El último día de Gerda Taro
Por María Eugenia Eyras
Era joven, era bella, era talentosa y la amaban apasionadamente. Pero su vocación y su arrojo la llevaron a encontrar una muerte espantosa.
Gerda Taro era el seudónimo de la primera fotoperiodista de guerra de la historia y también la primera en morir trabajando. Había nacido en Stuttgart, Alemania, en 1910, bajo el nombre de Gerta Pohorylle.
Fue una alumna brillante, que destacó en ciencias naturales e idiomas. Por su familia burguesa de origen judío Gerda frecuentaba los círculos intelectuales, en los que pronto resaltó por su belleza, desenfado y su carácter incisivo y provocador, poco usual en las jóvenes de esa época.
Aunque nunca se implicó en política, Gerda solía participar en grupos que se oponían al fascismo, el racismo y la dictadura.
Cuando los nazis ascendieron al poder fue detenida durante unos días y decidió huir a Paris.
Allí conoció a André Friedman, un seductor judío húngaro conocido por las excelentes fotografías que había tomado de Trotsky. André le enseñó el arte de la fotografía y enseguida comenzaron a vivir una impetuosa historia de amor.
Juntos inventaron un personaje, Robert Capa, un imaginario profesional norteamericano que enviaba trabajos desde Nueva York. Con esa firma lograron vender los trabajos de ambos indistintamente, obteniendo pingües beneficios.
Eran tiempos difíciles pero fascinantes, la década de los 30 en el París de Ernest Hemingway y Henry Miller, donde los artistas pasaban hambre y penurias pero en el que las ideas bullían con la efervescencia de un paraíso intelectual.
Gerda y André frecuentaban el círculo de los Malraux, Walter Benjamin, Arthur Koestler, Bertoldt Brecht, Nizan y Aragón. Todos compartían fraternalmente las largas horas de discusión y los gastos de consumición en los cafés de Montparnasse, pagando algunos por los que no tenían recursos suficientes.
El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil Española y la revista Vu decidió enviar a Gerda y a André al frente, que estaba en Barcelona, en una pequeña avioneta, tan sólo munidos de una cámara Rolleiflex y de una Leica.
Poco antes de arribar a destino el avión se estrelló, aunque ambos consiguieron salir ilesos, por lo que a partir de entonces alardearon de ser ‘invulnerables’. Con apenas algunos rasguños consiguieron llegar en coche a Barcelona.
Allí fotografiaron las Brigadas Internacionales, los campesinos, los milicianos, las barricadas y los soldados que partían al frente. También los primeros muertos. Fotos que se publicaron bajo el nombre de Robert Capa, luego con los de Capa y Taro, y más tarde cada uno firmó con su nombre.
El material era luego enviado a revistas francesas de izquierdas como Regards, Vu y Ce Soir, así como a algunos medios norteamericanos. Ambos se implicaron intensamente en la contienda, convirtiéndose en fervorosos partidarios de la República.
Juntos recorrieron varios frentes de guerra, como Cataluña, Aragón, Andalucía o Madrid, a pesar de que habían comenzado a surgir algunas fricciones en la pareja: Capa quería casarse pero Gerda no, porque prefería ser libre.
En el hotel de los corresponsales extranjeros, en Madrid, conocieron a intelectuales como Rafael Alberti y María Teresa León, Hemingway (al que Gerda detestaba) y Dos Passos (al que adoraba).
Todos admiraban a aquella joven pelirroja, bella, inteligente e intrépida, que cada noche cantaba y bebía a la par de ellos y por la mañana madrugaba para ir al frente. Alberti dijo de ella que “arrastraba la alegría del peligro y la sonrisa de una juventud inmortal”.
En junio de 1937 Robert Capa regresó a París para vender las últimas fotos y preparar un viaje a China, al que se uniría Gerda unas semanas después.
Se despidieron sin saber que ya no volverían a verse…
Un día de julio de calor agobiante continuó librándose en Brunete, en los alrededores de Madrid, la crucial batalla comenzada semanas antes, en la que las fuerzas republicanas habían logrado avanzar con éxito.
Gerda, con una cámara de fotos Leica y otra de cine Eyemo, había trabajado febrilmente toda la mañana. Saltando de trinchera en trinchera, había tomado las que serían las mejores fotos de su vida, un testimonio implacable de la ferocidad y el dramatismo humano de la guerra.
Ella, la más valiente, la que siempre desafiaba a Robert Capa a acercarse un poco más, a arriesgar un poco más, iba acompañada por Ted Allan, un enamorado médico de las Brigadas Internacionales que la seguía aterrorizado.
Pronto llegó la contraofensiva franquista y los combates se recrudecieron. El general Walter, polaco como Gerda, los invitó a marcharse ante el inminente peligro. Pero ella se negó: todavía tenía fotos por realizar.
Bajo la implacable metralla de los aviones Stukas y Heinkel de la Legión Cóndor alemana, las tropas republicanas comenzaron a replegarse.
