El arca del Arte frente al diluvio posmoderno
Por Ramiro Campodónico, compositor y pianista.
Publicado en el Suplemento Cultural del diario La Prensa.
El 11 de junio de 1949 el director de orquesta Clemens Krauss escribió las siguientes palabras en una carta dirigida a Richard Strauss:”Como poco a poco ha alcanzado usted la edad de Noé, la comparación se impone. También usted ha construido con su música un arca en la que podremos salvar a todos los buenos espíritus de nuestro arte superando el diluvio del atonalismo y evitando el caos del intelectualismo con que Dios ha vuelto a castigarnos. Que así sea. Amén…”
Casi setenta años han pasado desde que estas palabras fueron escritas y desde entonces las aguas de aquel incipiente diluvio continuaron causando estragos y multiplicando daños. No fueron solamente aquellas todavía muy valiosas vanguardias de inicios de siglo las causantes de la devastación cultural de occidente. El anunciado caos del intelectualismo como castigo ha asumido desde entonces múltiples máscaras, de gesto tan llamativo como efímero.
La serpiente de la gnosis vacía de trascendencia sigue reptando desde los orígenes mordiendo su propia cola, azuzando ése caos del que se alimenta. Al igual que ayer, como en el Edén secretamente añorado, ella sigue engañando al incauto viajero con la misma tentación. Inflamando su orgullo y engreimiento le convence que vuela como un águila, cuando apenas repta en el fango igual que ella.
El racionalismo autosuficiente ha creado una cultura a su imagen, una cultura reptante. Y un racionalismo sin una Razón suprema envejece rápido, incluso abandonando toda razón…La cultura moderna veneraba en sus altares al intelecto como artífice del progreso. La posmodernidad deambula sonámbula abandonada a vagos impulsos y curiosas sensaciones. Embriagado de sí mismo el posmoderno convencido se cree dueño del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, incluso se piensa señor de las potestades naturales. Ensoberbecido deconstruye la moral a martillazos, solo para reemplazarla por otra: la devaluada moral de la corrección política.
”Todo depende de mí”, ”todo parte de mi propia construcción cultural”, ”la realidad soy yo”, grita el relativista enardecido-el pobre iluso cree que vuela y todavía sigue reptando…-“El arte es lo que yo decido que sea arte”, pontifica el posmoderno mientras recorre un museo abarrotado de escombros y deshechos a los que mira con titubeante orgullo. ¿Cómo asumir sin ruborizarse que un urinario pueda ser la imagen emblemática del arte de un siglo?
Una cultura reptante solo puede afirmar como propia la idea de la más terrena uniformidad. El poeta popular afirmaría hoy más que nunca aquello de ver llorar a la Biblia junto al calefón, aunque me permito pensar que mucho más en el dos mil que en el quinientos seis. Un siglo después asistimos con abúlica desidia a teatros y salas de concierto donde igual podemos escuchar al propio Strauss que a un vulgar bufón. ”No hay música clásica ni popular” decían ayer nomás, ”solo buena y mala música”(cuando en realidad nunca se creyeron demasiado eso de lo bueno y de lo malo como valores absolutos).
Hoy levantan el dedo acusador de la corrección política para amonestar al que se desmarca de la masificadora diversidad que celosamente pregonan. ”Todo es igual, nada es mejor “seguiría afirmando el poeta. Mientras tanto aplauden por igual a una ópera resignificada a la última moda o a la instrumentista de concierto que enrostra su figura, hundiendo en el más vulgar sensualismo a un Arte que nació para habitar en las alturas. Postales todas de la reptante cultura posmoderna.
Occidente supo alumbrar durante siglos una cultura capaz de hacer florecer un Arte que abrevaba del más puro manantial. Los entresijos del devenir histórico han llevado sin embargo a este páramo, con una cultura dominada por intereses que la han vaciado de trascendencia y cuya élite (una de las más pobres intelectual y espiritualmente en términos históricos) ha conducido su marcha a este actual período de oscurantismo disfrazado de progreso, poniéndola al servicio de una inescrupulosa agenda global.
Una cultura fallida sostenida por modernos sofistas, adoctrinados guardianes del pensamiento único. Un ideario que más allá de altisonantes proclamas bienpensantes (que tantas veces semejan meros placebos para tranquilizar la conciencia de una sociedad atormentada por sus culpas) es, desde su misma raíz nihilista y materialista, incapaz e impotente para satisfacer ésa sed de infinito, ése anhelo metafísico que habita en el centro mismo del corazón humano.
Rebelados contra cualquier expresión del espíritu que atormente sus conciencias recordándoles la inocencia primera y la pureza del origen, doblan esfuerzos por torcer en otros ésa atracción inevitable que imanta a toda alma hacia la Belleza primordial…Destino gris el de un arte devenido en vulgar apéndice de la sociología, furgón de cola de agendas de ingeniería social pergeñadas en frías y asépticas oficinas, reducido a la servidumbre de un vidrioso racionalismo que rabiosamente se aferra a ideologías, categorías y conceptos.
Entrampado en la esterilidad de un relativismo líquido que intenta justificar lo absurdo y lo banal desde una retórica tan vacía como retorcida. Como la de aquellos cortesanos del cuento de Andersen, cuyos argumentos fundados en la inconfesable mentira se desploman ante la sinceridad peligrosa de un niño que se atreve a decir que su rey está desnudo.
Se cumple así un ciclo señalado por un secreto destino. Una cultura que supo expresar los anhelos más elevados del espíritu humano se desmorona como un Valhalla llameante o como azotada por un persistente diluvio que cruelmente horada toda piedra…Y sin embargo, aún contra toda esperanza, en las aguas más tormentosas navega gallarda un arca sagrada, tal vez aquella misma a la que Clemens Krauss aludía en la citada carta. Pero se trata de un arca construida no solo por el gran Strauss, sino por tantos artistas, célebres y anónimos, que hoy como ayer honran su Arte, crean cultura y mantienen encendida la inmutable chispa divina que nunca, nunca se apaga.
Nos toca también a nosotros arrojarnos a la aventura extraordinaria de navegar en ella, desafiando todo peligro, custodiando el legado de quienes nos precedieron y alumbrando siempre con indómita alegría cada nuevo poema y toda nueva canción. Llegará la hora en la que el diluvio aplaque su furia, amaine la tormenta y claree en el cielo un día nuevo. Entonces tal vez vuelva a nosotros la paloma que alguna vez arrojamos con esperanza al cielo, trayendo en su pico una rama de olivo recién arrancada.
Y así, en el esplendor de su alada pureza, ella será signo de reconciliación de la cultura de los pueblos con el verdadero autor de toda creación…