Acerca de nuestras vidas frente a la cara oculta de Internet
Por Pablo Allegritti (*)
Este nuevo milenio bombardea a la Humanidad con toda una plétora de engendros ultra tecnológicos capaces de trastocar el mundo rutinario o hábitat cotidiano de cualquier persona, hasta el colmo de que su modo estándar de vida ya no gozará de un punto de retorno. Lisa y llanamente, en este aspecto no hay una vuelta atrás. La Era Digital ya no se contenta únicamente con asombrar y saturar, también acude a perturbar las conciencias con abominaciones de toda laya, tales como horrores subliminales, mercados negros online, ciberasesinatos inconcebibles, ciberbullying, cyberstalking, cyber-harassment, bulos o rumores fantasiosos, negocios virtuales a modo de rituales tétricos al más inmundo estilo snuff o creepypasta con espectáculos de necrofilia, porno-infanticidio, pedofilia y/o nepiofilia, sin descartar cuestiones como negociados clandestinos con criptomonedas, apología de la violencia de género, incitación a la xenofobia, o al racismo, fomento de la «hiperrealidad sucia», entre otras aberraciones y tenores afines.
Hoy la vida real que alguna vez conocimos ha quedado a merced de una absurda forma de existencia hipertecnológica transformada en adictiva supervivencia virtual.
La Deep Web es lo que se conoce como aquel espacio virtual al cual no se puede acceder mediante los navegadores tradicionales o acostumbrados de Internet superficial tales como Altavista, Google o Google Chrome, Internet Explorer, Mozilla Firefox, Opera, etc, si no por medio de buceadores en línea no convencionales capaces de acceder a contenidos no indizados, es decir: motores de búsqueda de índices cuyos contenidos no aparecen en la web común o corriente. El vértigo del horror online, por tanto, habita en lo más insondable de Internet profunda como un fenómeno prácticamente inadvertido, casi invisible, de la realidad actual, a través de la infinita oscuridad encarnada como inenarrable desgracia digital.
Se asevera que la Deep Web fue engendrada a los fines de procrear una red de anonimato donde se evitase revelar direcciones de IP, que luego sería conocida como TOR (The Onion Router), allá entre los años 2001 a 2003.
Según fuentes oficiales, sus creadores fueron Roger Dingledine, Paul Syverson y Nick Mathewson que promovieron los avances de un controvertido proyecto oficial denominado Onion Routing, En sus orígenes, el ambicioso concepto/formato de la red TOR fue financiado por el [US] NRL (sigla en español de Laboratorio de Investigaciones Navales de Estados Unidos, cuyo acrónimo en inglés es United States Naval Research Laboratory), y a partir de 2004 esta particular innovación fue objeto de un inusual interés corporativo por parte de sponsors, magnates y líderes que se pusieron a la vanguardia de una significativa contribución proveniente de unas cuantas entidades aparentemente consagradas a esta clase de emprendimientos altamente útiles en el orden del criptoprogreso (léase: “progreso oculto” o “avance clandestino”).
Con el paso del tiempo se ha aseverado que la red TOR fue objeto de las ocurrencias, extravagancias y arbitrariedades de determinados contingentes antisociales, o de sociópatas, que terminaron subsumidos en ciertos entornos operacionales de hackers y crackers hasta llegar a influir, desde un punto de vista muy discutible, en contextos como los de Anonymous.
Las redes sociales encubren múltiples peligros y amenazas no solo contra la indefensión infantil si no, incluso, contra adultos experimentados y hasta contra la salvaje inocencia de los animales. Parece ser que, gradual e inciertamente, toda forma de vida ha quedado a merced de cualquier capricho de la Deep Web… Esta otra dimensión de Internet suele existir como una realidad al margen de altruismos o de sensateces. Una extraña modalidad de anarcovirtualidad se viene apoderando silenciosamente de lo más entrañable de la propia vida real. Empero, la vida natural, los momentos de verdadero ocio creativo, las amistades exentas de tecno-adicciones, las saludables y afectivas rutinas hogareñas, y los otrora fenómenos de personalización o sociabilización van siendo erradicados, día a día, por todo un ametrallamiento on line de increíbles app y por otras novedades tan efímeras como tóxicas o letales.
