El dolor, la fe y la perseverancia. Creo que son las tres palabras que podrían definir el sentimiento y la actitud que llevó a este hombre a emprender el viaje al corazón de los pobres. Y llegó a destino.
La felicidad y la paz que se perciben en el padre Pedro Opeka, son difíciles de describir. Convive con un mundo de injusticias; sin embargo, lejos de quedarse esperando a los fieles, fue hacia ellos.
A rescatarlos del infierno de la pobreza más brutal. Del medio de los deshechos de los otros. De la lucha por la supervivencia. Les tendió la mano. La mano blanca, a la que tanto temían. La que tenía para ellos un denominador común: el maltrato, la indiferencia y la discriminación.
Pero él les demostró que no todas esas manos eran iguales. Que más allá del color o el credo, hay manos generosas, amorosas, que se tendían para ayudarlos a mitigar el dolor de sentirse invisibles. Fue precisamente su perseverancia la que logró convencerlos de creer en sí mismos. De entender que hay que partir de uno para emprender el camino. El Padre Pedro resignó su riqueza para abrazar la de otros.
Y hoy han dibujado su propio destino en un mapa de desigualdad en cuya configuración no habían tenido lugar. El Padre Pedro, les enseño a creer en su fortaleza, después de haber confiado en esa mano que simplemente los ayudó a ponerse de pie para caminar juntos, pero libres.
María Areces para TN Digital
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Pedro Opeka
Pedro Pablo Opeka, nacido en el Partido de General San Martín, provincia de Buenos Aires, Argentina, el 29 de junio de 1948, también conocido como el Padre Pedro, es un sacerdote católico que trabaja como misionero en Madagascar. Es en ese país africano, uno de los más pobres del mundo, vio a chicos descalzos viviendo en un basurero y decidió ayudarlos a tener una vida digna. Con la ayuda de la fundación «France Libertés», lo producido y la ayuda de jóvenes del lugar levantó casillas precarias que fueron reemplazadas por casas de ladrillos de dos pisos y les enseñó a vivir con lo que ellos producen. Los grupos de casas fueron así creando una ciudad levantada donde estaba el basurero, y además Opeka fundó una organización sin fines de lucro llamada Akamasoa, dedicada a darles trabajo a sus habitantes.
Por sus servicios a los pobres obtuvo la Legión de Honor, en 2008 y fue propuesto al Premio Nobel de la Paz por Francia, Eslovenia y Mónaco.
Su historia
Nació en la ciudad de San Martín, en la zona norte del Gran Buenos Aires, y es hijo de Luis Opeka y María Marolt, inmigrantes eslovenos que llegaron a la Argentina en enero de 1948 escapando del régimen totalitario en Eslovenia de Tito. De niño aprendió el oficio de albañil. A los quince años de edad decidió ser un clérigo de la Iglesia Católica y entró a un seminario de la orden Lazarista. Estudió en Lanús, vivió en Ramos Mejía e hizo el noviciado en San Miguel. Todas esas, ciudades de la provincia de Buenos Aires.
Cuando aún no tenía diecisiete años construyó una casa en Junín de los Andes para una familia de indígenas mapuches.
A los veinte continuó su formación, estudiando Filosofía y Teología, en Liubliana, Eslovenia, y en Francia. Dos años después viajó a Madagascar donde trabajó como albañil en las parroquias lazaristas.Finalizó sus estudios en el Instituto Católico de París. Se reunió con la Comunidad Taizé y viajó por toda Europa.
En septiembre de 1975 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, y luego nombrado para hacerse cargo de una iglesia en Vangaindrano, en el sudeste de Madagascar. En 1989 los superiores le nombraron director de un seminario en la capital, Antananarivo.
Su misión en Madagascar
Es actualmente sacerdote de la congregación de San Vicente de Paul, y lleva más de treinta años como misionero en Madagascar, uno de los países más pobres del planeta.
La primera vez que estuvo en esa isla vio a cientos de chicos escarbando y viviendo descalzos en un inmenso basurero de veinte hectáreas en las afueras de Antananarivo, capital de Madagascar, África, y se dijo a sí mismo: Acá no hay que hablar porque sería una falta de respeto hacia ellos, sino que debemos ponernos a trabajar.
El ser un hombre blanco constituyó su primer obstáculo para poder ayudarlos. Pero encontró la manera de acercarse jugando al fútbol, una de sus pasiones. Así fue ganando su confianza.
Uno de los primeros proyectos de Opeka fue la remodelación de un hospital, en conjunto con la fundación «France Libertés» (ONG francesa dirigida por Danielle Mitterrand). Opeka conoció a la ex primera dama francesa a través del hijo de ésta, Gilbert, ya que jugaba al fútbol con él. El relato del Padre Pedro muestra las carencias sanitarias del país:
“Caí enfermo, tan enfermo que casi me muero. No podría haber sido de otra manera. El centro hospitalario de la ciudad está completamente desprovisto de todo material y es un desafío a las reglas de higiene. Me habría muerto si mi congregación no me hubiera repatriado a Francia. ¿Cómo puedo presentarme ante mis fieles y persuadirlos de que se hagan tratar en el hospital, cuando conozco lo que es?”
El hospital fue renovado por los habitantes de la zona, y el material médico aportado por la fundación.
