Charla en la estación
Es una mañana soleada y otoñal en Villa del Parque.
En la antigua Parroquia Santa Ana, un anciano reza, como lo hace todos los días.
Al salir de allí, el hombre cruza hacia la plaza de enfrente y se sienta con cuidado en uno de sus bancos.
Desde ahí disfruta de la tranquilidad del lugar, del cantar de los pájaros y de la risa de los pequeños jugando en las hamacas.
Disfruta de su rutina y observa todo sin demasiada novedad, hasta que… la ve a ella, una hermosa empleada de la estación, barriendo la vereda del sitio.
El anciano, totalmente maravillado, se acerca a la dama y comienza a hablarle «Hola, mucho gusto. ¿Sos nueva? Porque paso todos los días aquí y nunca te había visto».
Al escucharlo, ella lo mira y responde tímidamente «Si señor, empecé hoy».
Así, el veterano caballero comienza a realizar varias preguntas que la chica responde gentilmente, a pesar de sentirse extremadamente incómoda.
Una vez terminada la charla, el anciano se acerca a la dama y le dice «Mira piba, yo no soy de hablar tanto con una persona que recién conozco… ¡Pero tengo que decirte algo!».
Sin poder soportar más la situación, la joven exclama gritando «¡Basta! ¡Déjeme tranquila o le juro que lo denuncio, viejo degenerado!».
El hombre, totalmente angustiado y avergonzado, se aleja de ella sin poder decir nada.
De esa manera, se marcha con la cabeza baja, ante la mirada indignada de la señorita.
Al alejarse con tanta tristeza, el anciano no advierte que un sobre cae de su bolsillo y el mismo termina en el suelo.
Minutos después, la dama continúa con sus tareas y encuentra el misterioso objeto.
Al levantarlo, la intriga se apodera de ella y lo termina abriendo para saber que hay en su interior.
Así, termina sacando una foto y en la misma ve al anciano junto a una chica muy parecida a ella.
Sorprendida, comienza a recordar una noticia que relataba el asesinato de una joven en esa plaza.
Aquella señorita había perdido la vida por defender a su padre de unos violentos asaltantes.
Ese hecho había quedado grabado en su memoria, porque con esa dama compartían una similitud física asombrosa.
Sin lugar a dudas, ese anciano era el papá de aquella señorita y estaba intentando explicarle la situación.
Pero es normal que algo así suceda en estos días.
Porque a veces las apariencias engañan y no nos damos cuenta de algunas cosas simples y elementales en nuestra vida, como la importancia que tiene detenernos a escuchar a la otra persona.
Fin
El regreso
Cuando Horacio regresó a su casa en Recoleta esa madrugada, luego de otra noche más de descontrol, nunca imaginó ver la escena que le esperaba… su mujer lo esperaba, muy enojada, sentada en un sillón del living.
Junto a ella había un par de maletas preparadas por lo que él, muy sorprendido, preguntó “¿Qué pasa Alicia? No entiendo”.
Alicia, dirigiéndole una mirada inmutable, le respondió «Lo sé todo».
Mirando las maletas, Horacio exclamó «¡No sé de qué hablas!».
Al escuchar esa frase, ella sacó un sobre y contestó «¡De esto hablo!».
Al tomar el objeto y sacar tu contenido, aquél hombre vio lo peor… unas fotos donde se lo mostraba con otras mujeres, en distintas noches de la semana, dentro de los bares y boliches más conocidos de la Capital Federal.
En algunas otras imágenes, se lo veía saliendo de albergues transitorios de la misma zona, muy bien acompañado.
Shockeado por las fotografías, Horacio atinó a negarlo todo, gritando «¡Es un fotomontaje! Alguien quiere hacernos daño».
Alicia, con total calma, le respondió «Contrate a un detective privado que te siguió por todos lados, dijo que fuiste la persona más fácil de investigar en toda su carrera».
Resignado y al darse cuenta de su propia torpeza, el impresentable caballero suspiró y negando con la cabeza, acotó «Sí, me parecía raro ver al mismo fotógrafo en todos los boliches».
