El fenómeno de la migración masiva que estamos padeciendo en Europa debería ser gobernado. Es una calamidad que hubieran tenido que prever hace mucho tiempo ya que, hace 20 años el Plan sobre la migración y la vecindad en el Mediterráneo, presentado por el Comisario Vittorino hubiera podido ser aprobado. Hoy no estaríamos en esta situación y, sobre todo, cientos de miles, tal vez millones de personas no hubieran tenido que abandonar sus países de origen.
Recordemos algunos criterios de actuación que se inspiran en las enseñanzas sociales cristianas, pueden ser útiles para blindarnos frente a las polémicas y la instrumentalización de estas últimas semanas y que nos permitirá evaluar adecuadamente las opciones y decisiones de los gobiernos y de la Unión Europea.
Una consideración general que hay que recordar al evaluar el fenómeno de manera «cristiana» proviene del Antiguo y Nuevo Testamento: el pueblo judío es un pueblo que desde hace mucho tiempo, desde que fue llamado por Egipto, tuvo que emigrar; también lo hizo la familia de Nazaret (José, María y el niño Jesús) tuvieron que emigrar en la tierra de Egipto para escapar a la muerte.
Por último, el mismo Jesús, hablando del juicio final (Mateo 25: 31-46), habla de los “bendecidos” como de aquellos que “dieron la bienvenida al forastero «y de los “malditos «, como de aquellos que “no los aceptaron».
Tenemos que recordar estos hechos y estas consideraciones bíblicas hechas por Jesús cuando analizamos lo que está pasando y ponderar nuestra responsabilidad cuando juzgamos y actuamos ante el fenómeno de la migración.
Por supuesto, la Iglesia de Jesús ve en los migrantes unos hermanos, y ve la migración como una oportunidad no como un problema, una gran oportunidad para la evangelización de las otras culturas. Una oportunidad y un «desafío» para cada cristiano.
El migrante es una persona, tiene su propia e irremplazable dignidad humana que debe ser respetada. Así que cada tipo de instrumentalización, en las diversas formas en las que pueda presentarse, es errónea.
Los propios migrantes tienen, al mismo tiempo, el derecho a vivir en su tierra natal y allí desarrollar sus talentos y responsabilidades personales y familiares. Los Estados nacionales tienen la obligación de permitir a sus ciudadanos vivir en su propio país y contribuir al bien común de la patria. La migración por elección, por tanto regular, debería ser la única forma de migración.
Los países de acogida, es decir, donde los inmigrantes llegan, tienen el derecho de regular el flujo migratorio. La misma UE debería regularlo mejor. Recibir y regularizar los migrantes no es solamente un deber, sino también una oportunidad para estos países para poder ofrecer hospitalidad y compaginarla con el “bien común de la nación”.
Los migrantes son sujetos de derechos y en algunos casos de deberes (derecho de asilo), tienen deberes y responsabilidades con los países que los acogen. En primer lugar la responsabilidad de contribuir al «bien común» del país anfitrión. Por lo tanto, no se pueden olvidar las palabras de Jesús: «El que no trabaja, que no coma. » En ellas no encontramos una contradicción, sino más bien un complemento del alojamiento gratuito que debe ser temporal y no debe transformarse en nuevas formas de asistencialismo que pueden alarmar la opinión pública, que agravan los presupuestos estatales y humillan la dignidad humana de los alojados, los migrantes y sus familias.
Esperemos que en los próximos debates nacionales y europeos al menos una tenue luz del espíritu del cristianismo logre iluminar las instituciones y la política.
Sursum Corda!
Luca Volontè – CEO Fundación Novae Terrae
La Fundación Novae Terrae está comprometida a nivel internacional en la promoción de los derechos humanos.