La pandemia del Coronavirus ha provocado una ruptura del sentido de la esperanza en sentimientos desencontrados que se transforman en desesperación e incapacidad para proyectarse a un futuro y hace que, sobre todo los jóvenes, se hagan la ilusión de que todo es posible de manera inmediata en un mundo dominado por la virtualidad.
Por ello más que oportunamente encontramos este comentario que ofrecemos a nuestros lectores.
El virus del nihilismo que desafía a jóvenes y adultos
Por Gerardo Bertolazzi, de www.paginasdigital.es
Para las personas más frágiles y vulnerables, como ancianos y jóvenes, desde el punto de vista psicológico esta fase de recrudecimiento del Covid-19 resulta mucho más desestabilizadora que la fase de confinamiento total, que creaba aislamiento y soledad pero también una fuerte sensación de protección porque parecía que el enemigo oscuro quedaba fuera. Ahora esa esperanza se rompe en sentimientos decepcionantes que pueden transformarse en desesperación e incapacidad para proyectarse en un futuro digno de ser esperado.
Según Eugenio Borgna, “la esperanza nos permite abrirnos al futuro, liberándonos de la obstinada prisión del pasado y del presente”. La progresiva recuperación de relaciones se vive con aprensión y angustia por miedo a perder los “límites” y la distancia que en cierto modo nos protege, no solo del contagio sino de ponernos en juego cuando nos encontramos con los demás.
En los jóvenes y adolescentes, este miedo se expresa en forma de retirada o de violencia, que encuentran en el mundo virtual la posibilidad de desinhibir sus instintos, su agresividad y sus fantasías sexuales de control y posesión del otro, reducido a objeto de dominio omnipotente. El papa Francisco lo identifica muy bien en su carta encíclica Fratelli Tutti. “En la comunicación digital el respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo”.
Durante el confinamiento, se descubrió un canal de chat con decenas de miles de suscripciones, entre ellos muchos jóvenes menores, dedicado al intercambio de imágenes pornográficas violentas animando a la violación. Tras las numerosas denuncias de los padres, a finales de abril se cerró este canal, pero surgieron muchísimas alternativas.
Como he podido ver en varios casos de adolescentes problemáticos que se han sumado de manera acrítica a estos peligrosísimos chats, la dinámica suele ser la del intento psicológico de superar experiencias de frustración e impotencia ante una realidad que no parece permitir tener esperanza en el futuro, y lo hacen mediante la ilusión de la omnipotencia, donde todo es posible en la inmediatez del mundo virtual.
Los mismos episodios de violencia inaudita que hemos visto estos meses entre jóvenes que, mediante reacciones agresivas e incontroladas han llegado a matar sin motivo, también se pueden interpretar como una necesidad narcisista de imponer la propia “superioridad”. Pero a menudo, perseguir una falsa imagen de uno mismo hace al joven más frágil a la hora de vivir de manera dramática sus fracasos y frustraciones, que por tanto expresa de manera agresiva.
Este narcisismo patológico se sitúa en un contexto social dominado culturalmente por el nihilismo, como señala Antonio Polito en un análisis sobre la violencia juvenil que publicó recientemente en el Corriere della Sera. Él define el nihilismo actual como “esa especie de intimidad con la nada (nihil en latín) que se está adueñando de muchos jóvenes. Que vacía de valor sus vidas y les empuja a rebelarse contra cualquier regla, hasta la más elemental, porque en el fondo no hay nada que valga la pena”
Polito cita a Julián Carrón, que en su libro “Un brillo en los ojos. ¿Qué nos arranca de la nada?” afirma que “a diferencia del nihilismo de antes, el actual tiene los rasgos de una vida ‘normal’, pero con un ‘virus’ que roe por dentro, insinuando que nada vale la pena, nada es capaz de atraer ni aferrar de verdad”.
Siguiendo el lenguaje relacionado con el contagio del Covid, una especie de “nihilismo asintomático” que sutilmente puede contagiar hasta hacer “sintomáticos” a los sujetos más vulnerables.
Para Galimberti, “al nihilismo hay que mirarlo a la cara, pero la gente se niega a ver que ha perdido el sentido. Los jóvenes viven en el presente absoluto porque el futuro ya no es una promesa”, como decía este verano en el Meeting de Rímini.
Giorgio Cerati señalaba también que “solo la intervención especialista médica y psicoterapéutica parece tener las armas afiladas. ¿Cómo acoger su pregunta e inventar nuevas respuestas frente al desafío que nos presentan estos muchachos actualmente?”. La respuesta no puede ser solo psiquiátrica o psicológica, que es necesaria, pero debe integrarse en intervenciones sociales y culturales, y sobre todo educativas.
La educación, según Polito, “es un proceso complejo, requiere ante todo de educadores, es decir, personas dispuestas a arriesgar para hacerse amar y respetar”. Pero para ello “hacen falta maestros capaces de tocar el punto candente que hay en el corazón y en la mente de toda personalidad en formación, y afortunados aquellos que una vez en su vida se hayan encontrado con uno”.
Como adultos en los diversos ámbitos profesionales, familiares y relacionales, todos estamos implicados. Lo dramático de esta situación, si lo miramos a la cara hasta el fondo, puede hacer que emerja nuestro amor por los jóvenes, reconociendo el profundo grito de salvación y esperanza que viven dentro de su malestar.