caemos.
No se trata de desestimar estas realidades presentes y tan hábilmente utilizadas por algunos. Sino de volver a hacer presente y actuante la misión de la Iglesia para con el hombre terrenal: la educación en su Sentido Religioso (1).
El Papa nos recuerda cuál es la posición justa para afrontar los problemas: somos dependientes del Misterio realmente, en lo concreto del fango. Ese es el ángulo desde el que necesitamos mirar la política, las tramas del poder, las intenciones ocultas. Entonces podremos no sucumbir nosotros ni reducir a los otros – por más errados que estén -, y mirar al corazón que anhela un encuentro que lo rescate de su miseria.
La caricia de la “miseri-cordia” sigue siendo el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo (y esto vale, admirado Señor Leuco, también para la presidenta de la Nación).
Mario A. Martín – mario.a.martin@gmail.com
(1) La función de Jesús en la historia es la educación del hombre y de la humanidad en el sentido religioso (¡precisamente para poder «salvar» al hombre!), donde por religiosidad, o sentido religioso, entendemos la postura exacta como conciencia y tentativa como actitud práctica del hombre frente a su destino. Cita: Luigi Giussani, Por qué La Iglesia, parte II, cap. II: La misión de la Iglesia con el hombre terrenal.