Dedica su vida a la neurociencia, pero se diferencia de los expertos que salen en televisión. Fue jefe de la base de datos de la comisión que, encabezada por Alejandro Olmos, estudió la deuda externa. Dirige un laboratorio en el que hay unos 5.000 cerebros en estudio. “Son de gente que ya no los usa”, bromea.
De paso por Paraná para brindar una conferencia, el científico dialogó con EL DIARIO sobre la trastienda de la ciencia.
Mario Crocco, neurobiólogo, jefe del Laboratorio de Investigaciones Electroneurobiológicas del Hospital Borda, en Buenos Aires y director del Centro de Investigaciones Neurobiológicas del Ministerio de Salud de la Nación, trabaja en una oficina que le perteneció a José Ingenieros. “Hay que volver a leerlo”, aconseja.
¿Qué es, en términos sencillos, la neurociencia? Parece estar de moda…
Los laboratorios la pusieron de moda. Al término neurociencia lo utilizan los anglófonos. Nosotros usamos neurobiología. Consiste en el estudio del sistema nervioso y su relación con el alma. Nos pagan para averiguar cómo se enferma el cerebro, pero la tradición nuestra, que formó casi 5.000 investigadores, siempre se centró en la relación con el alma.
¿Hay mucho chanta en esta disciplina, ahora que está de moda?
Prefiero no hablar de eso porque pueden llegar a ser presidentes.
Visitó el Hospital Escuela de Salud Mental. ¿Con qué se encontró?
Me encontré con un equipo con mucha capacidad que trabaja en forma transdisciplinaria. Hay asistentes sociales, antropólogos, psicólogos, médicos, que abordan desde lo social, neurobiológico, psiquiátrico, psicológico la dinámica de la enfermedad mental. Le dan contención a los enfermos crónicos, que en muchos casos presentan deterioro, pero a la vez tienen una existencialidad conservada. El alma nunca pierde su lozanía.
El mes pasado una paciente de 31 años murió ahogada en una cloaca en el hospital psiquiátrico de la ciudad de Federal. ¿Lo sorprende una noticia así? ¿Dónde queda la neurociencia ante este tipo de cosas?
Fui amigo de Thomas Zsazs, uno de los fundadores de la antipsiquiatría en Estados Unidos. El término refiere a la modificación de esos castillos de Frankenstein donde un profesor Neurus manejaba como títeres a víctimas internadas por familiares confiados o que se los querían sacar de encima. La sociedad inglesa y estadounidense criticó y terminó con esos abusos, es decir que la modificación se hizo desde afuera. En la Argentina fue al revés: la modificación y modernización de los psiquiátricos la hicieron desde adentro los mismos profesionales. La gente puede revertir las cosas. En la Argentina los psiquiátricos dejaron de ser lo que eran hace mucho tiempo. Yo he visto comer lauchas cuando no había carne. Me refiero a los internados cazando lauchas, destripándolas y asándolas cuando no había carne por varios meses. Los psiquiátricos y esa idea horrible se fueron con el proceso de desmanicomialización, aunque claro que quedaron los problemas típicos de toda institución: el robo, el nepotismo, los parientes, las cuestiones gremiales. Eso va a seguir estando siempre donde ocurra algo tan humano como que el egoísmo haga olvidar el bien común.
“¿Por qué respetar a las personas?” es el título de la conferencia que usted brinda. ¿A qué se refiere?
La Escuela Neurobiológica Argentino Germana es una tradición que los angloestadounidenses cuestionan por su amplitud renacentista. Eso nos dicen, a modo de crítica. Nosotros a cada problema lo intentamos ver en contexto, históricamente, cómo se formó, en todas sus ramificaciones, incluso si se trata de un experimento simple relativo a alguna cuestión fisiológica. Esta perspectiva nos obliga a hacer ciencia teniendo en cuenta todo el contexto: qué somos, adónde vamos, de dónde venimos. Un contexto cosmológico y biosocial. Esa es la perspectiva de Ramón Carrillo, de Braulio Moyano, de José Ingenieros, a quien hay que volver a leer. Eso es respetar a las personas.
Usted trabaja en el ámbito científico al menos desde 1983. ¿Está bueno hacer ciencia en Argentina en esta época?
