Argentina. Se acaba la «fiesta»
Por Arturo Illia, de www.paginasdigital.es
La jornada del 10 de diciembre en Argentina fue en ciertos aspectos un día memorable debido a la ceremonia de toma de posesión de la presidencia por parte de Alberto Fernández, un hecho que supone el retorno del peronismo al poder. Al llegar al palacio del Congreso de la nación conduciendo su propio coche, el nuevo presidente fue recibido en la Cámara de diputados por un auditorio que se puso a entonar la marcha peronista, seguida de un grito de “¡Volvimos!” en una platea formada por gran parte del peronismo y acompañada en la plaza por una multitud de gente que llegó en una cadena interminable de autobuses escolares en una excursión que incluía hasta el almuerzo y también, en muchos casos, un ticket de asistencia de casi 800 pesos.
Con ello no quiero decir que todos los presentes se sirvieran de dicho bono, puesto que ideológicamente Argentina nunca ha sido capaz de quitarse de encima el atuendo fascista de un militar que llegó al poder con un golpe de Estado en 1943 para encarnarse después en el creador del populismo latinoamericano que aún sobrevive a pesar de que siempre ha provocado gravísimas crisis en el continente, peores incluso que el liberalismo más desenfrenado. Pero el peronismo en Argentina, especialmente en los últimos 30 años, siempre ha tenido la audacia de ceder el poder cuando la bomba de la crisis estaba en el aire, dejando un Estado con las cajas vacías para luego, puesto que las recuperaciones requieren años y son caminos llenos de sacrificios para todos, presentarse como la solución mágica de la situación, siempre en nombre del pueblo pero con el único resultado de preparar otra bomba… repitiendo la historia cíclicamente.
Pero esta vez, en su discurso inicial, el flamante presidente, que recientemente también prometió intervenciones rápidas para resolver lo que él mismo ha definido como una emergencia social, económica y alimentaria, enseguida apuntó que no usará la varita mágica y que la solución de los problemas heredados del gobierno de Macri llevará tiempo.
“Pero hay que tener en cuenta –declara el analista y economista Agustín Etchebarne, de la Fundación Libertad y Progreso– que la positividad de un discurso sustancialmente equilibrado, con propuestas concretas de un Estado de derecho dotado de una justicia independiente, el Nunca Más de los bajos fondos de la política y sus implicaciones con los servicios secretos, tiene como contrapeso a movimiento ultrakirchnerista de La Campora y a Cristina Fernández de Kirchner. Se repite así una situación ya vivida con el retorno de Perón en los años 70, soportado por las agrupaciones FAP y Montoneros, cuyos hijos y nietos parece que estamos viendo. Con el resultado de transmitir una cierta tensión dentro del propio equipo del presidente”.
De hecho, el aire “festivo” que lo rodeaba se vio interrumpido inmediatamente por varios episodios que se podrían definir (como otros ya preparados por Fernández antes de la investidura) de errores que provocaron la huida del enviado de Trump, Mauricio Claver-Carone, que abandonó el aula al darse cuenta de que entre los invitados también estaba el ex presidente ecuatoriano Correa (buscado por su país) y el actual ministro venezolano de Comunicación, Jorge Rodríguez, que figura con prohibición de entrada tanto en Argentina como en otros 19 países por ser considerado responsable de actividades criminales en su país.
Otro problema fue cuando la flamante vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner recibió a los representantes de China y Rusia en su despacho, mostrando (para muchos no era necesario) querer tener el poder real en sus manos. Se sospecha que el presidente cedió en muchos aspectos al kirchnerismo más duro que, además de colocar a muchos de sus hombres en puestos clave del Estado, está intentando influir en sus políticas, llevando a Argentina a posiciones de asilamiento ya perseguidas antes de la llegada de Macri al poder.
“Hay que tener en cuenta la situación económica –continúa Etchebarne–. Anunciando un mayor gasto público así como un aumento de ministerios que, unidos a una mayor emisión de moneda y un control tanto de los salarios como de los cambios con el dólar, aparte de un incremento de los impuestos, se constituye un cóctel que podría semejar una olla a presión a la que se aumenta la fuerza de la llama, con un default técnico que el bloqueo inicial de pagos al FMI permitiría a Argentina un estado de bienestar transitorio para luego alzar un vuelo de gallina que acabará en crisis económica. Entonces podremos ver cómo se resolverá la actual diatriba política en el propio peronismo, lo que supone un panorama complicado para el presidente, que tendrá que convivir con una disputa interna para mostrar quién gobierna realmente el país”.
La cuestión radica en que se pueden anunciar todas las medidas del mundo para resolver varias crisis en el menor tiempo posible, pero si no se dispone de fondos (aunque las cajas del Banco Central disponen actualmente de 25.000 millones de dólares frente a los cinco mil que heredó Macri en 2015) cualquier medida será como tratar a un enfermo de peste bubónica con una tirita. Se podría recurrir a otros préstamos pero inicialmente es complicado que alguno llegue a buen puerto, dada la situación de insolvencia con el FMI. También es posible actuar con una fuerte tasación interna, pero sería caer en el mismo error que el macrismo. El presidente podría decidirse a resolver la diatriba abriéndose a la oposición, la alianza que ya existe en el movimiento Frente de Todos con el peronismo ortodoxo, para un gobierno por fin fuerte y unido en sus decisiones. Pero, obviamente, dejando fuera de juego a todo el kirchnerismo, con el espectro de una crisis política de dimensiones considerables e imprevisibles.
Volviendo a la actualidad, destaca la visita, francamente prevista en las declaraciones del nuevo presidente argentino, del ex presidente boliviano Evo Morales, seguida de un almuerzo donde el flamante ministro de Exteriores Felipe Solá intentó recomponer la ruptura con la delegación estadounidense que tuvo lugar 24 horas antes.
Morales entró en Argentina pidiendo que le acogieran como refugiado, una situación que pronto se pondría en discusión. A la espera del nombramiento del secretario ejecutivo de la Comisión de Refugiados para poder confirmar el estatus del ex presidente boliviano. Según la ley 26.165, se considera refugiados a aquellos que sufren persecución racial, religiosa o política en su país, pero Morales tiene pendiente en Bolivia una investigación por un presunto fraude electoral, por tanto, una situación no del todo limpia desde el punto de vista jurídico, aunque los hijos de Evo habían llegado a Argentina la semana anterior y residen en Buenos Aires con un permiso de estudio.
Solá había advertido a Morales de que se abstuviera de practicar actividades políticas en Argentina, pero evidentemente Evo tiene ya la costumbre de no prestar demasiada atención a las reglas y enseguida empezó a enviar mensajes y hacer declaraciones a diestro y siniestro sobre la situación política en su país. Por tanto, tenemos una Argentina que inaugura este capítulo de su historia con muchas incógnitas vinculadas a una situación política no definida y a merced de los acontecimientos, pero Alberto Fernández no parecer ser el timonel que será capaz de conducirla hacia la tranquilidad.