Los medios hacen aparentar a la opinión pública que el país “se para”. Que no se hace ni se habla de otra cosa que no sea la arreglada final de lo que sigue llamando Copa Libertadores sin el menor de los respetos por quienes, de si de algo nos libertaron, fue precisamente de ser colonias de los dineros extranjeros.

Pero no es así, el país no detiene su marcha. Los cereales y oleginosos crecen sin importar nada de lo que pase, excepto el clima y la atención de los sembradores de riqueza. Las vacas, ovejas, porcinos, caprinos y equinos siguen pastando y reproduciendo. Los pocos millones de argentinos que producen no tienen tiempo de detenerse en este mini clásico de fútbol, a juzgar por los escasos espectadores que lo presenciarán. Otros pocos millones no pueden dejar de atender en hospitales, emergencias, seguridad o en tareas que no pueden dejar para mañana. Pero entre tantos pocos hacen muchísimo más de los que no hablan de “otra cosa “.
Pero a los medios de opinión de la cultura dominante poco le importa. Igual gozarán de los beneficios de la multimillonaria pauta oficial, producto del robo con impuestos, tarifas y jubilaciones a los millones que no son tan irresponsables para “parar al país”.
Y de los escasos espectadores no hace falta ser demasiado advertido, solo diremos que estará, con una población de 25 millones más de ciudadanos, muy por debajo de partidos históricos del que solo haremos referencia al de mayor venta de entradas en toda la historia del fútbol de la Argentina: Racing – Celtic por la final de la Copa Intercontinental con 120.000!!! espectadores. Y si parece algo excepcional me permito aconsejarles revisen la venta de entradas de partidos como Boca – San Lorenzo, Independiente – River, Huracán – San Lorenzo, hasta la década de los años 60, donde la cifra es superior o similar a la estimada para este clásico de los pobres, que va a jugarse con un incierto final de resultado deportivo y social.
Y por qué clásico de los pobres
Quienes se identifican con Boca y con River pertenecen en su gran mayoría a las clases pobres.
No fue así en los comienzos. De Boca eran hinchas en su gran mayoría los inmigrantes italianos, sus hijos y descendientes. No precisamente pobres, en todo caso, humildes con pretensiones de acumular riqueza y en que muchos casos lograron a base de trabajo, ahorro y algo de aprovechamiento de las ventajas que le ofrecía el Estado italiano en acuerdos espurios con la Argentina.
Lo hinchas de River, en cambio, su mote de millonarios lo dice, eran de las clases ricas, dominantes de la economía por los entonces empresarios vinculados a Inglaterra (Compañía River Plate). No casualmente su estadio se construyó en uno de los barrios más caros de la ciudad de Buenos Aires.
Las clases media y media baja eran hinchas de Racing, San Lorenzo, Independiente, Huracán.
Las clases más humildes (no había pobres como se los conoce hoy) se identificaban con los clubes de los grandes barrios: Quilmes, Lanús, Banfield, Chacarita Juniors, Tigre, Nueva Chicago, Talleres de Remedios de Escalada.
Pero las cosas cambiaron en la Argentina, para mal. No por el hecho de que los pobres sean hinchas de Boca o River, sino por su existencia en millones de personas. Esos pobres encuentran en la identificación con los clubes privilegiados por los mezquinos intereses de dirigentes y políticas de Estado, una manera de verse ganadores en algo más allá de un partido de fútbol, que los planes de gobiernos ineptos le impiden. Pero ninguno de ellos podrá asistir a ver esta final arreglada a fuerza de dólares y VAR.
Lo patético de esta realidad es que son pobres porque Boca y River a favor de ser funcionales a las políticas de hacer un país para pocos, se quedaron con sus ilusiones, esfuerzos y dineros.