Además, creó una pequeña casa para los niños, de cuatro por cuatro metros, junto al vertedero de basura, para darles leche o té. Jugaba con ellos, les cantaba y les enseñaba a escribir. Sobre el basurero vivían unas cinco mil personas. Convocó a algunos jóvenes que conocía del país que estaban desempleados para que lo ayudaran. Afirma que el haber sido obrero de la construcción de joven le permitió tener buenas ideas para saber cómo crear fuentes de trabajo con pocas herramientas y materiales para los indigentes. Por ejemplo, los entusiasmó con la idea de convertir una montaña de granito en piedras y adoquines, para luego venderlos para la construcción. De esa manera nació la cantera en la que trabajaron hasta 2500 personas que hasta entonces vivían de la basura. Luego aprovechó el vertedero para crear una empresa de venta de abono natural.
Con lo producido y la ayuda de los jóvenes logró que se levantaran casillas precarias en los bordes del vertedero, que fueron reemplazando por casas de ladrillo de dos pisos, que él mismo iba levantando, al mismo tiempo que les enseñaba a ellos cómo hacerlo. Los grupos de casas fueron creando diecisiete pueblos pequeños que a su vez conformaron toda una ciudad levantada en el sitio donde estaba el basurero. Cada uno de esos pueblos posee su comité y las resoluciones se toman entre los representantes de cada comité. Se crearon escuelas primarias, secundarias, un liceo y un jardín de infantes, dispensarios, un pequeño hospital y dos maternidades. Hay más de cuatrocientos colaboradores del padre, entre técnicos, docentes, médicos y enfermeros. El lugar posee agua potable y un comedor.
De esta manera, además de evitar que miles de chicos continuaran revolviendo en la basura, les posibilitó una vida digna a más de trescientas mil personas al crear la organización no gubernamental denominada Akamasoa (buenos amigos, en lengua malgache), a doce kilómetros de Antananarivo, en dirección a Tamatave. Esta organización ayuda, desde 1990, a la gente pobre con complejos habitacionales, educativos y laborales donde viven cerca de veinte mil personas, y de ellos nueve mil son niños que van al colegio. Además el Padre Pedro los invita a rezar a la misa del domingo, oficiada con una liturgia que tiene en cuenta la cultura del lugar y a la que asisten miles de personas, entre ellos turistas que luego difunden su obra en el resto del mundo. Akamasoa se convirtió así en una gran ciudad, que hacia 2015 contaba con 17 barrios y 25 mil personas; el 60% menores de 15 años. Hay 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. En total, 10 mil los escolarizados.
Los puestos de trabajo de la organización se crean a partir de la explotación de la cantera de piedra y grava, a la actividad artesanal y talleres de bordado, al centro de compost implementado junto al vertedero, a la separación y clasificación de la basura, a tareas agrícolas y a tareas de la construcción (como albañiles, carpinteros, ebanistas, operadores y obreros que adoquinan las calles).
Para financiarse cuenta además con redes de amigos que juntan donaciones, tres ONGs en Francia y una en Mónaco y la ayuda de Manos Unidas, de la Comunidad Europea.
Sus pensamientos e ideas
El padre Pedro suele insistir que la mejor manera de ayudar al pobre no es con asistencialismo sino cambiándole la conciencia para que sea autor de su propia prosperidad:
Yo siempre les dije a ellos, los amo demasiado como para asistirlos, si tuviera que asistirlos yo me voy hoy de Madagascar, porque el amor no es asistir de manera perenne a un pobre, es darle trabajo, es darle herramientas, es cambiarle lentamente la conciencia que tiene para que sea autor y promotor de su propia promoción. Este trabajo no es fácil porque uno se acostumbra a eso. A veces uno se tiene que hacer de violencia. Yo hablé con mucha fuerza para decir hay que cambiar de mentalidad. Cambiar esa costumbre que teníamos de pedir y de ser asistidos……por eso siempre le pido a la gente que vive allí tres cosas: que acepten el trabajo, que acepten educar y escolarizar los niños, y que acepten una disciplina en la comunidad.
Los gobiernos que fomentan el asistencialismo están fomentando la delincuencia y la exclusión y están profundizando el problema. Y si no se atacan en serio las causas de la pobreza es para seguir aprovechándose de ellos, utilizándolos…Junto con la pobreza económica se viene abajo la autoestima y la moral. La familia explota y ya no hay un núcleo donde formar a la persona. Cada uno tiene que rebuscársela, salir a robar porque cada noche tienen que traer algo como sea, o no volver.
En cuanto a la verdadera solidaridad, el sacerdote ha opinado que:
La concepción de ayuda que tiene mucha gente es errónea, porque muchos quieren ayudar para sentirse feliz. Quieren sentir la alegría de dar, quieren sentir la alegría de que alguien le está agradeciendo. Quieren sentir la satisfacción de sentirse alguien. Que dando soy alguien. Entonces el otro depende de mí. Hay mucha gente que está contenta de que los otros dependan de ellos y quieren mantener esa gente dependiendo de ellos. Esa no es la verdadera ayuda, ni la ayuda evangélica cuando Cristo dice que tu mano derecha no sepa lo que dio tu mano izquierda. Y cuando das lo das porque lo tuviste que dar. Luchar contra la pobreza es también compartir.
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