Aportes ante el escenario de unas elecciones sin alternativa.
Al menos, los que queremos, para sintetizarlo: un país dueño de lo suyo y que reparta de manera justa sus bienes. O, dicho de otra manera, un país emancipado con verdadera justicia social.
Así como las consecuencias económicas de la dictadura genocida cívico-militar se consolidaron recién durante el gobierno de Menem, hoy, en pleno siglo XXI sufrimos las consecuencias de la década de los 90: la falta de políticas democráticas y soberanas, la actividad política desprestigiada y un modelo que no sale del neocolonialismo extractivista, es decir, mandan las transnacionales y basta señalar el derrame de cianuro recientemente producido por la Barrick Gold en Veladero, en la provincia de San Juan y todas las circunstancias que rodearon este gravísimo hecho.
El descrédito hacia la política que siente gran parte de la población se traduce en una delegación del poder de decisión en la clase política, que, es la misma desde el año 1983, más allá de variaciones de los nombres de los partidos. No sólo no avanzamos en una democracia participativa sino que las circunstancias actuales dificultan aún más estas posibilidades. No hay reclamos contundentes y masivos ante esta realidad. La fragmentación, que sigue avanzando también se hace sentir en este punto.
Se vota en relación al poder que se ostenta y poco importan las propuestas políticas.
El grave problema es que los desafíos que enfrentamos, los veamos o no, requieren el cuestionamiento sobre el modelo productivo necesario para lograr los enunciados previos: un país dueño de lo suyo y que reparta de manera justa sus bienes.
La dependencia, que no es cuestionada más allá del discurso oficial se manifiesta en el modelo que describe perfectamente José Rigane, secretario adjunto de la CTA Autónoma cuando dice:
“El modelo de ahí surgido que perdura hasta nuestros días continuó afianzándose en el marco de la democracia formal, con el desarrollo de la megaminería, el monocultivo de la soja y la explotación de los hidrocarburos no convencionales (fracking entre ellos), poniendo en peligro nuestros recursos de agua y tierra. La exportación, la depredación y la contaminación son la base fundamental de este modelo económico que impera en Argentina, con el peligroso condicionante de que no es un modelo económico definido o decidido por los argentinos, sino todo lo contrario, es un modelo impuesto en la región y a nivel mundial.”
El principal problema es la indiferencia como evidencia concreta de sectores que son imprescindibles para lograr construir alternativas y luego transformar la realidad.
Ojalá me equivoque, pero creo que el modelo cultural (consumismo, individualismo, narcisismo, irresponsabilidad) representa la mayor acumulación al servicio de que se prolongue la anestesia social cuando el próximo gobierno realice los ajustes económicos necesarios.
Los derechos otorgados a la población aumentan coincidentemente con el grado de participación en estas democracias representativas, formales y burocratizadas que vivimos, por esto mismo, disminuyen de la mano de la indiferencia y del poco compromiso ligados a una cultura que fomenta diariamente la pasividad y la indiferencia hacia lo político y social.
El relativismo dominante también es un problema, donde todo es relativo sólo importa la satisfacción personal e inmediata. O, en todo caso, el interés familiar o de un grupo al que pertenezco por alguna particularidad en común, pero se dificulta enormemente pensar en los derechos humanos de toda la población y sobre todo, de los más desfavorecidos.
A esto agregamos la cultura narcisista o autorreferencial que con las redes sociales está al alcance de todos y confunde, por ejemplo: ser un luchador con parecer o mostrarse como un luchador. Es fácil perderse en el camino de la imagen y la apariencia.
Otro problema lo constituye la fragmentación que sigue su curso, por eso muchas demandas y reclamos sociales se diluyen a pesar de un gran esfuerzo realizado. Cada acción a favor de construir una alternativa emancipatoria, o de al menos señalar y denunciar los males de la dependencia representa hoy un enorme esfuerzo y reconocerlo y reconocernos a los que intentamos esto dairiamente resulta primordial.
Por todo esto, la participación necesaria a la que nos referimos tendrá que ver con lo nacional, y cuando decimos nacional no estamos hablando del estado nacional sino del territorio argentino y sus múltiples naciones, es decir, junto con los pueblos originarios.
Para los que aspiramos a un país dueño de los suyo y que reparta de manera justa sus bienes, se suma irremediablemente la integración autónoma de América Latina, como la única forma concreta de obtener soberanía de forma integral.
Creemos que el ciclo dominado por los gobiernos progresistas está agotado, y eso puede verse en múltiples síntomas en los diferentes países. Por tomar dos ejemplos muy diferentes pero ambos significativos: el ajuste en Brasil es uno, los rasgos autoritarios del Frente Amplio en Uruguay explicitados en el decreto de esencialidad de la educación ( que tuvo su vuelta atrás) y la violencia policial desplegada en el desalojo de los estudiantes que ocupaban la sede del CODICEN en el marco de la lucha por presupuesto para la educación, es otro.
Lo negativo de esto es la prontitud, tanto en tiempo como en medidas con la que estos gobiernos han encontrado sus propios límites. Lo positivo, es la posibilidad de avizorar que para lograr los objetivos que ya enunciamos al comienzo de esta nota, hacen falta otro tipo de propuestas políticas, otro tipo de gobiernos, otro tipo de procesos protagonizados por la población en su conjunto.
Pedir inversión, como hacen nuestros principales candidatos a presidente acá en la Argertina, desde la condición de la dependencia implica que esta será privada y extranjera, y por lo tanto vendrá de la mano del saqueo y la contaminación. Lo importante es visualizar el modelo productivo que proponemos como alternativo para nuestro país. Y de eso no se habla en esta campaña, ninguno de los candidatos lo hace.
Se ha hablado mucho de la falta de unidad de sectores, organizaciones y referentes que se supone que acordamos en general, hoy en día ese es un problema ínfimo ya que aunque nos juntáramos todos no somos significativos (es decir, con poder de incidir y avanzar en los cambios que necesitamos) en organización política ni si de lo que se trata es de representar una parte de la población, y menos aún si queremos representarla electoralmente.
Es decir, que la propuesta política alternativa que responda al primer enunciado es una tarea pendiente.
Por ende, el verdadero problema es cómo, ante esta evidencia, y hablando desde la humildad pero también desde nuestro modo de ver la realidad, logramos que un sector de la población se involucre, es decir, se comprometa a actuar para ser parte del cambio necesario.
Esta participación resulta imprescindible porque no creemos en las formas en las que el poder político, al menos en forma mayoritaria, se viene construyendo y organizando, ya que estas formas responden a un modelo cultural y por lo tanto tienen sus mismas características: clientelares, demagógicas, individualistas, discrecionales, burocráticas, corruptas, consumistas, individualistas y egoístas e involucran, en sí mismas, un proyecto que no es el nuestro. Y hasta que no se desarrolle otra forma de construir poder no habrá cambios importantes. Y esto será avanzar en la democratización de la democracia.
Duele decirlo, pero el mayor mérito del kichnerismo, en su aspecto de conservador de la dependencia, ha sido dividirnos a los que tenemos intereses comunes.
Como la participación es la clave, la primera tarea es lograrla y ojalá, en estos años que vienen, logremos que esta sea producto de la conciencia y la solidaridad y no de la necesidad urgente.