Extraído de www.paginasdigital.es
Se cumplen setenta años de la liberación de Auschwitz. Entre los muchos recuerdos de aquella tragedia histórica que estos días pueblan los medios de comunicación, destaca un artículo de Primo Levi en La Stampa del 21 de enero. El gran escritor italiano recuerda lo fácil que le resultó al nazismo “encontrar traidores y sátrapas, corromper las conciencias, crear o restaurar una atmósfera de ambiguo consenso, o de claro terror, que era necesaria para llevar a cabo sus designios. Así fue la dominación alemana en Francia, en una Francia enemiga desde siempre; así fue en la libre y fuerte Noruega; como en Ucrania, a pesar de veinte años de disciplina soviética; y sucedieron las mismas cosas, como se narra con horror, en los propios guetos polacos: incluso dentro de los lager.
(…) Los lager, además de lugares de tormento y de muerte, fueron también lugares de perdición. La conciencia humana nunca se ha violado, ofendido, distorsionado, como en los lager: en ningún otro lugar ha sido más clamorosa la demostración de lo dicho arriba, la prueba de la fugacidad de todas las conciencias, su facilidad de subversión y sometimiento. No debe sorprendernos que un filósofo, Jaspers, y un poeta, Thomas Mann, renunciaran a explicar el hitlerismo en clave racional, y que hablaran literalmente de ‘dämonische Mächte’, potencias demoníacas.
En este primer punto, adquieren sentido muchos detalles particulares, por lo demás desconcertantes, de la técnica de los campos de concentración. Humillar, degradar, reducir al hombre al nivel de sus vísceras. Por eso los viajes en vagones sellados, abarrotados, privados de agua, y no se trataba de razones económicas. De ahí la estrella amarilla en el pecho, el rasurado de las cabezas, incluso femeninas. De ahí el tatuaje, los horribles uniformes, las botas que les hacían tropezar. De ahí, de otro modo sería incomprensible, la ceremonia típica, predilecta, cotidiana, de la marcha militar de hombres andrajosos ante la orquesta, una visión más grotesca que trágica.
(…) Al mismo objetivo de humillar se llegaba también por otra vía. Los funcionarios del campo de Auschwitz, incluso los del más alto nivel, eran prisioneros, muchos eran judíos. No debemos pensar que esto sirviera para mitigar las condiciones del campo: al contrario. Era una selección a la inversa: se elegía a los más viles, a los más violentos, a los peores, y se les concedía todo el poder, sobre la comida, la ropa, los permisos de trabajo, la muerte en la cámara de gas (…). Ellos colaboraban: ahí tenemos al coman-dante Höss, que puede liberarse de todo remordimiento, puede lavarse las manos y decir “están limpias”. No somos peores que vosotros, nuestros propios esclavos han trabajado con nosotros. Al releer la terrible página del diario de Höss donde se habla del Sonderkommando, del equipo encargado de las cámaras de gas y del crematorio, se puede entender qué es el contagio del mal”.
Nota bene. Impresiona, y no poco, esa referencia a lo demoníaco, tan inteligente, en el texto de Levi. Setenta años después, esa furia demoníaca aún no ha cesado. De hecho, basta mirar el horror sanguinario que se extiende por el mundo. De modo que este artículo no solo sirve para ponernos en guardia ante el retorno del antisemitismo, que de hecho conserva su fuerza, y así lo demuestran los movimientos neonazis tan influyentes en Ucrania o Amanecer Dorado en Grecia; pero también para mirar con otros ojos ciertas dinámicas del terrorismo internacional, inexplicables según lógicas racionales sino solo por el desencadenarse de potencias demoníacas de diverso signo (tal vez).