Te doy mi pésame….es decir comparto contigo el dolor, me pesa como a ti, te acompaño a compartir el sentimiento, la carga emocional, para que sea más liviano tu pesar.
Esto es todo lo que se expresa en esas breves, simples palabras.
Es lo que los argentinos no hemos hecho ni hacemos. Ni durante los cruentos años de los 70, ni después, ni ahora. No acompañamos a nadie en su dolor. No nos importa. Pensamos que bien merecido se tienen el dolor quienes actuaron y sus familiares de cualquier grado.
Es hora, definitivamente de darnos el pésame, porque si no seguiremos sin compadecernos de ningún dolor, de los que tienen hambre, ni vivienda, ni trabajo, ni oportunidades. De los que sufren aún hoy persecuciones por causas ideológicas o miedos por el accionar de delincuentes en cualquiera de sus formas.
Para poder llegar a eso, lamentablemente, todavía resta por aclarar definitivamente lo sucedido en la Argentina en aquellos trágicos años del accionar de bandas organizadas al servicio de la muerte. Trataremos.
“Año 1969, cerca de la medianoche, a la salida del ciclo nocturno del Colegio Nacional, donde concurrían estudiantes que trabajaban durante el día. En su mayoría jóvenes y no tan jóvenes, que superaban la edad en la que normalmente se cursa la escuela secundaria. Dirigentes montoneros aguardaban a la salida deseosos de poder convocar a aquellos estudiantes para su causa. Invitaban a una misa que se iba a realizar el domingo siguiente en memoria de estudiantes muertos en enfrentamientos en la ciudad de Corrientes.
Uno de los estudiantes se dirigió al que parecía ser el líder y le dice: “Me gustaría concurrir pero que la misa sea también de sufragio por los policías caídos” La respuesta no se hizo esperar: “No entiendes nada…es la violencia de arriba la que engendra la violencia de abajo…” Pero el pobre vigilante es igual que el estudiante…los dos de abajo…respondió el estudiante….” Resulta ocioso continuar con el relato pues fue un diálogo con un sordo…el lector ya entiende.
No eran épocas donde las posiciones neutrales, de apego a sentimientos de paz y concordia, de condena a cualquier tipo de violencia tuviera ninguna posibilidad de ser escuchada, de ser inculcada por parte de los actores principales de la sociedad en todos sus espectros: políticos, dirigentes sindicales y sociales, medios de comunicación.
El pacto consumado entre quienes se decían enfrentar, organizaciones extremistas y los militares que se suponía debían combatirlas, estaba consumado. Para crear las condiciones necesarias a la toma del poder era cuestión de matar a inocentes de ambos bandos, de parte de cualquiera de los bandos. Así militares y montoneros asesinaron a camaradas. La recreación de un sentimiento similar a la del aparato nazi fue creciendo…los judíos en este caso…tanto podían ser militares como montoneros, según quien fuera el verdugo.
Nadie acompañaba a nadie en el sentimiento. No había pésame. Ni siquiera los que venían de las formaciones católicas, fueran sacerdotes o fieles, correspondían al mensaje de paz y amor que habían predicado y aprendido. Ni tampoco los militares formados en aquellos principios de Dios, Patria, Hogar.
Nada mejor para entender esto que releer a Victor Frankl, autor de “El hombre en busca del sentido”. Frankl fue un siquiatra, creador de la Logoterapia, narra que los peores guardia cárceles en los campos de concentración eran los propios judíos cuando por alguna razón pasaban “del otro lado”. Allí se entiende como las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento transforman las conductas de las personas. Pero siempre son víctimas antes que victimarios.
Esto es lo que hoy debiera esclarecerse definitivamente para terminar de entender lo sucedido entonces y que las actitudes de los actores actuales no ayudan en absoluto. Los desaparecidos lo fueron para que nunca pudieran hablar sobre lo que ya sospechaban o habían advertido. Los militares son sojuzgados para que ningún arrepentido con verdadera responsabilidad se atreva a contar.
Seguir revolviendo en el pasado con sentimientos de revancha antes que de verdadera identificación y comprensión de los hechos sigue postergando las posibilidades de acompañar en sentimiento…de que nos pese sinceramente lo que les pasó…Algo de esto les sucede a los guerrilleros ahora arrepentidos…Algo de esto no les sucede a los usurpadores de derechos humanos.
Lo peor es que no nos pesan las nuevas formas de violencia de estado: hambre…pobreza…marginalidad…violencia…drogas…enriquecimientos ilícitos…robos…corrupción.
Esto antes que nada es una apelación, como la de aquel estudiante, valientemente enfrentado a la irreductible posición ideológica: “Quiero ir al oficio religioso para rezar por todos…porque todos, en definitiva, son hermanos tan víctimas como yo. Y para quienes son los victimarios, también rezo…para que Dios los ilumine.