El coche del general Walter iba repleto de heridos, que Gerda y Ted ayudaron a evacuar. Como no quedaba lugar para ellos, se subieron al estribo del coche y así avanzaron penosamente por el abrupto terreno.
Súbitamente, un tanque retrocedió y rozó el vehículo. Gerda cayó y el tanque le pasó por encima a la altura de la cintura y los muslos, destripándola.
Fue trasladada con celeridad al hospital inglés de El Goloso de El Escorial. Gerda iba sosteniéndose los intestinos con las manos…
Allí sólo pudieron hacerle una transfusión y darle morfina, para que sus últimas horas transcurrieran sin dolor.
Gerda no se quejaba, sino que le preguntaba una y otra vez a la enfermera norteamericana dónde estaban sus cámaras, si su material se había salvado.
Falleció pocas horas después, en la madrugada del 27 de julio de 1937, días antes de cumplir su 27º cumpleaños.
Avisaron a Rafael Alberti, que fue a recoger su cuerpo al hospital, para transportarlo al lugar del velatorio, el Jardín de Invierno de la Alianza Francesa en Madrid.
Por allí desfilaron, para darle el último saludo, milicianos, obreros, jefes militares, intelectuales y artistas. Días después fue enterrada en el Cementerio de Père-Lachaise de París, con todos los honores debidos a una heroína republicana, en una tumba esculpida por Giacometti.
La batalla de Brunete, la más sangrienta de la Guerra Civil Española, había terminado sin un vencedor claro pero con numerosísimas bajas, otro desenlace pírrico de la Historia.
Mientras, Robert Capa (André) continuaba en París, preparando el viaje al frente chino-japonés, otra excitante aventura a compartir con Gerda.
Fue en la sala de espera de un dentista, en la tercera página de un periódico, dónde descubrió que su amada había muerto.
Se hundió entonces en una larga depresión, de la que salió meses después para continuar retratando guerras durante diecisiete años, acercándose cada vez más al peligro, como si buscase la muerte. Finalmente, en 1954 la encontró, al pisar una mina durante el conflicto indochino.
En los años siguientes las fotos de ambos se publicaron mezcladas, por lo que las de Gerda perdieron, poco a poco, su identidad. Su nombre cayó en el olvido…
Sólo el esmerado trabajo de la historiadora Irme Schaber y su búsqueda minuciosa en innumerables archivos lograron identificar más de 300 fotos de Gerda, que fueron expuestas en Nueva York en 2007.
A las que se sumaron los más de 3.000 negativos hallados en la “valija mexicana” (una fascinante historia aparte), que habían sido abandonados por Capa en París cuando la invasión alemana y que aparecieron milagrosamente en México 70 años después.
En ellas se puede ver todo lo que desfiló ante los ojos de Gerda y que ella captó antes de morir: soldados bajo las bombas, camiones que explotan, humo, sudor, sangre y valor…
El nombre de Gerda Taro había sido olvidado, pero regresó al lugar de honor que merece en la historia del fotoperiodismo bélico. Cada una de sus imágenes, obtenidas a golpes de coraje, son testimonios que documentan el horror de la guerra y el coraje de los combatientes.
Este 27 de julio se cumplen 80 años de su trágica muerte.
Para recordarla como a la gran heroína antifascista que fue, el coro de las Brigadas Internacionales cantará En pos de la vida, la canción del Frente Popular que ella solía entonar alegremente en París…
María Eugenia Eyras
María Eugenia Eyras (Argentina, 1945) estudió becada en la East Leyden High School de Franklin Park, Illinois, EE.UU., y en la Universidad de La Sorbona de París, Francia. Más tarde, también en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de Belgrano de Argentina.
Desde 1990 vive en Barcelona, España.
Ha sido directora de revistas en España (Interiores, Belleza y Moda, Práctica y Animoda) y en Argentina (Vosotras, L’Officiel en español, Brigitte y Emanuelle) así como asidua columnista en prensa escrita, radio y televisión.
Ha publicado cuatro novelas: Pasaje de ida (Emecé, Buenos Aires, 1982) premiada con la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; Misa roja (Emecé, Buenos Aires, 1985); El viento en el jardín (Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1995) y La noche de San Juan (Publidisa, Barcelona, 2012) que quedó finalista en los premios de novela españoles Planeta 2000 y 2004, Nadal 2002 y Fernando Lara 2005.
Su primer ensayo, El vientre cósmico (Editorial Sirpus, Barcelona, 2007) es actualmente libro de texto en las cátedras de Introducción al Feminismo de la Universidad del Estado de Arizona, Arizona, EE.UU. y Género y Salud de la Universidad de Sevilla, España.
Ver también
https://www.sextaseccion.com/comentarios/otro-mundo-es-posible/
https://www.sextaseccion.com/comentarios/vandana-shiva/
https://www.sextaseccion.com/featured/el-sacrificio-de-cecil/
https://www.sextaseccion.com/comentarios/la-mujer-que-barria-el-desierto/