Una reflexión sobre los padres, a propósito de la próxima celebración de su Día, nos hace llegar Arturo Clariá (h), psicólogo clínico y educacional y Coordinador de programas de valores humanos para instituciones educativas y empresas.

Ser Padre
Ser padre es desear la llegada de un hijo desde mucho antes de que cobre existencia real, a partir de un proyecto de amor compartido, que sueña con desbordarse.
Es dedicar toda una hora a verlo dormir en su cuna y sentirlo una creación tan perfecta que supera la comprensión humana. Es sorprenderse a uno mismo temblando ante la sensación de que su incipiente destino depende en gran parte de la persona frágil y dudosa que sé que soy.
Es regalarle nuestro tiempo físico, supeditarlo al suyo, con la impresión agustiniana de que toda experiencia pasada nos hizo confundir con búsquedas exteriores el verdadero lugar en donde se hallaba nuestro tesoro.
Es contemplar a un hijo que corre y simplemente disfrutar de ello, es jugarle una carrera hasta el árbol y dejarlo ganar, es avanzar hacia el siguiente y dejarlo perder.
Es sentir, en el exacto momento en que el amor no imagina poder dar lugar a más felicidad, que la vida te regala la llegada de “la segunda”, y que el corazón se dilate de una manera tan natural que te desconcierta.
Ser padre es ahora recostar a la beba sobre mi pecho y concentrarme en los vaivenes de su suave respiración, sintiendo cómo su cuerpecito se hincha y deshincha al compás de la noche. Y querer, por un rato al menos, que nunca más amanezca.
Es detectar el brillo de la vida en su mirada, esa chispa en sus ojos que vuelve a encender nuestra llama, un tanto ahogada por las inclemencias del tiempo.
Es escucharla cantar con gritos desaforados de entusiasmo una canción de princesas que apenas puede comprender, imitando sonidos. Es descubrirla entonada, como la madre.
Es hallarse a uno mismo sorprendido por encontrar los propios, indomables rulos en la existencia que nos continúa.
Ser padre es la tribulación de pasar toda la jornada fuera de casa y compartir con los seres más maravillosos que llegaron a nuestra vida sólo las últimas tres horas del día. Es encontrar respuesta a ese desaliento en las bodas de Caná, donde lo mejor fue dejado para el final.
Es simular fortalezas y seguridades para que ellos encuentren reparo en nuestra figura, cualquiera sea el precio que nos cueste, e interpretar ese rol con la sensación de estar actuando una comedia divina.
Es hacerse un alto en las actividades para compartir un almuerzo en la semana, un partido de fútbol importante para un hijo, un acto de fin de curso del colegio.
Es estar con ellos estando: sentarse a crear muñecos de masa con ella, pintar flores de colores en la mesita de su cuarto o usar la corbata como vincha y jugar con él a las luchas, por los sillones del living.
Ser padre es hamacar a los hijos en esta plaza de juegos tan particular que es la vida. Hamacarlos de frente cuando son chicos, así pueden empezar a irse tranquilos porque nos tienen siempre como referencia para el regreso; hamacarlos de espaldas cuando crecen, porque los lanzamos a la vida aunque saben que ahí estamos si nos necesitan.
Es traspolar cualquiera de estos ejemplos a vivencias propias de otras edades de los hijos, ya que la esencia del vínculo es dinámica pero inmutable, activa pero primaria, cíclica pero con el mismo principio y fin.
Porque ser padre es comprender, con mayor luz, que uno se ha embarcado en semejante aventura, en primer lugar y como condición fundante, porque se ha sentido querido, estimulado, sanado y reconfortado por el padre suyo.
Es sentarse a escribir estas líneas en el exacto momento en el que la madre de mis dos hijos se acerca nerviosa, los ojos llorosos de alegría, a contarme que un tercero viene en camino.
Y sentir que el corazón automáticamente se expande, hacia territorios desconocidos, hacia fronteras insospechadas.
Ser padre es poder comprender con claridad cuáles son los siete pasos hacia la felicidad: ésa es la cantidad exacta de pasos que recorren mis hijos desde la cocina hacia la puerta de entrada cuando escuchan la llave en la cerradura y entienden que su papá vuelve a casa. En el andar decidido y apasionado del mayor, y el tambaleante y nervioso de la pequeña, se sintetiza lo que soy, el sentido por el cual uno se levanta cada mañana y sale al mundo a asumir su papel de adulto responsable. No creo encontrar sensación más plena de amor: saber que uno no es indiferente para ciertas personas, que aunque el mundo gire de modo vertiginoso ellos nos esperan, siempre, ansiosos, deseosos, confiados, expectantes. A mí sólo me queda abrir la puerta, arrodillarme, ensanchar los hombros y el alma y esperar a que todo lo bueno que tiene la vida llegue hasta mí y se funda conmigo en un abrazo doble.
Y atesorar ese momento para que no se termine jamás.
Sobre Arturo Clariá
Psicólogo clínico y educacional.
Licenciado en Psicología, Universidad de Belgrano.
Coordinador general de Valores Vivos, organización que promueve la cultura de los valores humanos en la comunidad, instituciones educativas y empresas (www.valoresvivos.org)
Cursando el Master en Cultura de Paz, Ética y Valores Universales organizado por Unesco y el Instituto de Estudios Globales para el Desarrollo Humano, Madrid, España.
Es Docente universitario en las carreras de Psicología (Pasantía Valores en Red) y Nutrición (Psicosociología de la Nutrición) de la Univ. de Belgrano.
Coordinador de UB- Valores en Red, programa de talleres para la comunidad basado en valores.
Docente del Instituto para la Familia de la Univ. Austral.
Co-formador del curso de valores para empleados de la empresa Coppel.
Dicta charlas y talleres para niños y adolescentes y encuentros de reflexión con padres y docentes en empresas, instituciones educativas, fundaciones y distintas organizaciones a nivel nacional e internacional.
Publica artículos y es consultado por diversos medios de comunicación en temáticas de valores y familia a nivel nacional e internacional.
Es miembro de la Fundación La Chocleada -MovilizaRSE, cuyo objetivo es combatir el hambre generando valores, con quien ha dictado cursos en distintos puntos de Argentina y Uruguay.
Es fundador y director de Aquileón, que acerca a los jóvenes a proyectos humanitarios y sociales.
Ha sido miembro del equipo médico de la unidad de transplante de médula ósea, pediatría oncológica, en el IADT.
Ha sido coordinador general del Programa Educativo Vivamos Responsablemente, de la empresa Cervecería Quilmes, con el fin de promover valores y prevenir abusos en adolescentes.
Ha trabajado en difusión de valores desde el Gobierno de la Ciudad de Bs As y en documentales por los derechos de los niños y adolescentes.
Ha trabajado en colaboración con las Fundaciones Passion Foot, Proyecto Padres, Cuba, Avina, Grupo Sólido, Wachay y en alianza con empresas como Arcor, Unilever, Edenor, entre otros.