Otra faceta aún más sumergida y sombría de Internet profunda es la de Internet oscura (DarkNet) cuyos contenidos suelen ser en extremo desconcertantes y con la que se llega a bucear más allá de lo abominable. En pocas palabras, se trata de lo peor dentro de lo peor.
Tal como puede leerse en uno de los capítulos del libro Deep Web: “Ha trascendido —y de momento debe tomarse únicamente como un rumor— que en diversos sitios destinados para hidden-games de DarkNet se propician suplicios interactivos on line donde los usuarios que pagan por ver cumplir sus fantasías y por participar activa y/o proactivamente en tanto deciden, mediante un menú de opciones, como torturar, violar o matar a jóvenes “Modelos para Sacrificio” seleccionadas para ser expuestas a su ominosa performance de escenas snuff, creepy, anime gore o hentai-manga a los fines de brindarle todo lo que demanden y deseen los clientes adictos a los contenidos más oscuros de la Deep Web.
El grado de excitación y promiscuidad del cliente es directamente proporcional al valor del contenido teratolúdico (“juego monstruoso”). Toda una presunción acerca del mercado negro del dolor que, a decir verdad, impide pensar con alivio que esta clase enfermísima de entretenimiento sea sólo mera ficción.
La respuesta a esto tal vez se incube en la misma inferencia en cuanto a que, por alguna sabia razón penal o judicial, queda relativa o terminantemente prohibido acceder a la Deep Web según el tenor o grado de perturbación de cada contenido”.
Un flamante concepto de la ingeniería del terror virtual se viene cimentando y montando sobre el vacío humano, como una especie surrealista de crisis existencial, para profundizar todavía más la criminalización de una calidad de vida, que en el colmo de la irracionalidad se vuelve cada vez más ficticia. Desde aquel represivo paradigma asexual de la censura que invadió los orbes de los medios de entretenimiento, los de la comunicación y los de las agencias de noticias (un paradigma francamente ya obsoleto y extinguido) se transitó con el transcurso de las épocas a una brutal guisa se hiperhedonismo ultraviolento como irónica “filosofía de vida”.
Y, así pues, del viejo y falso “buen gusto” tradicional, se pasó sucesivamente a la institución del ridículo en una irrefrenable compulsión por arrebatar y preservar grotescas adquisiciones. Y es aquí donde aparece la impronta del Homo deepwebensis, el cual hoy personifica una nefasta y rarísima categoría humana cuya psique queda invariablemente narcotizada, o condicionada, por la Deep Web hasta el culmen de permanecer —este sujeto— esclavizado y subsumido en los abismos de una paracivilización poderosamente dominada por Internet profunda.
En la presente fase de esta coetánea Era Digital, la realidad virtual se muestra como una “maravillosa” y “persuasiva” deformación de nuestro propio mundo real y concreto que el crédulo, pero negligente, Homo deepwebensis anhela siempre inconscientemente. La oscilación entre fiabilidad e intencionalidad se mece conforme a precisos intereses y apariencias. La digitalización profunda del “más de lo mismo”, es la mayor trampa que heredaremos de las ciberelites de DarkNet.
Sea como fuere, la Deep Web convive y coexiste entre nosotros a través de una perpetración tan furtiva como y anónima, y esto lo consigue a través de una cada vez más creciente e íntima ciberadicción hogareña que acosa cotidianamente a cada familia del Planeta, vulnerando así cada resquicio de privacidad que le queda a la Humanidad.
(*) Pablo Allegritti
Nació y vive en Mendoza. Estudió en la Universidad Nacional de Cuyo donde se graduó de profesor y licenciado en Historia. Ha profundizado en temas de análisis político internacional, polemología prospectiva y también sobre prognosis estratégica. Adicionalmente en 2005 realizó investigaciones y tareas de tanatopraxis experimental. Tiene varios libros escritos y publicados.
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