El miércoles santo Jesús no acudió al Templo. Permaneció en Betania en una vigilia de oración. Todo lo que había de decir, lo ha dicho. La revelación de su identidad es clara. La denuncia del pecado también. Las posiciones de los importantes también están definidas.
Cristo les dice: «Sabéis que de aquí a dos días será la Pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado»(Mt). Hay presciencia en Jesús. Sabe lo que va suceder, sabe el día y la hora. No le será ahorrado el desconocimiento previo, o la esperanza de que el dolor vaya ser menor. Lo sabe todo. Es consciente de que los clavos van a atravesar su carne, sabe que su cuerpo va ser flagelado, escupido, deshonrado y, por fin, llegará una muerte cruel.
Lo sabe, y no huye, porque esa afrenta va a ser convertida en un sacrificio en el que Él va a ser sacerdote y víctima. Va a pedir al Padre el perdón para todos, pero lo va a pedir pagando el precio de justicia de todos los pecados. Va ser un verdadero sacrificio expiatorio, como lo simbolizaba el animal que soltaban los sacerdotes que llevaba sobre sí los pecados del pueblo. Pero ahora no va ser un símbolo, sino una realidad. El peso de todos nuestros pecados va a caer sobre Él. Jesús va a ser el inocente que paga por los pecados de aquellos a quienes ama. De esta manera se manifiesta una misericordia que tiene en cuenta la justicia.
Ya había sido profetizado mucho sobre el siervo de Yavé que padecerá para librar al pueblo de sus pecados. Se cumplirá todo hasta el mínimo detalle.
El amor no es sólo la satisfacción por el gozo con la persona amada. Es también querer tanto al otro -en este caso todos los hombres- que se busca librarlos de todo mal, se busca liberarlos de las garras del diablo, de las redes del pecado, de la muerte primera, y de la muerte segunda que es el infierno. Ese amor le lleva a no poder soportar que se pierda ninguno. Que todo el que quiera salvarse lo pueda hacer. Por eso no rechaza el sacrificio. Se puede decir que lo ama, aunque el corazón tiemble y la carne se resista. Pero la voluntad es firme.
Y el miércoles santo es un día de oración intensa y sin descanso, rodeado del cariño de los suyos, aunque no todos, pues Judas le odia.
La reunión del sanedrín
Aquel día se reunieron las tres clases del sanedrín: los príncipes de los sacerdotes, los escribas, y los ancianos notables. Preside el Sumo sacerdote Caifás. No es una reunión oficial, pero están casi todos. Los acontecimientos del día anterior hacen que lo ya decidido se ponga por obra. Ya habían decidido matarle antes; pero nada han conseguido. Ahora les mueve la furia de hacerlo cuanto antes, pero con astucia, con una frialdad y un odio que encuentran su motor en el mismo Satanás.
Son implacables «Entonces se reunieron los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo en el palacio del Sumo Sacerdote, llamado Caifás, y acordaron apoderarse con engaño de Jesús y hacerle morir. Pero decían: No sea en la fiesta, para que no se produzca alboroto entre el pueblo»(Mt).
Las deliberaciones fueron duras. Hablan más los que más le odian, es decir, los que tienen una mayor pecado según las denuncias públicas y privadas de Jesús. No pueden esperar, pero no quieren alboroto. Saben que los partidarios de Jesús son muchos. Saben que en una situación de guerra civil, los romanos intervendrían y liberarían a Jesús, pues su conducta es intachable y nada enemigo de ellos.
Por otra parte quieren comprometer a los romanos para que ellos sean responsables de la muerte de Cristo ante el pueblo. Deben calcular las cosas hasta el mínimo detalle. No pueden fallar. Alguno habla de Judas que ya ha entrado en tratos, pero poco saben de él.