Tras la extraordinaria convocatoria del 18 de Febrero, al cumplirse un mes del asesinato del fiscal Alberto Nisman, con una concurrencia que superó las 4 millones de personas (cifra que surge de la suma de las distintas ciudades de la Argentina), aparecen las voces disonantes y descabelladas desde el poder y obsecuentes aduladores de él.
La marcha se realizó como homenaje a la trágica desaparición y con un fuerte reclamo de justicia, investigaciones independientes, apartamiento en el tratamiento de los juicios de toda connivencia con cualquier poder político, mediático y, paradójicamente, aún judicial. Esto es lo que interpretaron los fiscales debe hacerse en el País si se quiere convertirlo finalmente en una verdadera república. Así lo entendió la gran mayoría de los argentinos, acompañando o no a las movilizaciones.
Pero desde el gobierno y sectores allegados a este, que por supuesto lo han entendido perfectamente desde el momento que no son estúpidos, prefieren hacerse los distraídos y catalogar a esa inmensa masa de ciudadanos de desestabilizadores, de querer hacer tambalear al gobierno de la presidenta Cristina Fernández, como si no estuviera ya en la cuerda floja producto de sus impericias y actos de corrupción.
Para muchos que seguramente no lo conocen, es bueno recordar lo que sucedió en los Estados Unidos en los años 1920 a 1935, en la época del dominio de las mafias y la venta de bebidas alcohólicas de manera clandestina cuando ello estaba prohibido por la conocida “Ley Seca”. Entramados los jefes mafiosos entre policías, jueces y legisladores, el gobierno designa a J. Edgar Hoover como director del FBI. Consiente del grado de descomposición a que había llegado la policía y los fiscales encargados de investigar, toma la decisión de incorporar ignotos y noveles funcionarios de estado sin compromisos ni amistades en ningún área investigativo o judicial, designándoles la tarea de fiscales. El caso más conocido es el de Eliot Ness. El gobierno entendiendo que debía acabarse con aquella corrupción tomó esa drástica medida.
Podría hacerse un parangón entre aquella situación que se vivía en aquel país con lo que ha sucedido en la Argentina, sino antes, al menos desde el momento del atentado a la Embajada de Israel y el posterior a la sede de la mutual AMIA con la friolera de más de 120 argentino inocentes muertos. Pero habría que agregar otras tantas muertes y desapariciones de personas, largo de detallar pero que podríamos simbolizar en la tragedia de tren de la estación Once, con 51 muertos. Hechos que minimizan otros y muchos actos de corrupción por despreciable afán de dinero.
Ante tales hechos la sociedad viene haciendo un reclamo de esclarecimiento y una fuerte sospecha de vicios ocultos en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Sospecha y crítica de la propia presidenta Cristina Fernandez, varias veces referida al tema y promotora del nombramiento de nuevos fiscales para que hagan justicia legítima, la misma que estos fiscales de la marcha han decidido hacer.
Curiosamente, hipócritamente diría, cuando los fiscales deciden acabar con la impunidad, sacarse de encima compromisos que condicionen una independiente investigación, acompañada por multitudes a lo largo y ancho del país, como esperanza de que aquel estado de encubrimiento acabe, el gobierno sale a criticarlos bajo la sospecha de que pretenden desmoronar su poder. Llegando incluso a denostar al fiscal asesinado con la asquerosa frase que inculcara la dictadura militar para desviar la atención sobre sus asesinatos: “en algo andaría”.
Sin embargo deberían ver con agrado la actitud de quienes de una vez por todas y como inicio de un “por siempre” se investigue, lleve a juicio y se castigue cualquiera sea el grado de poder que ostente. Excepto claro que adviertan que en ello les vaya el fin de su impunidad y oscuros días entre rejas. Así y todo podrá exhibir como un logro de su gestión que una sociedad consternada por miles de muertos a manos de desconocidos autores, encontrara justicia y esperanza de un futuro mejor. Y los que le siguen ciegamente entenderán que la impunidad aunque sea de quienes defienden, acaba por tenderles una trampa mortal.