“El relativismo sólo puede argumentar sus valores desde la fuerza”
Enrique Chuvieco de www.paginasdigital.com.es
El profesor Diego Poole indica las consecuencias políticas, jurídicas y económicas de rechazar los criterios objetivos para abordar la naturaleza de las cosas.
“Si uno puede cambiar su sexo en el registro civil, ¿por qué no también su fecha de nacimiento?”, plantea Diego Poole, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, en su última obra Relativismo y tolerancia, publicado por Digital Reasons. Para él, esta es una de las consecuencias del triunfo del relativismo en las leyes. A pesar de no tener vocación de exclusividad, echa del campo a otros argumentos y califica de “dogmáticos a quienes sustentan criterios más objetivos”, apunta. “Si todo depende de cómo sienta yo la realidad, con más motivo podría pedir que modifiquen mi fecha de nacimiento, porque me siento más joven de lo que realmente soy”, concluye. Esta fiebre, a la que no son ajenos “sacerdotes, obispos y religiosos”, cristaliza en la política, “que se entiende a sí misma como creadora y recreadora de nuevos tipos de persona” y en la economía, porque ésta “pierde la orientación”, ya que al “no encontrar lo bueno, lo bello y lo verdadero, ¿para qué sirve lo útil?”.
Acabas de publicar «Relativismo y Tolerancia». Parece que ambas cuestiones casan bien, ¿pero en tu obra no opinas así, ¿por qué?
Hay muchos que dicen que el relativismo es el fundamento de la tolerancia, y que los que defendemos la posibilidad de conocer unos valores objetivos somos causa de intolerancia, porque tendemos al dogmatismo y al rechazo de los que piensan diferente. Es al revés: los que defienden el relativismo, al no poder argumentar racionalmente la supremacía de unos valores sobre otros, sólo pueden justificar su postura con argumentos de fuerza, no de razón.
¿Cuáles son las raíces del relativismo y los momentos álgidos para que se haya establecido en nuestra cultura occidental?
Son de diversa índole: por un lado. Desde el escepticismo de la antigua Grecia, con Protágoras a la cabeza, hasta autores como Isaiah Berlin († 1997), pasando por Hume, Sartre, Kelsen, etc. a las que me refiero en el libro. Por otro lado, está la actitud acomodaticia de aquellos que tienden a justificar su modo de vivir con el argumento de que los valores se los da cada uno a sí mismo. Otro factor importante es la secularización, la negación de un Ser absoluto, creador del mundo y, por tanto, del sentido de las cosas. Igualmente, la globalización también en el ámbito de las ideas nos lleva a pensar que las cosmovisiones son variadísimas, que los códigos éticos de los pueblos son muy diversos y contradictorios entre sí. En Occidente tenemos, además, la inmigración masiva del siglo XX de personas procedentes de otras culturas y religiones, especialmente musulmanes, pero también muchos asiáticos, budistas y ateos. Otro factor ha sido la crisis de identidad de muchos católicos entre los años sesenta y noventa del pasado siglo, incluidos sacerdotes, religiosos y obispos, que han llegado a proclamar un cierto relativismo religioso.
Para no convertir la sociedad en una jungla, el Estado es el único garante de las libertades y de las seguridades físicas y jurídicas. Así, las cosas ¿qué le impediría al Estado actuar restringiendo derechos fundamentales?
Todos somos responsables de que estas libertades se respeten. Es más, somos nosotros los primeros sujetos obligados a respetarlas. La historia de la configuración de los derechos humanos como concepto histórico nos ha llevado creer que el sujeto obligado a garantizarlos y promoverlos es principal, o exclusivamente el Estado. Tiene en cambio sentido plantear la pregunta desde la perspectiva del uso de la fuerza. Ahí sí, para evitar la ley de la jungla, el monopolio de la fuerza en la defensa de los derechos está confiado al Estado. Tiene sentido preguntarse en qué casos puede el Estado emplear la fuerza para limitar el ejercicio de estos derecho, o dejar de emplearla para sancionar a quienes no los respeten. Con el relativismo, la cuestión del uso de la fuerza pasa al primer plano, porque entonces el Derecho se justifica sólo por la fuerza, y nunca por la razón (el relativismo ético consiste precisamente en eso, en negar que se puedan justificar racionalmente determinados criterios). Esa fuerza puede ser la fuerza de la mayoría, pero también puede ser la fuerza de una minoría que controla los resortes coactivos del Estado.
¿Crees que la democracia, entendida como el respeto a las minorías, estaría en entredicho con posturas relativistas más radicales?
La esencia de la democracia, como digo en el libro, no reside tanto en el respeto de la mayoría (esto es una consecuencia), como en el respeto a todo ser humano. Precisamente gracias a esto, todos merecen respeto, aunque estén en minoría.
¿Qué implicaciones tiene el relativismo en el Derecho, la Política o la Economía?, por poner algunas áreas.
En el Derecho tiene todo tipo de implicaciones: se justifica el positivismo más radical. Al final, el contenido de las leyes no viene condicionado por ningún otro criterio que no sea la pura voluntad del legislador. Se niega no sólo la fuerza normativa de la naturaleza, sino su misma consistencia. Un caso paradigmático es el nuevo “derecho a la identidad sexual” donde cada uno puede elegir si quiere ser considerado por el derecho como hombre o como mujer. La voluntad manipula no sólo el deber ser de las cosas, sino también su mismo ser en acto. Yo a veces digo que si uno puede cambiar su sexo en el registro civil, ¿por qué no también su fecha de nacimiento? Si todo depende de cómo sienta yo la realidad, si creo que “nací en el cuerpo equivocado”, como dicen ahora, con más motivo podría pedir que modifiquen mi fecha de nacimiento, porque me siento más joven de lo que realmente soy.
En la Política igual: ya no se concibe la política como el arte de gobernar el Estado conforme a unos derechos fundamentales que se consideran por encima del debate político, sino que la política se entiende a sí misma como creadora y recreadora de modelos de vida y de persona. Se redefinen los derechos, se inventan nuevos tipos de personas. Antes se consideraba que en la política se debatía el mejor modo de proteger y fomentar los derechos de los hombres, pero esos derechos se presuponían como premisas de la praxis política.
Y con el relativismo la Economía pierde su orientación: si no sabemos dónde está lo bueno, lo bello y lo verdadero, ¿para qué sirve lo útil?
¿Qué tipo de actuaciones novedosas personales y grupales habría que hacer que no se quedaran simplemente en posturas de confrontación y/o reaccionarias?
Una iniciativa muy buena es hacer una editorial como esta de Digital Reasons, que difunda argumentos que ayuden a la gente a pensar. En el plano de los argumentos el relativismo se mantiene sólo si no se piensa mucho en él, porque quien diga que el relativismo es una actitud correcta ya está diciendo que eso mismo que dice es verdadero, y por tanto, contradiciéndose a sí mismo.
Creo que hay que recuperar el sentido común en la filosofía, el lenguaje sencillo y claro. Ya está bien de llamar “profundos” a aquellos razonamientos que uno no comprende bien. La oscuridad se confunde con la profundidad, y el estilo rebuscado y complejo muchas veces oculta inconsistencias y falsedades. No sé si será orgullo o presunción, pero yo desconfío de todo aquello que no entiendo. Creo que la gente tiene que protestar y dejar de leer los libros que no se entienden, o sin más contradicen el sentido común.
NdR: Diego Poole Derqui (Bilbao, 1967), Profesor Titular de la Universidad Rey Juan Carlos (desde 2001); Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid (1994); Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid (1985-1990).