Pueblo y populismo en Fratelli Tutti
Por Antonio R. Rubio Plo, de www.paginasdigital.es
Se comprenden mejor los documentos e intervenciones del papa Francisco si tenemos en cuenta sus años de episcopado en Buenos Aires, una gran ciudad, capital de un país de enormes expectativas que fue devastado por las tormentas políticas y sociales durante gran parte del siglo XX. Por ejemplo, en 2010 el cardenal Bergoglio se refería al bicentenario de la patria en un documento que mencionaba además otras comunicaciones del episcopado argentino. Sin ir más lejos, en una de ellas se decía que «no podemos dividir el país de una manera simplista, buenos y malos, justos y corruptos, patriotas y apátridas». Esta fractura social, que hoy no parece superada en Argentina, resulta incompatible con los conceptos de pueblo y de fraternidad, muy presentes en el magisterio del actual pontífice y podría decirse, sin exagerar, que la fractura vacía de contenido la palabra «patria».
Esa situación guarda, sin duda, relación con el populismo, al que se refiere la encíclica Fratelli Tutti. Allí podemos leer que «la pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo» (157). En efecto, el populismo es una de las expresiones de la polarización de una sociedad dividida, una elección inapelable entre un «nosotros» y un «ellos» que intenta privar al adversario de su condición humana. El populismo mata, aunque pretenda no estar haciéndolo, la propia idea de pueblo. No se puede esperar otra cosa de una ideología que en los últimos años ha crecido a izquierda y derecha.
La condición insana del populismo es denunciada en Fratelli Tutti (159): «Se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad». Los ejemplos históricos, y los actuales, están ahí. El populismo desconoce la posibilidad de la alternancia en el poder. Su mesianismo le hace confundir los intereses de los dirigentes con los del pueblo. Persuadido de haber encontrado una fórmula mágica para resolver los problemas de toda índole, pretende llevarnos, sin poder evitar la caricatura, a un pasado o a un futuro mítico, pues es incapaz de reconocer las dificultades del presente.
Fratelli Tutti aclara al respecto: «Si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra ‘pueblo’» (157). El individualismo de nuestro tiempo prescinde de la idea de que el hombre es un ser en relación. Lo único que cuenta es el propio criterio, que ama hasta los posibles errores porque tienen como legitimidad de origen que son los míos propios. A ese individualismo parece que solo le interesa el ciudadano como sujeto de derechos, una visión netamente cortoplacista. Por el contrario, en Fratelli Tutti se expresa la necesidad de tener objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común, y hay una referencia a la importancia de algo grande a largo plazo y hacerlo un sueño colectivo (157).
En efecto, tal y como afirma el Papa, «todo se encuentra expresado en el substantivo ‘pueblo’ y en el adjetivo ‘popular’”. Sin embargo, según afirma en la encíclica, «algunos grupos populistas cerrados desfiguran la palabra ‘pueblo’, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de ‘pueblo’ es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar» (160). Pueblo es un concepto abierto, un concepto aglutinador. En cambio, el proyecto del populismo es reduccionista. No hay populismo que no tenga vocación de señalar con el dedo quiénes son los buenos y los malos.
En el documento ‘Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo’, al que nos hemos referido al principio, se insiste en la idea de que los ciudadanos viven en el seno de un pueblo: «El desafío de ser ciudadano comprende vivir y explicitarse entre las dos categorías de pertenencia: de pertenencia a la sociedad y de pertenencia a un pueblo. Se vive en sociedad y se depende de un pueblo…». Cabe añadir que muchos asocian la democracia al individualismo. Tocqueville lo intuyó en ‘La democracia en América’. Pero esta percepción no suele tener buenos efectos sobre la vida social, e incluso podría decirse que empequeñece la propia idea de libertad.
El antídoto contra ese individualismo no es otro que insertarse en un proceso, en un hacerse pueblo, en una integración. Lo recuerda el referido documento, que aspira a que los conceptos de ciudadanos y pueblo vayan de la mano. Allí se habla también de ciudadanía integral, de que el ciudadano debe orientarse hacia el bien común.
Desarrolla el documento de 2010 una serie de afirmaciones, que están presentes en otros textos de Francisco, como «la realidad es superior a la idea» y el «todo es superior a la parte». Se insertan en un concepto integrador de pueblo. Pero no olvidemos que el auténtico concepto de pueblo no puede desvincularse del de fraternidad. De ahí su acertada inclusión en Fratelli Tutti.