Comenzamos con esta entrega una serie de comentarios sobre películas y directores que se han destacado a lo largo de la historia de la cinematografía mundial. También como una manera de recomendarles aquellas que deben ser vistas por todo quien se considere un buen cinéfilo.
La columna está a cargo de la periodista Yanet Crudo (*), quien con un particular estilo nos introduce en los argumentos o ideas del director, recreándonos en lo que ellos pueden trasmitir al verlo.
Cinefilia I
La muerte y la doncella
Amor, tortura, verdad y justicia
En esta ocasión, Román Polanski nos muestra una vez más su capacidad y talento para crear, a través de ambientes pequeños, una atmósfera tan ardiente como estremecedora (recordemos Culc de Sac, El Bebé de Rosemary, El Inquilino). Inquietante y tensa, a la vez que fría y consecuente, la película se desarrolla casi en su totalidad durante una noche, en una casa solitaria en algún lugar cerca del mar, en algún país de Latinoamérica… Basada en el obra homónima del dramaturgo chileno Ariel Dorfman, cuenta la historia de Paulina Escobar, (Sigourney Weaver; Alien: Alien, el octavo pasajero, Gorilas en la niebla) una ex -presa política de la dictadura militar, violada y torturada y que ansía desesperadamente la venganza, a través de la condena de los culpables de los hechos durante esa época. Una mujer de aparente carácter frío y distante pero también dulce y sumisa a quien la imposibilidad del olvido y el perdón por lo acontecido años atrás le marcan su presente, esclavizando, al parecer, su futuro.
Desde esta perspectiva, durante el transcurso del film, Paulina va a entrar en conflicto con su marido, Gerardo Escobar, (Stuart Wilson) su novio de aquel entonces quien dirigió un diario clandestino durante la dictadura, al cual ella jamás delató durante su tiempo en cautiverio. Es un abogado bien posicionado que trabaja para Romero, el presidente electo post-dictadura junto a quien presenta un proyecto para condenar a los culpables de las muertes durante la misma. Pero he aquí el problema; no se tendrá en cuenta a los sobrevivientes para dar testimonio, por lo que la esperanza de justicia y venganza de Paulina se desvanecen. En sus propias palabras: “Los muertos no hablan.
En este clima, durante la noche tormentosa y la falta de luz como consecuencia, aparece en su casa con la excusa de devolver la rueda del auto, el tercer y último personaje de la película, el Dr. Miranda (Ben Kingsley), quien horas antes había ayudado a su marido al pinchar éste en el camino de regreso.
Comienza aquí a desarrollarse la acción en la película: truenos, oscuridad, rencor, sed de venganza y un extraño que llama a la puerta a medianoche mientras ambos duermen: “Toc, Toc”. Sí, el Dr. Miranda y su voz inolvidable (¿?). Sin haberlo visto jamás, ni siquiera en ese momento, instantáneamente Paulina lo reconoce como su captor, su torturador, su violador y médico, quien le curaba las heridas para nuevamente herirla mientras escuchaba su pieza favorita de Schubert: La muerte y la doncella. Para ella, un “regalo de Navidad adelantado”. Su voz, su olor, su Schubert…Para su marido, una “loca perturbada”. El reconocimiento es imposible (¿?), Paulina tuvo los ojos vendados todo el tiempo que estuvo en cautiverio y reconocer su voz no es prueba fehaciente. Con estos argumentos el matrimonio va a presentar discursos legitimadores de poder y a entrar nuevamente en un conflicto que parece no tener solución. Perdón, una sola solución. Su pasado la condena, Paulina se convertirá en una persona odiosa y cruel, cegada por el deseo de venganza que le puede llevar a perder su matrimonio y hasta incluso, equivocarse de persona. Ya no hay vuelta atrás, todo está planeado, desde el momento en que escuchó su voz. Es simple: hacerle lo mismo que él le hizo a ella hasta que confiese la verdad. Será justicia.
El silencio de la noche acentuado por las cálidas penumbras que transmiten la luz de las velas, se vuelca en un complejo living que se hace cada vez más pequeño y en el que Paulina toma el poder convirtiéndose en el verdugo de su torturador…y ni el amor de su vida podrá convencerla de lo contrario. Las vueltas que da la vida ¿no?
Es que Polanski sabe. Conoce en carne propia los horrores de la represión, del ser humano, el poder sin límites y el abuso sin ética ni moral que lo acompañe, y en esta película los retrata a través de la memoria y la imposibilidad del olvido. La fotografía perfecta, acompañada con los contrastes de los claroscuros, planos medios, planos detalle, primeros planos acompañados del miedo y la tensión seguido por una majestuosa performance de Sigourney Weaver que pasa en un abrir y cerrar de ojos de ser una ama de casa dolida y sumisa por su pasado a represora y torturadora de torturadores; y la ironía de saber que, años antes del estreno, Ben Kingsley ganó el Oscar a mejor actor por su interpretación de Gandhi.
“La memoria colectiva es muy rara, y olvidamos demasiado rápido ciertas cosas. Borramos los errores cometidos, pero las víctimas que lo sufrieron no lo olvidan” Polanski, Román.

La muerte y la doncella es una película de suspenso con drama, tiene una duración de 103 minutos y fue estrenada en 1994. Está basada en la obra de teatro del escritor chileno Ariel Dorfman, quien también fue uno de los guionistas elegidos por Polanski para lograr una adaptación fiel de su original.
(*) Yanet Crudo
Periodista. Preparando la tesis de la Carrera de Comunicación Social, cursada en la Universidad Nacional de La Matanza.
Brinda talleres de crítica de cine con Pablo Suárez, ex crítico de cine del diario Buenos Aires Herald.
Tiene escritos inéditos sobre cine, su pasión.
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