por Julián Carrón *
La inseguridad existencial con la que tan frecuentemente tiene que hacer cuentas el hombre de hoy le hace caer en el miedo. ¡Cuántas situaciones hay que no puede controlar con sus fuerzas! Lo mismo sucedió en tiempos del profeta Isaías: ante la inminencia de una guerra, la casa de Judá trata de asegurarse la alianza con una potencia extranjera, los asirios. Ante el miedo, la tentación es siempre la misma: confiarse al poder, al más fuerte, para que nos libere del estado de inseguridad en el que nos hallamos. Pero las cuentas no salen, y el miedo no desaparece. Llegados a este punto, Dios toma la iniciativa y se dirige a Acaz, rey de Judá, a través del profeta Isaías, para indicarle que ese no es el único camino, que existe otro más seguro: confiarse al único «poder» capaz de llegar hasta la raíz del miedo y derrotarlo (cf. Is 7,10-14). Este camino que nosotros consideraríamos una abstracción se vuelve el más realista de todos. El pueblo de Israel lo ha verificado una y otra vez en su historia.
Dios no proclama simplemente que tiene pasión por el destino del hombre: Él interviene en la historia. Lo hace tomando iniciativas que pueden incluso trastocar situaciones que parecerían ya definidas. Como en el caso de una joven mujer, María, prometida con José, un hombre de la casa de David (cf. Lc 1,26-38). Podría percibirse como una interferencia indebida de Dios, que hace saltar por los aires los planes de dos prometidos: en realidad es la iniciativa que todo hombre, consciente o inconscientemente, espera, empezando por María: «¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!». ¿Quién no desearía verse invadido por esta mirada llena de ternura? Es como si, en el anuncio del ángel, Dios le hubiese dicho: «Solo una presencia puede responder a todo el miedo del mundo y a toda la inseguridad de los hombres. Te lo muestro primero a ti, hago suceder en ti esta presencia, ¡la hago vibrar dentro de ti para que pueda llegar a todos! Concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús».
Con esta iniciativa absolutamente única, Dios le asegura a ella y a todos los hombres que ya no estarán solos, que ya no serán víctimas del miedo, que podrán apoyarse siempre en esa Presencia, cualquiera que sea la situación en que se encuentren. Independientemente del desafío que tengan ante sí, podrán no tener miedo, porque podrán vivirlo en Su compañía: han encontrado gracia ante Dios.
Pero esta iniciativa ha de ser acogida. No se puede dar por descontada la respuesta. Ni siquiera la de María. Al oír esas palabras, habría podido asustarse o verse tan completamente superada que quisiera escapar. Estaban de por medio la razón y la libertad de aquella joven mujer. María se muestra disponible aceptando este anuncio imprevisto e imprevisible: «Hágase en mí según tu palabra».
Sin embargo, todavía no se ha producido el momento más dramático: cuando el ángel se aleja de ella. ¿Por qué esa lejanía de Dios? El Misterio no quiere imponerse con prepotencia, casi se retira de la escena para dejar espacio a su libertad. ¿Por qué no se lo ahorra, nos preguntamos a veces desconcertados? Porque ese anuncio no puede ser vivido de forma pasiva, y mucho menos impuesto desde fuera. Solo puede llegar a ser suyo en la libertad. ¿Y cómo se vuelve suyo? «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Desde entonces la Virgen indica el método de la vida para afrontar todas las circunstancias. Por esta vía surge un yo nuevo: un yo con una autoconciencia nueva, que ya no está aplastado por el miedo porque está completamente dominado por esa Presencia. Es una posibilidad que está al alcance de la libertad de María, al igual que es accesible para cada uno de nosotros, que somos alcanzados hoy – a través de encuentros concretos, determinados– por el anuncio del «Dios con nosotros».
La intervención del Misterio en nuestra existencia no derrota el miedo como por arte de magia, sino que impregna la vida de Su presencia, invitando a nuestra razón y a nuestra libertad a reconocerla. Solo quien la reconoce y se confía a ella podrá verificar hasta qué punto es vencido el miedo por Su presencia. «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45).
Dios no nos ahorra el camino de la verificación, como no se lo ahorró a la Virgen. La victoria sobre la inseguridad existencial y sobre el miedo se produce según un designio que no es el nuestro, pero sucede. La iniciativa audaz que Dios ha tomado con María nos alcanza también en esta Navidad, renovando el anuncio de una novedad radical: «El cristianismo es una presencia dentro de tu existencia, una presencia que asegura un cambio inimaginable, inimaginable» (don Giussani). Lo hemos visto testimoniado en la historia: no existe obstáculo que resista ante Su iniciativa: escepticismo, incapacidad, enfermedad, circunstancias.
Si acogemos Su presencia, que nos alcanza hoy a través de un signo humano, se introduce en nosotros este cambio. Ya no estamos solos ante los imprevistos de la vida. Como ha dicho el papa Francisco hace algunos días, «la Navidad trae cambios inesperados de vida: el Altísimo es un niño pequeño. ¿Quién lo habría esperado? La Navidad es celebrar a un Dios inédito, que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas, una sorpresa, algo nunca visto» (Audiencia general, 19 de diciembre de 2018).
¿Encontrará también hoy un corazón disponible para acogerle?
* Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación
Publicado en el Corriere della Sera.