Nunca está bueno para hacer ciencia en el frente de avance. Siempre hay que pelear.
¿A qué se refiere con “el frente de avance”?
Es el lugar donde se nada a lo perro y uno está absolutamente solo. Es donde se descubre en serio. Los científicos se conocen por el test de la lápida: en la lápida le tienen que colocar qué descubrió. He visto muchísimos que se atribuyen, no por maldad, sino porque se creen capaces, de que les llegue sí o sí el gran descubrimiento. Pero luego hay que hacerlo y concretarlo. Me tocó luchar muchas veces contra ellos. Desde 1983 a esta parte he visto como cada dos o tres años aparecía alguien en distintos ámbitos, normalmente un médico, un chanta, que quería ser director y que no había descubierto absolutamente nada y ni siquiera tenía los instrumentos básicos. No eran malas personas, pero eran engreídos, megalómanos, ególatras. Uno incluso se creó el cargo de “director hemisférico”. Estos son los que hacen que los científicos debamos dedicar dos o tres años de no dormir, no investigar y hacer gestiones ante políticos que no entienden nada.
Usted investigó la deuda externa, la vida en Marte, el Martín Fierro. ¿Por qué tanta diversidad?
Me metí con el Martín Fierro porque me gusta la tradición argentina y porque en esa obra se hace una interpretación cabal de lo que pasa en la ciencia argentina. Las mismas desgracias del gaucho son las que le pasan a los científicos. En 1994 publiqué una obra al respecto en una edición oficial que anduvo muy bien. En relación a la deuda externa, creí necesario humildemente participar en el equipo de Alejandro Olmos, ámbito en el que encontramos que eran falsos 18.000 millones de una deuda que entonces era de 46.000 millones. Fui jefe de la base de datos. Lamentablemente, el presidente Raúl Alfonsín debió decir que por motivos de política internacional había que pagar de todos modos. Lo de Marte surgió por una amistad con Gilbert Levin, director del programa Viking, que partió a Marte en 1976.
¿Le interesa despertar vocaciones de jóvenes hacia la ciencia? ¿Por eso anda dando charlas?
Claro que sí. Les digo que nos ayuden a hacer ciencia porque somos demasiado pobres para prescindir de la ciencia. No la podemos comprar hecha afuera. Porque nos van a engrupir, a mentir, a dar una ciencia que no sirve. Tenemos que hacer la ciencia propia.
Vida en Marte
Crocco accedió a explicar en términos sencillos los resultados de investigaciones que le permiten afirmar que hay vida en el planeta rojo: “La sonda Viking permitió determinar que la cantidad de agua que hay en Marte alcanzaría para cubrirlo por completo con un mar de 12 metros de profundidad si estuviera líquida, pero no está líquida sino metida como hielo bajo la superficie. No obstante, si hay agua es posible que haya vida”, introdujo.
La información lo llevó a investigar junto con otros colegas las señales irradiadas por la sonda a lo largo de los 275 días que duró la misión. Esas estadísticas les mostraron la existencia de ciclos circadianos, es decir de día y de noche, lo que les permitió descartar que se tratara de una simple reacción química.

“Me trataron de chiflado por buscar algún microorganismo vivo en agua que es hielo a 100 grados bajo cero. Entonces, me tuve que ocupar de ver cómo podía estar líquida el agua a esa temperatura. Como me gusta hacer cálculos, busqué cuánta agua líquida había. Y sí: en un hielo con arena o tierra a 100 grados bajo cero hay pequeñas cuevas microscópicas donde el hielo forma láminas en las que hay una pequeñísima cantidad de agua líquida. Si esa cantidad se puede hacer fluir, en ella los microorganismos se reconstituyen de inmediato y disponen de 90 micrones cúbicos de agua líquida cada milímetro cúbico, que alcanza para la cantidad de metabolismo detectada. Hay vida en Marte”, sostuvo.
Autor: Luciana Dalmagro lucdalmagro@gmail.com
Colaboración de: FUNDACIÓN Dr. RAMÓN CARRILLO – Profesora Licenciada Teresita Carrillo, presidente – Profesora María Cristina Carrillo, vicepresidente. fundacion.ramoncarrillo@gmail.com
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