Dolida, Alicia se levantó del sillón y mirándolo fijamente le cuestionó «¿Por qué hiciste todo esto? ¿No pensaste en nuestra beba? ¡Micaela nació hace solo dos semanas! ¡Formamos una familia y ahora me haces esto!».
Fue así que, perdido y avergonzado por la situación, Horacio improvisó un discurso para sonar lo más convincente posible «¡Es por ella y por vos que hago esto! ¿Te crees que no las amo con toda mi alma? Yo no soy un mal hombre… ¡Sabes desde siempre que me gusta salir por las noches! Y bueno, si no hacía todas esas salidas, habría vuelto a casa todos los días malhumorado. ¡Una situación de esa naturaleza, terminaría poniendo fin a nuestra relación y a la hermosa familia que formamos! ¡Hice esto por nosotros! Tenés que entenderme, por favor».
Incrédula por lo que había terminado de oír, Alicia rompió en llanto y grito «¿Y creías que esa era la mejor forma? ¿Engañarme con otras? ¡No Horacio, te equivocaste mal… esto se terminó!».
Acto seguido, Alicia tomó decidida las valijas y aquél despreciable ser, totalmente desesperado, intentó frenarla gritándole «¡No! ¡No te vayas! ¡No abandones esta casa!».
Así, Alicia detuvo su marcha muy tranquila, colocando las maletas frente a la puerta de salida.
Luego, se acercó a Horacio y lo miró esbozando una leve sonrisa y respondió “¡No, el que se va sos vos! ¡Y no quiero verte en esta casa nunca más!».
Sorprendido y triste, aquél hombre asintió con la cabeza, tomo sus maletas y enfiló hacia la puerta.
Al colocar su mano en el picaporte, no pudo evitar voltearse y observar, a su ahora ex mujer, levantando a upa a su beba.
Fue en ese momento que Horacio comprendió realmente todo lo que había perdido.
Y finalmente se marchó bajo una torrencial lluvia, perdiéndose en aquella noche que lo había llevado a caer en sus tentaciones.
Fin
La enfermera
Ahí estaba Franco, recostado sobre la cama que le asignaron en un hospital, mirando deprimido su entorno.
Encerrado entre las cuatro paredes de esa gran sala, en la que varios enfermos luchaban contra sus males y sus infiernos internos, a veces cayendo en la más triste desesperanza.
¿Y qué ilusión se podría albergar cuando esos pacientes sufrían de la peor manera posible?
¿Desde dónde se lograría alcanzar una mínima pizca esperanza?
¡Por más que se buscara en cada rincón, no se hallaría nada!
Desesperado ante ese pensamiento, Franco comenzó a experimentar una sensación de angustia desesperante.
¡Y fue en ese momento que la vio, caminando concentrada y atenta a cada enfermo!
¡Atendiendo a cada uno de ellos con su mejor sonrisa, sin importar que tan fea fuera la herida que tuviera que curar!
¡Medicando puntualmente, sin que pasara un minuto de más, a todos los pacientes!
¿Acaso era un ángel? ¿Un ser con un aura súper poderosa?
Aquella dama, bien podría tener ese status, pero esa afirmación sería un error… ¡Ella era la enfermera del Hospital! ¡La misma que hizo todo eso por él, durante meses!
Y que hoy, por última vez, se le acercaba con su amabilidad característica de todos los días.
¡Y así, al verla frente a él, a Franco lo invadió la emoción y no pudo hacer menos que expresarle su gratitud!
¿Cómo no agradecerle por sus cuidados, por cada herida curada y los medicamentos acercados?
¡Porque aquél día era especial… a Franco le daban el alta!
Y él sabía bien que los médicos habían sido muy importantes en su lucha por recuperarse… ¡Pero también era consciente de que no habría podido lograrlo sin la ayuda de aquella amiga, quien lo cuidó durante su estadía en ese Centro de Salud!
¡Porque las enfermeras son eso, ángeles que nos protegen en la Tierra, en nuestros peores momentos!
Ellas nos ayudan a que nuestro paso por un Hospital sea inmensamente mejor y, muchas veces, hacen posible aquello que nos llega a parecer imposible… ¡Qué volvamos a nuestras casas, completamente sanos, en cuerpo y alma!
