Con 8660 habitantes en 800 km2, se constituye en el distrito que con el mayor porcentaje de rechazo votó en las elecciones presidenciales del año 2011, con un 84%!!! a favor del candidato de la UCR, actual intendente.
El partido de Salliqueló está dividido en campos pequeños, de una media de 300 hectáreas cada uno, todos residentes en ellos o en la ciudad cabecera. No hay propietarios, al menos en un 90%, que no residan allí. Su actividad principal es la cría y engorde ganado vacuno, tarea que han desarrollado con tanto ahínco que los llevado a constituirse en la “Capital del Novillo tipo” o “Novillo terminado”, de la Argentina, es decir el mayor halago mundial que se pueda conseguir en cuanto a producción auténticamente criolla.
Ellos, como pocos, sufren las nefastas consecuencias de una política económica que ha sido elaborada para destruir la última fuente de riqueza que le queda a nuestro País. En Salliqueló no hay terratenientes ni sojeros, infames definiciones con las que el gobierno kirchnerista ha tratado de denostar al hombre de campo argentino. Es exactamente el tipo de productor que dice defender. Pues bien, ellos saben que han hecho exactamente lo contrario. Y como en Salliqueló quienes viven de las limosnas de los subsidios son pocos, se dio esa extraordinaria votación.
Debería servir como suficiente ejemplo de que a este gobierno lo votan quienes tienen miedo de perder las ayudas que les dan para vivir, los grandes empresarios y terratenientes, los industriales subsidiados que producen bienes descartables, los comerciantes beneficiados por los créditos que terminarán pagando ellos sin darse cuenta, los profesionales vinculados y los que no alcanzan a comprender el grave riesgo a que nos enfrentamos los argentinos de continuar con estas políticas.
Porque queda claro que quienes producen bienes renovables o durables, que son apenas un 8% de la población, hace tiempo que advirtieron que con estas políticas van camino a su destrucción con la obligación de sostener con los impuestos a su trabajo a más de 40 millones de argentinos.
Porque esto es lo que ha venido a consumar el kichnerismo, el golpe de definitivo de la entrega y sumisión de la Argentina, que comenzó hace muchos años ocioso de establecer ahora, pero que tuvo su punto de inflexión y escalada final con la dictadura de 1976. Ni Alfonsín ni Menem se atrevieron a tanto o tal vez porque todavía la sociedad no estaba del todo anestesiada para la operación.
Las falsas discusiones que establecieron desde el 2003, con el tema de los derechos humanos, la idea de la redistribución a través de miserables subsidios y cada una de las confrontaciones a la que hemos asistido, no tuvieron otro objetivo que estupidizar las conciencias para dar la estocada final al más auténtico capital que tiene esta tierra, su producción agrícola ganadera.
No es casual que el más duro enfrentamiento haya dado con la gente de campo. Nunca jamás en la historia argentina alguien planteó, por absurdo, miserable y mentiroso que todos los hombres y mujeres que realizan una determinada actividad sean golpistas, anti patrias, explotadores, etc.
Es aquí donde puede compararse al kirchnerismo con el nazismo. A nadie se le puede ocurrir pensar que todos los judíos de la Alemania de entonces fueran enemigos de Hitler. Aquí, sabemos, no todos los del campo eran contrarios a Kirchner, es más, muchos lo habían votado.
Con lo cual queda claro que su objetiva era otro, acabar definitivamente con los recursos renovables o durables de la Argentina. Solo queda por dudar si lo hicieron por maldad, venalidad o estupidez. Pero de esas tres teorías la última es la menos creíble.
Hemos tenido ejemplos en el mundo. Cuba hizo una revolución para entregar ese país a las apetencias de la ex Unión Soviética, para dar el ejemplo más conocido por cercanía con nosotros, pero que abundan en la entrega oprobiosa de naciones de África y Asia. Si otros países de América Latina no lo han llevado a cabo como en el caso de la Argentina, excepto Venezuela, es porque no tienen una disputa tan intensa por parte de diversos intereses trasnacionales como lo es en el caso nuestro. Y no es que venimos a hechar las culpas de todos nuestros males a los imperialismos, sino que el hecho de las variadas posibilidades de producción, da un abanico de intereses distintos donde cada una de ellos encuentra quien cree puede ayudarlos en cada caso.
Esto es lo que viene a demostrar Salliqueló. Toda una población con idéntica actividad, propia, independiente, de pequeña escala. No hay allí industriales subsidiados, ni sindicatos conspiradores, ni intelectuales que vivan a costa del estado, ni grandes medios que puedan distraer a la sociedad. Nada de eso, solo gente que vive del campo y su producción. Y se dan cuenta que así el campo solo terminará siendo un páramo. Salliqueló, salvando las distancias viene a ser una especie de Ucrania, una nación granero del mundo, símbolo de la resistencia al imperialismo soviético. El ministro Kiciloff es el claro ejemplo del economista de la Rusia marxista en el discurso y capitalista en su política.
Igual situación podríamos describir con cada una de las producciones regionales, la citricultura en la Mesopotamia, las frutas de carozo tiradas en la ruta en Río Negro a favor de los grandes frigoríficos o la viticultura en Mendoza, entregada vilmente a la explotación extranjera por las políticas de Menem y la actual, el lino y el algodón con sus grandes fábricas textiles, el trigo candeal para hacer fideos sanos o que se exportaba a Italia, la producción tomatera en la zona de regadío de Villarino y una extensa lista de actividades vinculadas al campo que desaparecieron al conjuro de políticas destructivas.
Salliqueló debería constituirse en el espejo donde mirarnos en nuestra búsqueda del desarrollo de la Argentina, con equidad social y redistribución genuina. Porque la Argentina no tiene futuro si no se convierte de una vez y definitivamente en un País que vive de lo que naturalmente tiene: las riquezas de su tierra y la habilidad laboral de los hombres que la trabajan, desde donde surgirán las actividades industriales y de servicios, complementarias a una economía activa y dinámica que genere los puestos de trabajo.
Aquellos gordos terratenientes con sus gordos vacunos que se exhibían en las Exposiciones de Palermo de comienzos del siglo pasado, maliciosamente denostados por la propagan Alfonsinista de “La República Perdida” hicieron de Argentina el refugio de millones de exiliados de Europa y acumularon el oro que encontró Perón en los pasillos del Banco Central. Solo había que terminar con las injustas condiciones en las que tenían a sus empleados. Pero lo único que lograron fue sacarlos de los campos para hacinarlos en las villas miserias de las ciudades y acabar con la posibilidad de que pudieran convertirse en pequeños productores. Mientras los terratenientes pasaron de tener de decenas de miles a hectáreas a cientos de miles de ellas, expulsando a los dueños de pequeñas fracciones. Poco sabido es que en 1957, es decir luego de 12 años de gobierno peronista, se propuso una reforma de la tierra que devolviera a los pequeños campesinos las tierras que les habían quitado en nombre de la redistribución. Desde luego no prosperó.
Tal cual lo ha hecho el kirchnerismo: transformarse en los grandes terratenientes de la Argentina con los miles de hectáreas de campos usurpadas, claro que no ahora para la explotación agro ganadera, sino para la construcción de hoteles o la entrega para la instalación de represas o cotos de turismo, mientras engaña con su discurso inclusivo y distributivo.
Menuda tarea también para el próximo gobierno, pues si no se revierte esta situación priorizando el regreso a una producción genuina, la desaparición de la Argentina está a la vuelta de la esquina.