Macri y la inflación: verdades a medias, mentiras, voluntarismo y victimización
Llegando al final de su mandato, el presidente argentino reconoció que bajar la inflación es más difícil de lo que creía.
Por Marcelo Duclos, de es.panampost.com
El líder de Cambiemos está llegando al final de su mandato y tiene un problema. En su campaña hizo dos promesas muy concretas, las que sin dudas para 2015 estaba convencido que iba a cumplir. Pidió que se juzgue a su presidencia por el alcance de la baja en la pobreza y aseguró que iba a solucionar el problema de la inflación. Dijo que los países que constantemente sufren este problema es porque tienen gobiernos incapaces. Hoy, a la hora de volver a pedir el voto de confianza, Macri tiene un problema de archivo.
Luego de un 2018 con casi el 50 % de inflación, el presidente argentino dice que fue “un año traumático”. A seis meses de las primarias, Macri consideró que necesitaba hacer una autocrítica, que la hizo, pero con serias inconsistencias que no son garantía de mejora a futuro.
“Nos está costando más de lo que imaginé, reconozco que fui demasiado optimista, pero el camino es bajar la inflación para generar desarrollo, generar empleo, terminar con la pobreza”, manifestó el presidente esta mañana en una entrevista radial.
Esta declaración, contrastada con sus promesas de campaña donde aseguraba que era un problema de “fácil” resolución, merece un análisis más profundo del que hace el mismo jefe de Estado.
Hoy, en búsqueda de un relato que le permita renovar la confianza del electorado, Macri cae en el voluntarismo y el facilismo: reconoció que era “caro” arreglar el avión presidencial o comprar “algo más modesto”, por lo que decidió comenzar a viajar en vuelos de línea. “Prefiero predicar con el ejemplo, desoyendo la recomendación razonable que hace el Ministerio de Seguridad, que está preocupado porque el mundo está difícil”.
Cuando Macri subestimaba la problemática inflacionaria, en realidad tenía algo de razón. Terminar con el problema es realmente fácil. Pero es sencillo en materia de diseño. O sea, no hay que ser un genio para hacer un programa antiinflacionario. Un Estado sin déficit que no utiliza su moneda como financiamiento del pasivo no tiene inflación. Un comportamiento monetario responsable y las cuentas públicas en orden son la garantía de la ausencia del problema en cuestión.
Solucionar el problema de la inflación era fácil en diciembre de 2015 y lo sigue siendo hoy. Al menos en el ámbito de lo teórico. El problema es que para hacer esa tortilla hace falta romper huevos. Y para romper la maraña de privilegios que viven del Estado argentino, hay que tener otros “huevos”. Eso no lo cuestiona nadie. Poner a la Argentina en la senda del crecimiento es tan sencillo desde lo teórico como complicado en la aplicación práctica. También es cierto que sin hacerlo, la situación no mejorará y será cada vez peor.
Pero las complicaciones que reviste desarmar el esquema parasitario alrededor del Estado argentino no es una excusa que indulte al presidente argentino. Nadie lo obligó a estar en la posición que ocupa, a la que accedió con determinación y voluntad. Es más, no solo no es excusa que la labor sea complicada. El hecho de no tener el coraje de hacer lo que se debe (y en muchos casos terminar empeorando las cosas) reviste culpa y responsabilidad.
El daño heredado del kirchnerismo requería una reforma de fondo. Un plan ambicioso que libere las energías del sector privado, que, hay que decir, hoy se encuentra todavía más agobiado que en diciembre de 2015.
A Macri le vendieron “espejitos de colores”. Los Marcos Peña, Durán Barba y Prat Gay que eligió como colaboradores, le propusieron una tortilla ideal sin romper un solo huevo. La idea “mágica” del gradualismo indoloro era la siguiente: multiplicar las inversiones gracias a la imagen del nuevo presidente y, entonces, mediante un incremento en la recaudación producto de la “lluvia” de capitales que se esperaba, ir reduciendo lentamente el déficit. La cuenta se pagaría mediante endeudamiento externo, ya que las tasas en el mundo eran accesibles por esos días.
Pero este plan tenía dos variables libradas a la suerte y al destino: que las inversiones se materializaran y que la financiación en el mundo siguiera siendo barata. Las dos fallaron. Una era predecible, los ojos claros de Macri y su discurso civilizado no son suficientes para atraer inversiones con los impuestos, burocracia y regulación laboral en Argentina. La otra también falló y hubo que acudir al FMI para que no vuele todo por los aires.
Hoy los problemas de fondo siguen siendo los mismos que cuando se fue el kirchnerismo. Quedará en la interpretación de cada uno si la salida de un Gobierno autoritario es suficiente como para estar agradecido con Cambiemos o no, pero eso es historia y es casi anecdótico. Lo importante es que lo que había que hacer sigue siendo materia pendiente y la decadencia de este proceso, que se limita a las buenas intenciones, no hace otra cosa que incrementar las posibilidades del retorno del peor de los populismos.
Marcelo Duclos
Nació en Buenos Aires en 1981, estudió periodismo en Taller Escuela Agencia y realizó la maestría de Ciencias Políticas y Economía en Eseade.
Es columnista de opinión invitado de Infobae y músico. Síguelo en @marceloduclos