Los sucesos de fines de 2001 dieron nacimiento a un ciclo histórico en la Argentina que continúa abierto.
La participación de la ciudadanía y la crisis de representatividad (condensada en el grito “que se vayan todos”), signos de aquellos días, se han mantenido latentes.
Por aquel entonces surgieron los “cacerolazos” populares que obligaron a la renuncia del presidente Fernando De la Rúa y reaparecieron cada vez que la sociedad confluyó en el hartazgo o la impotencia ante diferentes situaciones.
¿No fue la gente, después, la que propinó un duro revés electoral a Néstor Kirchner y su ejército obediente de “candidatos testimoniales”, incluidos Daniel Scioli y Sergio Massa, en las legislativas de 2009?
¿No fueron, acaso, las movilizaciones multitudinarias (cacerolazos) de 2012 y 2013 y su desemboque en la elección de octubre de 2015 lo que puso fin al proyecto de reforma constitucional para habilitar la posibilidad de continuidad del kirchnerismo?
La gente ha venido haciendo su tarea. ¿Qué más se le va a pedir a la gente? Se sigue atribuyendo a un gran error ciudadano el famoso 54 por ciento de las presidenciales de 2011 cuando resultó electa Cristina Kirchner. Pequeños detalles que se soslayan: ¿Cuál era el contexto? ¿De qué opciones electorales disponía la ciudadanía?
La intervención ciudadana
No debería archivarse lo que quedó tras ese activismo que terminó expulsando al gobierno de De la Rúa: la participación social había dado lugar a la creación, sobre todo en la Capital, de “asambleas barriales” que buscaban profundizar la experiencia a través de esos grupos, hasta que aparecieron los “iluminados” y los “vanguardistas” (fermento kirchnerista) con sus ínfulas, desatinos y arrebatos, queriendo liderar ese proceso para imponer sus planes, frustrando el intento de los ciudadanos comunes de trazar su propio camino, de manera espontánea, democrática, solidaria.
La intervención ciudadana adoptó un formato que los estudiosos explican como “la otra columna de la democracia occidental: la opinión o el peso de la ciudadanía, que se expresa tanto en el espacio real (la calle) como en el virtual (las redes, las encuestas).
Se trata de una ciudadanía que fluctúa en un escenario de identidades partidarias frágiles y relaciones cambiantes con el líder político.
Este modo de ser ciudadano es activo y mucho más independiente que en el pasado de cualquier corporación (sindicatos, partidos políticos), pero sobre todo tiene poder de veto ya al día siguiente de haber ido a votar”. Con el agregado de que “estos brotes de ciudadanía actuales no persiguen fines ‘destituyentes’, ni proponen caminos alternativos, más bien los une el ‘no’ ante algo; funcionan como un límite social, que parece marcarle al gobernante un hasta acá”.
Un dato sustancial que explica el nacimiento y desarrollo de esta “militancia digital” es que las personas ahora acceden a la información aun sin proponérselo y por lo general a través de la web, en sitios o grupos, con usuarios o contactos en los que confían y con los cuales, a veces, interactúan, al tiempo que aumenta el recelo a los medios convencionales.
La gente ha venido haciendo su tarea. ¿Qué más se le va a pedir a la gente? (…) No debería archivarse lo que quedó tras ese activismo que terminó expulsando al gobierno de De la Rúa
Este nuevo, decisivo actor social, vale significar, pertenece mayoritariamente a la clase media, segmento popular que “la izquierda” y “el progresismo” abandonaron temiendo que favoreciera el retorno a lo que se define (confusamente) como neoliberalismo cuando en realidad las demandas centrales son la búsqueda de cordura, de juicio y condena a la corrupción en la administración pública, de exigencia de mejor justicia, de mayor seguridad, de reclamo por el fin de la impunidad para los poderosos.
El camino
No han pasado muchos años desde que la Argentina recuperó la democracia como forma permanente de organización del Estado, pero ha transcurrido el tiempo suficiente y hemos atravesado variados conflictos como para situarnos en un escalón desde donde proyectarnos hacia instancias superiores de los mecanismos que tutelan nuestras relaciones sociales.
Ayudar a madurar los brotes de toma de conciencia que se manifiestan en nuestra sociedad obliga en primer término a clarificar nuestras propias ideas y, por sobre todas las cosas, tratar de encontrar los puntos en común, lo que une, aquello que es capaz de generar las mayores adhesiones.
Es indispensable, además, ahuyentar los fantasmas del pasado, dejar de invocar viejas teorías que, aunque puedan reconocer causales similares, no se corresponden con gran parte de los nuevos conflictos y desafíos.
El reto ahora es construir una democracia que le dé respuestas concretas a las necesidades concretas de los únicos dueños de la democracia, nosotros, la gente, los miembros de la Nación; y dar forma a un Estado virtuoso, justo, solidario; mediador entre los diversos intereses en pugna, procurador del bienestar general, gestor del bien común; que ponga en debate y dé respuesta a los auténticos problemas que son “invisibilizados” por los medios dominantes y por las aristocracias políticas berretas que usufructúan las estructuras tramposas y enviciadas en que han convertido a los partidos políticos tradicionales.
Avanzar hacia una democracia participativa plena, hacia un modelo que facilite a los ciudadanos la posibilidad de asociarse y organizarse de tal modo de ejercer influencia directa en las decisiones públicas, lo que debe incluir organismos de control ciudadano.
Para tal objetivo, habrá que generar una opción auténticamente nacional y popular, con base en un conjunto de ideas que marque con claridad el rumbo a seguir, que sirva de cauce a esa energía ciudadana independiente hoy dispersa, huérfana de referentes auténticos, de modelos, de ejemplaridad.
Foto destacada: Daniel García (AFP)