Cada vez son más las voces y escritos que hablan de un retorno a la Economía Civil, en lugar de la actual Economía Política que trae desde 1930 recurrentes crisis a las que no se les encuentra solución. La Economía Civil es una corriente cultural que incluye una teoría económica fundada sobre los principios de reciprocidad, fraternidad y solidaridad.
La Iglesia Católica ha dicho mucho, sobre todo los Papas León XIII en su encíclica Rerum Novarum (1891) y Juan Pablo II en la Centesimus Annus (1991). Ahora el Papa Francisco insiste sobre el tema y desde el sitio Páginas Digital publica un comentario que resulta muy interesante reproducir sobre todo porque la pandemia del coronavirus ha traído y traerá consecuencias más graves en la medida que se insista en la concepción de que el Mercado pueda resolverlo por sí solo sin límites en lo cultural y moral.
La vía de Francisco. Para cambiar la economía hay que construir un pueblo
Por Rocco Buttiglione, de www.paginasdigital.es
En la encíclica Centesimus Annus, san Juan Pablo II invocaba, hace casi veinte años, una nueva alianza entre el libre mercado y la solidaridad. El camino elegido por Occidente fue distinto. Hemos preferido mucho mercado (aunque no muy libre) pero poca solidaridad.
Ahora el papa Francisco denuncia la actual crisis del capitalismo. No se trata de la crisis “económica” que imaginó Marx. Es una crisis cultural y moral, que al final repercute en la economía. Una economía que funciona así destruye a la persona y una persona destruida, naturalmente, no es capaz de poner la economía en funcionamiento. El mercado es una de las instituciones de una sociedad libre, pero no puede ser la única. Necesita estar contenido, limitado y sostenido por otras instituciones: jurídicas, sociales, políticas, morales y religiosas. Abandonado a sí mismo, el mercado empieza a funcionar en contra de la persona. O bien deja de funcionar.
El problema entonces es la cultura que se esconde tras el mercado y el centro de la cultura es la autoconciencia humana, la manera en que el ser humano se concibe a sí mismo. En el centro de su autoconciencia está la relación que el ser humano establece con el Absoluto, o con aquello a lo que decide donar el amor total de su corazón.
En nuestra sociedad, el dios del ser humano es el propio ser humano. Estamos en la época del narcisismo. Esta visión condiciona también una manera de pensar en la economía. El fin que persigue la economía es la optimización de la utilidad individual. Los que salen perdiendo en esta lucha a muerte por la afirmación de uno mismo se quedan en la superficie y fuera de la historia. Naturalmente, los perdedores no aceptan salir de la historia tranquilamente y sin molestar. Se revuelven y, en la medida de lo posible, intentan sabotear el sistema. El sistema quiere vivir sin ellos y, como consecuencia, deja de interesarles la vida del sistema y ponen de manifiesto su rencor contra él.
La propuesta de Francisco es la de una economía que funciona según otra cultura, según una cultura comunional. En una cultura comunional, el sujeto no es un individuo abstracto sino una persona abierta a compartir la vida del otro, porque su autoconciencia está determinada por su relación con el Absoluto de Dios. La presencia del otro en mi vida es fuente de la alegría y yo descubro la verdad de mí mismo relacionándome con otros.
Esta es la experiencia fundamental de la pertenencia, lo que cambia los parámetros fundamentales de la ciencia económica. Si nos pertenecemos mutuamente, si vivimos los unos en la vida de los otros, entonces lo que me interesa es que tú vivas. No solo me interesa la optimización de mi utilidad individual, sino que al mismo tiempo crezca el vínculo en el que consiste mi vida.
Un gran economista napolitano, Antonio Genovesi, escribió en sus Lecciones de economía civil (1765) que lo que mueve al hombre es la búsqueda de su utilidad individual y, de manera inseparable, la del bien común. El bien común no es simplemente una suma de bienes individuales. El bien común es el bien de una comunidad y solo se puede concebir si existe un pueblo que se concibe como sujeto.
Por eso no se puede pensar una nueva economía si no se piensa junto a ella en un pueblo nuevo, un sujeto que se mantenga unido por la solidaridad, donde cada uno se preocupe por realizar su propio bien, cooperando al mismo tiempo de manera solidaria para que los demás también puedan obtener el mismo resultado.
Todo esto es muy bonito, pero también muy abstracto si no nos preguntamos de dónde viene la energía que transforma a seres aislados y egoístas, a los que solo les interesa su éxito individual, en sujetos comunionales, que construyen un pueblo y se conciben como tal.
El papa Francisco es muy prudente al responder a esta pregunta. Cualquiera que viva una experiencia de unidad y comunidad humana será bienvenido en el proceso histórico de la generación de un pueblo. Los cristianos viven esta construcción como una expresión de su identidad cristiana. Reconociendo a Cristo como su verdadero rostro, los cristianos aprenden a ser miembros los unos de los otros y a reconocer a todos los hombres como cuerpo de Cristo. Alegrándose cuando otros se suman a su empresa, los cristianos son conscientes de que su manera de estar dentro de la sociedad consiste en construir un pueblo.