Por José Luis Restán de www.paginasdigital.es
“Queridos amigos, no les he dado recetas nuevas. No las tengo, y no crean a quien dice tenerlas: no hay… Escuchen la Palabra, caminen juntos en fraternidad, ¡anuncien el Evangelio en las periferias!… Y se puede ir a las periferias sólo si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y se camina con la Iglesia, como san Francisco. De otro modo nos llevamos a nosotros mismos, no la Palabra de Dios, ¡y esto no es bueno, no sirve a nadie! No somos nosotros que salvamos el mundo: ¡Es justamente el Señor que lo salva!”
Son palabras clave del Papa a la comunidad diocesana de Asís, que desvelan algo decisivo para comprender este momento: las fórmulas, los esquemas, los planes no son lo que cuenta cuando se trata de renovar la Iglesia y ofrecer la salvación de Cristo a un mundo sediento. No hay recetas, sólo una vibración de humanidad que comunica la novedad de Cristo en el mundo. Previamente, en la plaza de Asís atestada de gente, había preguntado cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco, y había respondido que la realidad fundamental que nos atestigua consiste en que ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de Él, es asimilarse a Él. Nada semejante a un esquema, a un plan que llevar a cabo. Al desenmascarar con tono severo las imágenes reducidas y edulcoradas de San Francisco, el Papa que ha tomado su nombre quería en el fondo denunciar las mixtificaciones de la fe: no es un sentimiento almibarado ni una energía panteísta, es reconocer a Cristo, y como diría San Pablo, éste crucificado.
En la “Sala della spogliazione”, donde San Francisco se desnudó frente a su padre para señalar que en adelante su vida se apoyaría sólo en Jesús, el Papa Bergoglio tiró de ironía comentando las previsiones de algunos titulares periodísticos que anunciaban que quitaría las vestiduras a los obispos, a los cardenales, y se las quitaría él mismo. En realidad somos todos los miembros de la Iglesia los que cada día somos invitados a despojarnos, siguiendo el camino de Jesús, que se hizo siervo y quiso humillarse hasta la cruz. Sobre todo, insistió el Papa, tenemos que despojarnos del peligro gravísimo de la mundanidad. Porque “la idolatría, subrayó, es el pecado más grave”.
Ante cincuenta mil jóvenes de la región de Umbría quiso subrayar que la misión no es una cuestión facultativa, algo que, en el fondo la Iglesia podría hacer o no. “La humanidad tiene verdaderamente necesidad de ser salvada” y ésta no es una forma de hablar. Cada uno de nosotros, cada relación, cada aspecto de la convivencia tiene necesidad de ser salvado. Y no está en nuestra mano lograrlo por nuestras propias fuerzas, ni está en manos de los poderes o de las ideologías, como se ha visto con horror en el pasado siglo XX: la respuesta está en un Dios que es más fuerte que el mal, que ha vencido al mal en su raíz, a través de la muerte y resurrección de Cristo. Y nosotros podemos seguir a éste Jesús que ha vencido al mal, que puede recrear todas las cosas. Y de esta forma con Francisco, Papa, se ha repetido la historia.