Reflexiones y datos en torno al aborto
Se mencionan las muertes maternas, pero en realidad en Argentina las muertes maternas por aborto son sólo del 17,5% (en 2016), con pequeñas variaciones de un año a otro. De ese 17,5% algunas están relacionadas con abortos espontáneos, otras con enfermedades previas que hacen eclosión en el parto (lo que posiblemente sucedería también en el caso del aborto legal), con lo cual el porcentaje es todavía menor. El otro 82,5% de muertes maternas no se debe a abortos sino a: desnutrición de la mujer, enfermedades no tratadas, suicidios, agresiones recibidas, problemas relacionados con la pobreza, falta de higiene de su hogar, etc. ¿Hemos resuelto las causas de ese 82,5% de muertes maternas? ¿Por qué urge tanto acudir al aborto legal, cuando eso no resuelve ese 82,5% de casos?
Si nos referimos a las dificultades que vive una mujer con un embarazo no deseado, ¿no cabe recordar que ese ser indefenso que está tratando de nacer también puede ser una mujer? Es pequeña, todavía no habla, todavía no se defiende, pero tiene todos los derechos humanos, porque es una vida humana nueva. Una madre sabe que no puede superar su dolor asesinando a ese ser humano que engendró. Las respuestas siempre tendrán que buscarse en otra parte, no en la muerte. La mujer violada es una víctima que enfrenta una angustia atroz, pero el hecho de abortar no resuelve su peor drama, sino que en el fondo lo acrecienta. Porque ella sabe que ese pequeño, tan humano como ella, no debe pagar los errores ajenos. Él es un ser único, llamado a la vida, más allá de la forma como haya sido engendrado. También hay lugar para él o para ella. Si una mujer no se siente en condiciones de criar al niño que ha engendrado, en nuestra patria hay muchas familias dispuestas a brindarle apoyo y deseosas de hacerse cargo de esa nueva vida. ¿Por qué optar en Argentina por la muerte cuando tenemos todo para apostar por la vida? Abrir la puerta del aborto es inocular en el corazón de la sociedad, en su entraña más profunda, una opción macabra y facilista. Aparentemente se presentará como la solución de algunos problemas, pero no es más que resolver algo creando un problema más grave y más delicado todavía.
Se dice que, mientras las mujeres ricas pueden encontrar y pagar lugares donde abortar sin riesgos, no sucede lo mismo con las pobres, que así se ven expuestas a grandes riesgos sanitarios, y por ello algunas mueren. En este, y en cualquier otro contexto, necesariamente uno vuelve a preguntar si eso se resuelve autorizando legalmente que ese niño pobre que crece en el seno de su madre, y es tan humano como ella, sea destrozado. Es razonable y humano que nos preocupe si cincuenta mujeres al año mueren por aborto, pero también es razonable tratar de impedir que mueran miles de niños abortados. Por otra parte, hay que agregar que esta argumentación suele provenir de sectores acomodados que desconocen la cultura de la mayoría de las mujeres pobres. Para ellas los hijos son el mayor o el único tesoro, y no son algo más entre muchas posibilidades mundanas. Eso explica que tantas mujeres pobres se desvivan trabajando por todas partes para poder criar a sus hijos. Para la sensibilidad de ellas es particularmente trágico abortar, y generalmente lo viven como una profunda humillación, como una negación de sus inclinaciones más íntimas. Proponerles un aborto “público”, “oficial”, “socialmente reconocido”, no es solución, y probablemente muchas de ellas preferirán hacerlo de modo “clandestino”. Lo que la mayoría de ellas necesita es más bien que se las ayude y acompañe para no tener que llegar al aborto, que se las auxilie para que se vuelva innecesario eliminar un hijo.
Por otra parte, no hemos creado una estructura de contención para las mujeres pobres que quedan embarazadas en circunstancias no deseadas (generalmente la pobreza): esto implicaría un auxilio económico (parcialmente lo hace la asignación universal), una contención psicológica, un acompañamiento hacia la adopción y un sistema de adopción más eficaz. ¿Por qué acudir a la despenalización del aborto cuando todavía no se buscaron otras soluciones? ¿Por qué empezar por la muerte?
La experiencia de eliminar una vida humana
Nota V
Algunos pretenden razonar como si el feto fuera sólo un pedazo de carne, menos importante que un dedo, que jamás se cortarían. Pero la experiencia demuestra que no es eso lo que espontáneamente piensan y sienten en concreto las mujeres. Cuando el niño que se ha concebido es deseado, se lo trata realmente como “alguien”, no como “algo”. Frecuentemente la madre le habla, le pone música, presta atención a los movimientos que hace, le pone un nombre y se lo dice, le susurra expresiones de afecto, le manda caricias y besos. Pero si decide no tenerlo, parece que de golpe ese ser ya no es nada, como si no existiera, o como si se convirtiera mágicamente en un grano o en un tumor sin identidad. Esta no es una reacción racional, sino una negación para calmar la conciencia; pero “la culpabilidad inconsciente no tratada en esta situación es una verdadera bomba psíquica de efecto retardado”. En cambio, “sería más sano considerar y hacer que se acepte la interrupción del embarazo como un acto grave que interrumpe la vida”.
Hay múltiples trabajos internacionales publicados que informan por ejemplo, entre otras posibilidades, que el aborto provocado por aspiración produce un riesgo aumentado de pérdida del hijo en el siguiente embarazo; que hay complicaciones tardías como adherencias o sinequias uterinas, las cicatrices e incompetencia cervical, que producen posteriores partos prematuros y riesgo de pérdida aumentada del siguiente hijo. También se han descrito alteraciones en las relaciones sexuales y el deseo sexual de numerosas mujeres que abortaron voluntariamente.
El llamado “trastorno post aborto” incluye muchas perturbaciones que varían en cada caso, pero que demuestran que el aborto no es una intervención quirúrgica común, por más sencilla y veloz que sea. En definitiva, las madres “son las segundas víctimas de su acto”, sobre todo cuando de alguna manera han sido forzadas o inducidas a abortar, sea por sus padres o por sus novios.
Hay mujeres que abortan por alguna causa importante (riesgos serios para la salud, riesgo de perder el trabajo o de ser abandonada por el esposo, presión de sus familias o parejas, violencia, mala información). Estas causas, si bien podrían ser subsanables, son percibidas, en ese momento, como graves. Pero en muchos casos lo hacen por problemas objetivamente menores (el cuidado de la imagen pública, la obsesión por la delgadez, el deseo de hacer un viaje, etc.), y aproximadamente un 20 % por conveniencia (proyectos importantes). Posteriormente, no se les escapa que las razones que tenían para eliminar un hijo no eran determinantes, y la sensación de haber sido superficiales ante un asunto tan serio, provoca un impacto psicoafectivo y un sentimiento de culpabilidad que no se superan fácilmente. Aun las que lo han hecho por alguna causa grave, aunque intenten disimularlo, frecuentemente se sienten peor que antes, su vida interior se llena de complicaciones y de algún modo se autocastigan.
La mujer que ha abortado necesita ser contenida y acompañada, y la empatía debería llevarnos a comprender su situación, pero tampoco se le hace un bien intentando justificar lo sucedido como si no tuviera importancia. Ella sabe que sí la tiene. No es un asunto menor, pero a veces tratamos de disimularlo y cauterizamos la conciencia intentando relativizar la importancia de la cuestión. Con esta actitud, debido a una culpa mal procesada, nos exponemos a caer en nuevos agravios a la vida frágil, porque siempre podremos encontrar alguna excusa para eliminar cualquier cosa que nos moleste o interfiera en nuestros planes.
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