Fin
El cartero de buenos aires
Es una mañana cálida en Buenos Aires y el cartero se acerca a la puerta de la vecina más famosa del lugar.
Los nervios se apoderan de su cuerpo, mientras avanza, dando pequeños pasos.
Pero, una vez que llega hasta allí, toca el timbre con su mano temblorosa.
Ansioso, el cartero espera que abran la puerta y los segundos se hacen eternos…hasta que finalmente la misma se abre… ¡Y la ve a ella, la famosa Susana!
- Cartero: Bu…buenos días señorita Susana ¿Cómo está usted? He traído su correspondencia.
- Susana: ¡Hola, estoy re bien! ¡Ay, que divino! ¡Gracias! ¿Querés pasar a tomar un drink?
Al recibir esa inesperada invitación, el cartero sonríe entusiasmado, pero intenta disimular.
- Cartero: ¿Un drink? ¡Ah, un trago, entiendo! Me encantaría, pero estoy trabajando…
- Susana: ¡Cierto! Bueno, que lástima…aunque podrías dejar de trabajar y quedarte conmigo…
- Cartero: ¿Có…cómo dice?
- Susana: ¡Sí, quedarte conmigo! Bueno, si querés… ¡Hasta podríamos casarnos!
- Cartero: ¿Me está hablando en serio?
- Susana: ¡Por supuesto! Bueno, es verdad que ni nos conocemos, pero pareces un buen tipo.
- Cartero: Bueno, gracias Susana, pero yo…
- Susana: ¡Ay, no me digas nada! ¡Seguro estas en pareja! ¡Qué tonta soy, perdóname!
- Cartero: ¡No, no soy casado! ¡Pero yo soy un simple cartero! ¡Y vos sos una diva!
- Susana: ¿Y cuál es el problema? ¿No te gusta que sea famosa?
- Cartero: ¡No, no me refería a eso! ¡Digo que vos estás para algo más! ¡Algo mejor?
- Susana: ¡Jajaja! ¿Vos crees que los tipos con los que salí valieron la pena? ¡Jajaja!
- Cartero: Bueno, no sé si mejores, con más dinero seguro…
- Susana: ¡El dinero no hace a un hombre! ¡Y no creo que vos seas menos que ellos!
- Cartero: Pero Su… recién nos conocemos ¿Por qué yo?
- Susana: ¡Porque estoy cansada de estar sola! ¡Quiero un marido a mi lado! ¿Qué decís?
- Cartero: ¡Yo…no lo puedo creer! Yo…
- Susana: ¿Aceptas o no?
- Cartero: Yo… ¡Si, por supuesto que acepto! ¡Vos sos mi ídolo, la mejor del país!
- Susana: ¡Ay, me haces muy feliz, divino! ¡Ahora dame un beso para sellar esta unión!
Susana se acerca al asombrado cartero y cierra sus ojos para disponerse a besarlo.
Al mirarla, el humilde trabajador no puede creer en su suerte y muy feliz, también cierra sus ojos.
Sabe muy bien que sus labios se fundirán en un apasionado beso y que será el comienzo de una vida llena de dicha para ambos.
Pero repentinamente, antes que ese beso se consumara, algo lo cambia todo… ¡El despertador del cartero comienza a sonar! ¡Y él despierta de su sueño!
Al ver su mala suerte, empieza a insultar a los gritos, mientras se levanta de su cama y se viste para salir a trabajar nuevamente.
Sin embargo, luego de unos instantes, finalmente se tranquiliza y esboza una sonrisa.
Porque a pesar de haber sido un simple sueño, siente que en la vida todo puede pasar y ese es un pensamiento que lo llena de esperanza. Y creer en ella, siempre es algo bueno.
Fin
Adrián Rusak
Redactor y guionista tanto en el campo radial como en el audiovisual.
Recibido como «Guionista de Radio y Televisión» en el prestigioso Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica (ISER) en el año 2014.
Desde entonces ha sido autor de diferentes ficciones, tanto audiovisuales como teatrales. Así como también, escritor de relatos breves publicados en Sexta Sección.